La idea de crear en Caracas un club político al estilo de los que funcionaban en Francia, o una sociedad, como terminaron llamándola, debe haber sido de Miranda que las había visto funcionar cuando vivió en la Francia revolucionaria, en tiempos de la Convención y del Directorio; y Bolívar, antes y después de enviudar, estuvo en territorio francés, en donde discutió mucho el tema de la revolución con su antiguo maestro, Simón Rodríguez, además de que conoció personalmente a muchos personajes de distinta importancia de los que participaron en los sucesos franceses de fines del Siglo XVIII y comienzos del XIX. Hay pruebas de que durante su estada en Londres tanto Simón Bolívar como Andrés Bello fueron conquistados por don Francisco de Miranda para la idea de crear una república independiente que cubriera el territorio de la América española. Miranda regresó a Caracas con Bolívar, en septiembre de 1810, y con ellos vino el francés Pedro Antonio Leleux (1781-1849), que actuaba como Secretario de Bolívar y luego fue Secretario y Edecán de Miranda. Fue Leleux quin salvó el archivo del Precursor. Después de participar activamente en la Guerra de Independencia y hasta en la política de la Gran Colombia, volvió a Calais, su tierra nativa, en 1824. En 1841 contó que entre otras cosas se dedicó a la creación de la Sociedad Patriótica, el partido de los que aspiraban a ir mucho más allá de la conservación de derechos de los reyes españoles en territorio americano, y hasta más allá de la simple autarquía. De origen mantuano casi todos, como Bolívar, o los Salias, o cuasi mantuano, como Soublette, eran los partidarios de una revolución que así se deslindaban del todo de los mantuanos de la generación anterior, quienes, si bien aceptaban la idea de la autonomía, lo hacían con una connotación más comercial que política y social, a partir del vacío de poder que se creó cuando Napoleón le puso la garra a España. Miranda llevaba la batuta, y trataba de contener la fogosidad de los socios. En Europa estuvo preso varios años por no ser –o parecer– tan revolucionario como los que estaban en el poder. Aquí quería evitar que esas situaciones se repitieran. Pero, primero, era necesario que se creara el país nuevo, el país que había venido promoviendo desde su eterno exilio. La República que, gracias a la imaginación de Miranda, se llamaría “Colombia” en honor al descubridor. Habría que hacerla por cuotas, pero hacerla. Algo así como lo que algún tiempo después, entre los socialistas ingleses, se llamaría movimiento “Fabiano”. Y el primer paso se podía dar en Caracas, en su ciudad natal. La Sociedad Patriótica, el Club que no quería tan jacobino, pero sí lo suficientemente fuerte como para imponer sus puntos de vista, era el instrumento que necesitaba. Le acompañaban, además de Bolívar y Leleux, Vicente Salias, Pedro Salias, Antonio Muñoz Tébar, Carlos Soublette, Miguel Peña, Francisco Espejo, Pedro Pellín, Lorenzo Buroz, Coto (Francisco Antonio) Paúl, Pedro Pablo Díaz, José María Núñez, Carlos Núñez, Rafael Castillo, la juventud dorada de aquel momento. Tres fueron los presidentes de sesiones: Miranda, Espejo y Muñoz Tébar. Se reunían a las seis de la tarde en asambleas que duraban hasta media noche y en sus filas no hubo distingos de clase social ni de sexo, en una época en la que era muy difícil que se admitiera a mujeres en ese tipo de actividad. Era un verdadero partido político de vanguardia. Promovieron y hasta pusieron a circular un periódico llamado “El Patriota de Venezuela”, del que se conocen cuatro números aunque se sabe que hubo siete. Hicieron cuanto les fue posible por propagar sus ideas, no solo con la publicación, sino con actos públicos, como los del primer aniversario del 19 de abril de 1810, en el cual levantaron un “árbol de la libertad” frente a la casa, hoy inexistente, en la que pasó Emparan su última noche en la Caracas que no quiso su mando, Madrices a Ibarra 1. En su sede de Sociedad colocaron retratos de Gual y España, y hasta fundaron una “Tienda de los Patriotas” para vender objetos de proselitismo y a la vez recoger dinero, que necesitaban para sus actividades de agitación y propaganda. No han inventado nada los activistas llamados “de izquierda” de nuestro tiempo. Gil Fortoul recoge en su “Historia” la visión de un realista, contemporáneo y anónimo, acerca de la “Sociedad Patriótica”, en los siguientes términos: “Los individuos que componían esta ‘Sociedad Patriótica’, al principio solo eran aquellos que se titulaban establecedores del Gobierno y protectores de la libertad venezolana, que eran muy pocos y los principales motores del 19 de abril de 1810: después comenzaron a admitirse todos los que se nominaban patriotas y que en el concepto de los vocales lo eran, precediendo antes de nombramiento votación secreta; y aunque por este tiempo se ponía algún cuidado de no admitir por socios a los que no fuesen conocidos por verdaderos patriotas y personas blancas, con el tiempo y después de publicada la Independencia e igualdad, se admitían de todas clases y estados, de personas blancas, mulatos, negros e indios, asistiendo también, con mucho escándalo y admiración del pueblo y aun algunos individuos de esta Sociedad, muchas mujeres de sus socios a las sesiones que se tenían de las ocho a las once de la noche, y después de concluidas salía esta mezcla de hombres y mujeres por las calles con grande alboroto y escándalo, todo lo que sufría y disimulaba el Gobierno por no poderlo remediar, pues al fin la ‘Sociedad Patriótica’ se componía de la mayor parte de la República toda armada, y solo dejaba de comprender en su seno a los que eran conocidos con el connotado de Godos que se tenían por desafectos y opuestos al sistema de Independencia. Esta ‘Sociedad Patriótica’ para su gobierno económico formó unas instrucciones que aprobó el Poder Ejecutivo y para que las cumpliesen sus miembros, tenía una Junta que se componía de un presidente, cuatro diputados, dos fiscales o censores, un tesorero, tres secretarios y un portero, de los cuales la mayor parte se elegía el día primero de cada mes, junto con el presidente. Al principio de su establecimiento solo tenía sus sesiones los martes, jueves y sábados; pero después que fué aumentándose de tantos miembros, fuerza y poder, las tenía todas las noches o cuantas veces quería. En esta Junta se trataba de todas materias, políticas, civiles, militares y religiosas: en ella sancionaban, adicionaban, corregían, anulaban y mandaban detener las leyes, decretos y determinaciones que constituían el Congreso. Su archivo existía en la misma casa en donde celebraban sus acuerdos y la última fué la de Juan Xerez Aristeguieta, que es en la que en el día habita Guillermo Whaston, y se ignora dónde existe en el día, ni en dónde lo hayan trasladado; pero podían dar razón de su paradero los tres últimos secretario que se dice eran José María Pelgrón, arrestado en las bóvedas de La Guaira (1812), Juan José Navarrete, en las mismas, y Benito Pages, sobrino del Dr. D. Francisco Espejo, quien se afirma que en el día vive en el pueblo de Santa Lucía, y lugar o hacienda nombrada Siguire”. Por los muchos detalles que contiene, se deduce que es un informe de alguien que conoció la Sociedad desde adentro, y que puede haber sido un tránsfuga o un espía, y escribió en 1812 el texto para Domingo Monteverde, quien se lo pasó a Pablo Morillo, quien a su vez lo envió al Archivo de Indias en 1815. Fue publicado en Caracas, en “El Universal”, por Miguel Segundo Sánchez, en septiembre de 1917. No le iba a ser nada fácil a Miranda contener la tendencia cisjacobina. Así, frente a la tesis de que la Independencia absoluta podía abrirle la puerta a la anarquía, Coto Paúl declaró abiertamente que prefería la anarquía al inmovilismo. Se habló entonces de la existencia de dos congresos, uno que representaba el sentir del pueblo, que era la Sociedad Patriótica, y otro que no se atrevería a contravenir los intereses de los poderosos, que era el Constituyente. Era el inicio vacilante de la patria.
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