La poesía de Yolanda Pantin ha ganado el Premio de Poesía Federico García Lorca. Es un galardón que se entrega a la obra entera. Y quizás los tiempos que corren sirvan para decir que esa poesía, en especial la más madura, es ya una manifestación incuestionable de nuestro «anhelo de alegría o sea de progreso o sea de vida».
La cita no es de uno de sus poemas, sino de ese mítico discurso que Federico García Lorca tuvo que dar en 1931 en Fuente Vaqueros, su pueblo natal, en ocasión de que se inaugurara la biblioteca.
En ese discurso, donde hay fragmentos que quizás han sido citados hasta el hartazgo, el poeta decide advertir a quienes lo oyen que «antes que nada yo debo deciros que no hablo sino que leo», justificando aquel exordio con la idea de que una voz poética (como la de él, como la de Yolanda Pantin) acostumbra a decir las cosas de una manera tan exacta que, cuando llega la retórica de la oratoria, «las ideas se diluyen tanto que sólo queda una música agradable, pero lo demás se lo lleva el viento».
Después viene una emotiva descripción de Fuente Vaqueros y de las virtudes invisibles de su pueblo, hasta que articula esa imagen inmensa que condensa en una idea sencilla el ánimo que se respira allí: «Aquí hay un anhelo de alegría o sea de progreso o sea de vida».
No hay en esa frase una celebración de la alegría, ni del progreso ni de la vida, porque no se anhela aquello que se tiene seguro en las manos. Así, en el tino de varias y ajustadas carencias, Yolanda Pantin ha sabido leer (no hablar) el país que después alimenta sus textos.
Y lo ha hecho con la puntería certera de los pájaros.
Desde aquella voz embebida en las metáforas urbanas de «Vitral de mujer sola», hasta la voz rotunda y liberada de la esclavitud de las metáforas de «Cuento del que fue a aprender lo que era el miedo», Yolanda Pantin ha subrayado las verdades para no tacharlas.
Este premio (en caso de que alguien necesitara alguna prueba más) convierte a Yolanda Pantin en la voz femenina más universal de nuestra poesía. Y antes de aplaudir, deberíamos evaluar si quizás esto puede leerse como un peso antes que como un halago.
Un peso elucubrado en la belleza, pero un peso.
Ya otro poeta venezolano, Rafael Cadenas, había recibido este premio. No hacen falta demasiadas sumas para saber que el mandato de «Seamos reales» del ars poética de Cadenas ha sido cumplido desde siempre por la poesía de Pantin. Incluso en registros más reclamados de vastedad, adelantándose a las tendencias del género que hoy pueden leer en ella audacias literarias únicas en un idioma que tantos poemas suelta a diario.
Y por eso es necesario acudir a la más manida y trillada de las frases que se citan de aquel discurso de García Lorca en 1931, entendiendo que los clichés sólo llegan a serlo después de demostrar que son verdad: «Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro».
Se dijo en 1931 y años antes de la guerra, pero en la frase que tanto se cita desde las aceras de lo cursi se olvida que ahí también está el peso de saber cuánto significaba renunciar a la otra mitad del pan.
Una vez más: un peso elucubrado en la belleza, pero un peso. Uno enorme.
Nosotros lo leemos ahora, cuando en Venezuela el hambre dejó de ser un mito y se transformó en un monstruo que nos mira a los ojos en las calles.
Ahora, cuando se vuelven verdad aquellas «máquinas al servicio del Estado» que según el discurso del rebelde Lorca insistían en convertir al más vulnerable en esclavo de sus carencias.
Ahora, cuando las reivindicaciones económicas y culturales de las que hablaba el poeta en Fuente Vaqueros parecen coquetos privilegios al lado del dolor del País que somos y es la paz lo que se pide a gritos…
Ahora, justo ahora, Yolanda Pantin nos pone en las manos la otra mitad del pan.
Y este «anhelo de alegría o sea de progreso o sea de vida» se transforma en una noticia que mejora los colores de cada vitral de mujer sola, de cada vitral de hombre solo, de cada vitral de diáspora y residencias ajenas.
Ahora, cuando somos tantos los que sonamos extranjeros en el mundo, la más global de nuestras voces poéticas nos une mediante la alegría infinita de volver a leerla hablar de Turmero y sus casas grandes, de las brisas que no volvieron y del vuelo majestuoso y noble del zamuro, porque la poesía no tiene por qué dejar de decirnos la verdad.
Ni ahora ni nunca.
Ni siquiera por anhelo de alegría o sea de progreso o sea de vida.
Es la verdad esa otra mitad del pan, la mitad que nos libera de las metáforas y no deja que la farsa de la oscuridad nos secuestre el alma a punta de hambre.
Gracias, Yolanda, por la verdad: ésta tan tuya que se atomiza en quienes te leemos y, entonces, deviene infinita.
Gracias por la verdad, esta otra mitad del pan.
WILLY MCKEY
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