La pichula de Vargas Llosa
“Quienes no sean Mario Vargas Llosa, pero sí hayan nacido y echado a hablar en Hispanoamérica, y quieran publicar en las grandes editoriales españolas, tienen que pasar por el aro, escribir en castizo. (…) Hasta eso se pierde cuando se pierde el propio país, el derecho a llamar al pene… complételo usted, sabido lector”.
Ningún hombre alude a su pene con esta palabra. A menos, quizá, que se encuentre en una situación médica o, desde luego, en el ámbito público, todos usan localismos. Eso, cuando no emplean términos acuñados en terrenos tan acotados e íntimos como el de la familia o el de la pareja. A lo que voy: es impensable que en la habitación un hombre introduzca en una frase el término “pene”. Cada uno sabrá cómo lo llamaría.
Y podría pensarse que en la literatura, esfera de perímetro mucho más amplio, pero tan libre como la propia cama, los escritores son tan soberanos y pueden referirse a su órgano sexual con la primera palabra que se les venga a la mente. Finalmente, la literatura es tema y lengua, léxico. No es así, sin embargo. O no lo es desde que España se erigió en gestor casi único de la literatura en español.
Esto viene al caso por la popularidad que ganó la palabra “pichula”, usada por el peruano Mario Vargas Llosa, en un relato publicado por la revista Letras Libres en octubre de 2021. El cuento, titulado “Los vientos”, había sido escrito en diciembre de 2020 y está narrado en primera persona por un personaje anciano que deambula por el Madrid distópico del futuro. Dado que por los mismos tiempos en que se publicó el relato, el Premio Nobel de Literatura 2010 estaba viviendo un episodio personal carente de relevancia, pero exprimido hasta la extenuación por el ecosistema de la farándula, el texto empezó a leerse en clave de realidad y multiplicó su audiencia.
Dice el personaje narrador: «Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ahora ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí. ¿Por qué sigo diciendo “pichula”, algo que no dice nadie en España?». Es evidente que se trata del pene del protagonista. Y por qué puede seguir diciendo “pichula”, cuando en España se le dice “polla”. Respuesta: porque su creador es un escritor consagrado, un clásico. Porque si Vargas Llosa entrega su texto al editor con la palabra “pichula” y viene un raspicuí y se la cambia… bueno, arde Troya.
Quienes no sean Vargas Llosa, pero sí hayan nacido y echado a hablar en Hispanoamérica, y quieran publicar en las grandes editoriales españolas, tienen que pasar por el aro, escribir en castizo y bajar la testuz y permitir que les rayen el original con un lápiz rojo. Es la consecuencia del declive de las editoriales en nuestros países. En la actualidad, y desde hace un buen tiempo, España controla la circulación global en español y quien ejerce esta hegemonía impone el estándar. Así, el “acento neutro” de ciertos doblajes incluye los “híjoles” y el inconfundible acento que ya la región conoce por el cine y las telenovelas mexicanas.
El acento y el léxico “estándar” es el del patrón. Y el jefe, ya desde los tiempos del boom, es España. De hecho, la noción de “boom”, de estallido en la cara de un fenómeno que hasta entonces no se hizo visible es de cuño español, puesto que en Hispanoamérica sí sabíamos que había escritores de entonación universal.
-No es una política expresa -explicó la académica y crítica literaria Josefina Ludmer en un seminario que dictó en Monterrey-. Más bien, es una práctica ambigua que reproduce la relación de España con América Latina. Por un lado, tanto en la Real Academia de la lengua como en la producción cultural, los españoles tienen una consigna: unidad en la diversidad, pero por el otro, toleran poco los localismos. [El novelista argentino] Manuel Puig, que publicaba en España en los años 60 o 70, se quejaba de que le cambiaban “vereda” por “acera”, “pollera” por “falda”… Le corregían, directamente. Era una política editorial de esos años. Ahora, al parecer hay un poco menos intervención en la literatura, como sí la hay en las traducciones. En España usan traductores en América Latina porque les resulta mucho más barato que los españoles. Reciben las traducciones hechas por hispanoamericanos y las corrigen para eliminar localismos y estandarizarlas. En suma, el canon es España. Fíjense que en el diccionario de la Real Academia no hay “españolismos”, solo los términos aparecidos en los diversos países de América son “ismos”.
No deja de ser muy simbólico que, justamente, el provincialismo que Vargas Llosa se permite, en absoluta confianza de que ningún españoleto se atreverá a chistarle, sea el que alude al órgano sexual masculino, símbolo de poder y de supremacía.
Los venezolanos cuyo oficio es escribir -o que, al menos, nos ganamos a vida pergeñando cuartillitas- hemos tenido que salir al mundo a tocar las puertas de medios y editoriales, que en nuestro país fueron destruidos o reducidos a cascarones vacíos. Hablantes de una variante derrotada del español, cualquier pendejo nos tacha frases y nos pone a escribir en argentino o mexicano, o a decir “vosotros” o “cómo mola”… ¿Y qué vamos a hacer? Tenemos que tragar grueso y aguantar el amago de castración. Hasta eso se pierde cuando se pierde el propio país, el derecho a llamar al pene… complételo usted, sabido lector.
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