El general José Antonio Páez nació el 13 de junio de 1790, entre Acarigua y Araure, en una zona rural que hoy es urbana y se conocía por el nombre de un riachuelo que la atravesaba: Curpa. Su padre era Juan Victorio Páez, canario, funcionario del estanco del Tabaco, blanco de orilla, sin fortuna ni títulos nobiliarios, y su madre fue María Violante Herrera, también blanca de orilla. En sus memorias, su “Autobiografía”, apenas hay referencias a su infancia, que no debe haber sido muy feliz. La despacha en párrafo y medio, al inicio, de esta manera: “El 13 de junio nací en una modesta casita, a orillas del riachuelo Curpa, cerca del pueblo de Acarigua, cantón de Araure, provincia de Barinas. En la iglesia parroquial de aquel pueblo recibí las aguas del bautismo. Juan Victorio Páez y María Volante (Sic) Herrera fueron mis padres, habiéndome tocado ser el penúltimo de sus hijos y el solo que sobrevive de los ocho hermanos que éramos. Nuestra fortuna era escasísima. Mi padre servía de empleado al gobierno colonial, en el ramo del estanco del tabaco, y establecido entonces en la ciudad de Guanare, de la misma provincia, residía allí para el desempeño de sus deberes, lejos con frecuencia de mi excelente madre, que por diversos motivos jamás tuvo con sus hijos residencia fija. Tenía ya ocho años de edad cuando ella me mandó a la escuela de la señora Gregoria Díaz, en el pueblo de Guama, y allí aprendí los primeros rudimentos de una enseñanza demasiado circunscrita. (...) Una maestra, como la señora Gregoria, abría escuela como industria para ganar la vida, y enseñaba a leer mal, la doctrina cristiana, que a fuerza de azotes se les hacía aprender de memoria a los muchachos, y cuando más a formar palotes según el método del profesor Palomares. Mi cuñado Bernardo Fernández me sacó de la escuela para llevarme a su tienda de mercería o bodega”, etcétera, etcétera. (“Autobiografía del general José Antonio Páez”, Edición de Petróleos de Venezuela, C. A., Caracas, Venezuela, 1990) Esa “Autobiografía” fue publicada en Nueva York en 1869, dos años después de haber sido “presentada” a la autoridad local; en su tiempo se dijo, aparentemente sin base alguna, que el trabajo había sido escrito, o reescrito, por Felipe Larrazábal, (1816-1873). La distancia entre Acarigua, Guanare o Curpa y Guama, es considerable, y lo era mucho más en aquellos tiempos, cuando no existían carreteras propiamente dichas, y Páez no explica cómo fue a tener su madre a Guama, tan lejos de donde debe haber estado su marido, si es que su marido vivía aún. Sí cuenta, y esa anécdota ha sido repetida una y otra vez a lo largo del tiempo, el incidente que tuvo con unos ladrones que trataron de apropiarse de un dinero que irresponsablemente exhibió en una bodega, en junio de 1807, cuando era un mozalbete de 17 años, en el pueblo de Yaritagua, mientras regresaba de Cabudare, pueblo cercano a Barquisimeto, a donde fue a hacer unas gestiones, enviado por la madre. Cuatro asaltantes le cayeron encima, mató a uno y puso en fuga a los otros tres, y poco después se vio forzado a irse de San Felipe. Fue así como empezó su verdadera aventura llanera, en Barinas, en tierras del mantuano terrateniente Manuel Antonio Pulido, hombre que tendría alguna figuración en aquellos primeros días de la Independencia, en 1810. De simple peón maltratado pasó a ser negociante de ganado para su patrón. Inicialmente fue víctima de los abusos de un capataz, el negro Manuelote, a quien años después Páez tomó prisionero y, según cuenta, lo trató con la mayor bondad, y que, ante las burlas de los otros llaneros afirmó: “Ya sé que ustedes dicen eso por mí; pero a mí me deben el tener a la cabeza un hombre tan fuerte, y la patria una de las mejores lanzas, porque fui yo quien lo hice hombre”. A los 19 años se casó con Dominga Ortiz, dueña de tierras en Canaguá, en las cercanías de Pedraza o Ciudad Bolivia, en pleno Llano barinés. Ya entonces se destacaba como un mozo muy inteligente y activo, que aprendía día a día y que con el tiempo llegó a ser hasta culto. En los días de la Patria Niña se inició su carrera militar. Sirvió bajo las órdenes de Pulido, luego, caída la primera República, se refugió en Canaguá, de donde debió salir obligado por el gobernador realista Tíscar, a llevar unas bestias a Barinas. Poco después se incorporó a una partida republicana, en el tiempo en que Bolívar llevaba adelante su Campaña Admirable. Luego venció en Canaguá a un jefe realista y fue ascendido a capitán. Pero la reacción del enemigo lo llevó a ser prisionero y a enfrentar en capilla su propia muerte, de la que escapó al inventar un “ejército de ánimas” que puso en fuga a los pusilánimes enemigos. A comienzos de 1814, se incorporó a las fuerzas de Ramón García de Sena, en Barinas. Luego de un tiempo en Mérida, se incorporó en septiembre a la columna de Rafael Urdaneta que, perdida la segunda República, iba hacia la Nueva Granada. Pronto estuvo en los Llanos de Casanare, y luego de un notable triunfo en Mata de la Miel, fue ascendido a teniente coronel. Ya su fama se había extendido por los Llanos occidentales, y empezaba a hablarse de él como el “Taita”, que bien podía sustituir al “Taita” Boves en la admiración de los llaneros. En 1816, cuando dio sus primeros pasos en el campo de la política propiamente dicha, cuando Manuel Valdés le ordenó que asistiera a una reunión en la villa de Arauca, en la que se designaría un gobierno provisorio, que quedó integrado por Fernando Serrano, neogranadino, como presidente, Francisco Javier Yanes como Ministro Secretario y Rafael Urdaneta y Manuel Serviez como consejeros de Estado, en tanto que Francisco de Paula Santander quedó designado Comandante General del Ejército. Pero poco después, en septiembre, una Junta compuesta por Juan Antonio Paredes, Fernando Figueredo, José María Carreño, Manuel Antonio Vásquez, Domingo Meza, Francisco Conde y el propio Páez, sustituyó a Serrano y a Santander por Páez, ascendido a general de brigada. Ignoraban, aun sabiéndolo, que Simón Bolívar, en una asamblea celebrada en la Villa del Norte, en la isla de Margarita, el 7 de mayo de ese mismo año de 1816, había sido confirmado como jefe de los independentistas, de todos, incluidos los que habían formado aquel gobierno de Guasdualito. Él lo narra con candidez en su “Autobiografía”: “El día 16 de septiembre de 1816 llegué al cuartel general de Santander, y después de lo que he referido anteriormente, los jefes y oficiales que habían quedado en el campamento, y una gran parte de los paisanos salieron a recibirme proclamándome su jefe supremo. Sorprendido por aquel suceso les reconvine diciéndoles que cómo desconocían a Santander y demás autoridades que los mandaban. Contestaron que no descubriendo en Santander la capacidad y buen tino para salvarlos en aquellas circunstancias tan peligrosas, habían acordado dar aquel paso ‘a fin de que yo les liberara de la capilla en que ya se consideraban’”. Así, Páez se convirtió en jefe. Había empezado la enemistad entre esos dos personajes, enemistad que le costó la vida a Bolívar, a Sucre y a Colombia la Grande. Sin duda, era ya el personaje central de la guerra en los Llanos, y el que había sustituido a Boves como jefe, como caudillo de los llaneros. Luego de librar varias batallas, el 3 de enero de 1818 se entrevistó en el hato Cañafístola con el Libertador Simón Bolívar, y de esa reunión salió la unión de las fuerzas de ambos y el reconocimiento de Páez de la jefatura del caraqueño. Unión que, con algunos lunares, se mantuvo firme hasta la batalla de Carabobo, en junio de 1821, con algunos momentos heroicos como la batalla de las Queseras del Medio, conocida como la de “Vuelvan Caras”, y otros menos heroicos, como la de Calabozo, en la que Páez hizo imposible el triunfo definitivo de las armas venezolanas. Lograda la Independencia, echó a volar por su cuenta y en cierta forma dañó la obra de Bolívar, pero afianzó la propia al dar a luz a Venezuela.
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