Blog de Víctor José López /Periodista

viernes, 10 de abril de 2020

JESUCRISTO Por Eduardo Casanova

EDUARDO CASANOVA



Las religiones existen en lo más profundo de la Consciencia de cada ser humano. Son necesarias y convenientes. En ningún caso pueden ser perjudiciales, salvo si se abusa de ellas. El animismo, el politeísmo y muchas tendencias equivocadas, parecen hoy haberse extinguido o estar muy cerca de la extinción. El progreso y el conocimiento tienden a hacerlas desaparecer. Desafortunadamente, también el progreso y la razón –aunque no deberían– parecen atentar contra la vigencia de todas las religiones, lo que es un error. Sin embargo, la tercera parte de la humanidad acepta hoy a Jesucristo, no solamente como hijo de Dios, sino como Dios mismo. No parecería que Jesús se haya atribuido expresamente la condición de hijo de Dios, aunque pasajes del Nuevo Testamento, como aquel que le atribuye las palabras “En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella) en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivirán”, han sido interpretados como afirmativos de que se la atribuía, y en el momento de la muerte de su cuerpo se dirigió a Dios como a su padre, preguntándole que por qué lo había abandonado. Pero un análisis del pasaje bíblico no revela esa intención. Habla del Hijo de Dios, no necesariamente de Cristo. Y en su diálogo con Marta, la hermana de Lázaro, Jesús habría dicho “Porque esta es la voluntad del Padre: que el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo le resucite el último día”. Afirma que Dios es el Padre, el padre de todos los seres humanos, y Cristo escogió convertirse en humano, de modo que no hay allí una afirmación que lo convierta en el único hijo, sino en uno de los miles de millones, y hasta más, de hijos del Padre. Y desde luego, lo de resucitar no pasa de ser algo simbólico, pues quien haya estado en el Paraíso no va a querer por nada regresar a la Tierra. Uno de los mensajes más claros de Cristo revela que conocía muy bien el Paraíso, no por haber oído hablar de él sino por haber estado allí. Hablo de cuando dijo: “No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis”, con ello anunció claramente que no habrá nada parecido al Paraíso en este mundo y en esta vida, sino en la Eternidad. Y con ello acabó para siempre con la idea del Reino Mesiánico, y anunció claramente que su reino no es de este mundo. Que hay que esperar el fin de la vida para conseguir la perfección. Ahora bien, ¿quién fue en realidad Cristo? ¿Cómo pudo proyectarse de tal manera a partir de un oscuro lugar de una provincia muy poco importante del Imperio Romano? En primer lugar hay que tomar en cuenta que en ese oscuro lugar existía con total vitalidad y desde hacía bastante tiempo el monoteísmo, que ya era percibido como una necesidad en algunas partes del mundo. La ilógica pluralidad de dioses que existía en Roma era un enorme disparate, y eran muchos los que se aprovechaban vilmente de ella. Luego, su prédica del bien, y en defensa de los menos favorecidos, encontró eco muy rápidamente en donde quiera que fue difundida. Inicialmente, cuando todavía se le consideraba una secta interna, entre los judíos, porque su sometimiento a los romanos, los infieles paganos, era humillante, y luego en el Imperio porque la situación social, el abuso de los nobles y poderosos, era realmente intolerable. Pero tiene que haber habido mucho más que eso. ¿Puede haber sido Cristo el hijo de Dios? Parecería que eso tiene mucho que ver con el lenguaje. Se puede decir, por ejemplo, que un grupo de deportistas está formado por hijos de ese deportista, sin darle al término “hijo” su significado estricto de progenitor. Creo sencillamente, y en eso no le pido a nadie que me acompañe, que Jesucristo fue un Arcángel, un ser muy especial, muy cercano a Dios, un alma originaria, a quien le fue permitido por alguna razón que tampoco podemos conocer, encarnarse, convertirse en persona de carne y hueso. Sería el primero en hacerlo, después de los Adanes y las Evas, y sería también el primero y único en no haber sido concebido mediante relaciones sexuales desde la creación de la especie humana. Pero de alguna forma fue un alma que entró al cuerpo de una mujer, y lo más importante es que sabía, sin duda alguna, la verdad. Entre otras cosas sabía que Dios en realidad no interviene directamente para nada en la conducta de los humanos, por lo que la salvación de cada quién depende de su propia actuación en la vida. Quería corregir el rumbo que llevaba la humanidad y en buena parte lo logró. La humanidad no sería la misma desde su paso por la Tierra. No sería perfecta, porque la perfección es algo definitivamente imposible para los seres humanos, pero a partir de su sacrificio por el prójimo, la humanidad empezó a mejorar. Y mejoró. El mundo cristiano es mejor que el mundo antes de Cristo, aunque todavía haya muchísimo, demasiado, que corregir, incluso en su propia iglesia, que es cosa de hombres, no de Dios. Y si se logra apartar de las mentes la ambición y se impone, como quería Cristo, la humildad, tarde o temprano la humanidad llegará a una verdadera edad de oro. Cristo fue el más importante de los mensajeros de Dios en la Tierra, y es así como hay que entenderlo. La respuesta a la pregunta anterior es clara: Emmanuel, Cristo, Jesús, Jesucristo sí fue hijo de Dios, en el sentido más noble que puede dársele a esa condición. Tenía todo el derecho a proclamarse tal, pues no ha habido otro ser humano tan cercano a Dios como él, y si todos los habitantes del planeta siguieran sus consejos, el mundo llegaría a ser casi perfecto. Cristo ha sido un ejemplo maravilloso, y en el Paraíso tiene que tener una posición privilegiada. Es algo que mucha gente ha intuido y es verdad. En realidad no hay noticias históricas de Cristo en su tiempo. Su presencia en este mundo, en un rincón apartado y muy poco importante del planeta, en su momento, fue casi universalmente ignorada, y las noticias sobre él aparecerían mucho después, en la medida en que su mensaje y su religión fueron expandiéndose e imponiéndose, primero en el Medio Oriente y en el Imperio Romano y después en buena parte del resto del mundo cercano al continente europeo. Fue Rabino, y nunca pretendió ser otra cosa. La vida humana de Cristo fue breve, y profesó en plenitud la religión judía. Apenas tuvo unos tres años de vida pública, durante los cuales logró una cierta fama entre los israelitas, especialmente entre los pobres, por lo que se sintieron amenazados por sus prédicas tanto las autoridades romanas del sitio como los jefes de la religión judía. Fue perseguido, capturado, juzgado sumariamente y condenado a una muerte infamante en una cruz, que era la forma de ejecutar a los peores delincuentes. Asumió su condena con valentía y no hizo nada por salvarse, lo cual tuvo alguna importancia en cuanto a la opinión de sus seguidores sobre él. Luego de haber sido enterrado, se dice que resucitó entre los muertos a los tres días y volvió a encontrarse con sus discípulos muy brevemente antes de ascender al cielo. Sus discípulos, hombres sumamente humildes, pronto empezaron a difundir su doctrina no solamente en tierras de los judíos sino en otros espacios de la geografía. Se separaron de los judíos ortodoxos al establecer el bautizo y no la circuncisión como la forma en que un varón se unía a su Iglesia. En todo caso, en un mundo en el que siempre ha predominado el egoísmo y la maldad ha sido lo constante, el mensaje de paz y de amor de Jesucristo y su sacrificio voluntario terminaron imponiéndose, y hoy son parte de la vida de la tercera parte de la humanidad. Ojalá que a la larga lo sea de toda la humanidad, que así se acercaría cada vez más a la perfección.

Fragmento de mi libro inédito “Vida y Eternidad”


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