Blog de Víctor José López /Periodista

viernes, 11 de diciembre de 2020

MUERTE Y REPRESIÓN El Nacional EDITORIAL 11 December 2020



Muerte y represión


Para mantenerse en el poder, el usurpador y sus secuaces han acudido al expediente de una represión inmisericorde. Ante el abrumador rechazo del pueblo, que ha demostrado la decisión mayoritaria y enfática de iniciar un rumbo que permita el restablecimiento de la democracia y la restauración de los usos republicanos, la dictadura empeñada en mantener un control cada vez más odiado por la sociedad procura la supervivencia a través del ejercicio de la crueldad.


Estamos ante un rasgo que debe juzgarse en su cabal dimensión, es decir, como la manifestación de la herramienta de dominación a la cual se aferra la dictadura porque no tiene otra a mano. El discurso oficial de las últimas décadas, iniciado por Chávez y repetido por Maduro, se pierde en el viento sin levantar un gramo de respeto. La historia de una amenaza imperial que ha sembrado las calamidades del pueblo y pugna por imponerse del todo entre nosotros, no se la creen ni los niños del kínder. Ya nadie ignora que la tal guerra económica sobre la cual ha hablado en infinitos formatos el régimen para tratar de explicar las carestías materiales que no ha podido remediar, o que ha creado, es apenas un remedo de disculpa que provoca notable malestar en lugar de aceptación. Se han apagado las llamas de su propaganda, las estrategias de sus publicistas, los cada vez más flácidos movimientos de un mazo que ya no puede dar en ninguna parte, o solo en el cuerpo cada vez más magullado de quien lo atiza.


¿Qué hace la dictadura, entonces, para manifestar sus intenciones de continuidad? Amenazar sin fatigarse, perseguir y atemorizar, encarcelar y matar. Su disposición al diálogo no pasa de la parcela de las expresiones vacías porque no sabe cómo hacerlo. ¿Por qué? Porque el reconocimiento del otro no existe en su programa, mucho menos si es cada vez más heterogéneo y apabullante. Lo que desconoce por alergia congénita o por falta de práctica ante un grupo de personas, se convierte en una hazaña imposible de cumplir cuando los candidatos a sentarse en la mesa de las conversaciones suman millones que no vienen dispuestos a escuchar las monsergas de siempre, o han creado un discurso y manifestado una conducta capaces de cambiar el panorama político. ¿Qué hacer, en consecuencia? Matarlos sin recato, hasta que entren por el aro o se reduzcan a su mínima expresión.


Como los líderes de la oposición han optado por protestas masivas y pacíficas, las fuerzas de la represión no actúan en las avenidas principales, ni en las plazas en las cuales usualmente ocurren las reuniones, sino en los barrios de las ciudades y en espacios periféricos que habitan los ciudadanos más desposeídos de la sociedad. En esos espacios se ceban los criminales del régimen, sus esbirros desenfrenados. Los lugares que según el discurso oficialista eran sagrados, ahora son pasto de ataques demenciales a la caza de cadáveres y de candidatos al tormento. El pueblo más humilde y maltratado ahora hace cola frente a la morgue, o frente a las ergástulas. Y todo por el trono de Maduro, por los intereses de una pandilla ignominiosa. No tienen otro aliciente, por desgracia.


De allí la necesidad de que los líderes de la oposición, con el presidente Guaidó a la cabeza, las denuncien y exijan su cese de inmediato. Así no solo pueden detener la matanza, sino también demostrar la catadura de los sujetos a quienes queremos echar del gobierno.

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