Blog de Víctor José López /Periodista

sábado, 4 de enero de 2020

TÚ ME ACOSTUMBRASTE por Fernando Mires






Tú me acostumbraste, a todas esas cosas/ y tu me enseñaste/ que son maravillosas/ Sutil, llegaste a mí/ como una tentación / llenando de inquietud/ mi corazón/ Yo no concebía/ Como se quería/ en tu mundo raro/ y por ti aprendí/ Por eso me pregunto/ al ver que me olvidaste/ Porqué no me enseñaste/ cómo se vive sin ti


 Escribe Aristóteles en el Libro X de la Ética a Nicómaco (2003) que hay tres opiniones relativas a cómo hacer de cada uno una persona valiosa: a través de las disposiciones naturales, del acostumbramiento y de la educación. Aristóteles desconfiaba de las disposiciones naturales. Para él, el ser humano sin vida ciudadana (política), es el más inferior de los animales (1962, pp.24-25). Mucho tiempo después, Kant, quien era mucho más religioso de lo que generalmente se piensa, asumía la fórmula agustina que sostiene que todo lo creado es bueno y por lo tanto sólo hay que encauzar las disposiciones naturales que ya contienen los mecanismos de la razón y, consecuentemente, de la moral ya que según Kant, la moral viene de la razón (1995, pp. 29-52)
Según Aristóteles la educación debe valerse del acostumbramiento. El “oyente”, que es así como Aristóteles denomina al que se está educando, debe acostumbrar sus oídos a la enseñanza impartida. La misma opinión sostiene Diotima de Cuba, quien una vez me confesó que todo lo que ella sabía lo había aprendido de alguien. Yo pregunté si también todo lo que ella “sentía” lo había aprendido de alguien. Y ella me contestó:
-Lo único que nadie me ha enseñado, chico, es a sentir miedo. Eso lo aprendí yo solita, y desde el mismo día en que nací.
En fin, ya tenemos cuatro opiniones sólidas que hablan a favor de la enseñanza a través del acostumbramiento: Aristóteles, Kant, Diotima y Olga Guillot. A esas cuatro opiniones, sumo la mía.
Tiene razón Diotima. Si reviso mi historia personal, todo lo que soy lo he aprendido de alguien. Yo soy -como imagino somos casi todos- una “persona de segunda mano”. Lo que pienso, lo que creo, lo que odio, me llegó de afuera, de un aprendizaje a veces arduo y constante, así como de un acostumbramiento del oído y de la razón a las enseñanzas recibidas.
Diotima afirma que nadie le enseñó a sentir miedo. De ahí podríamos deducir que el miedo es el más natural de los saberes y, por lo mismo, el padre de todos los saberes. Porque, de acuerdo a la tesis de Diotima, ella aprendió lo que aprendió para olvidar el miedo, y el miedo –creo que eso es lo que quiso decir Diotima- viene del “no saber”. De esa premisa deduzco -y en ese punto creo que Aristóteles está plenamente de acuerdo conmigo- que para “saber” quién uno es, debemos aprender a ser, y eso lo aprendemos de otros, no de nosotros. Luego, ese famoso “yo- sólo- sé- que- nada- sé” de Sócrates, es condición no sólo del saber, sino del propio “saber- ser”. Somos gracias al conocimiento del ser.
Para que el ser nos sea revelado tenemos que verlo primero en los ojos de los demás. Y después de verlo, conocerlo. Ocurre algo parecido con la música. Si escuchamos por primera vez una melodía, puede que no nos diga nada. Pero si uno la escucha repetidamente puede que guste y finalmente lleguemos a entonarla. A veces sucede a la inversa. Uno escucha por primera vez una melodía y queda embelesado. En ese segundo caso la melodía no ha pasado por la fase del aprendizaje. Así como hay amores a primera vista hay, en la música, amores a primer oído. Podemos hablar, incluso, de revelaciones, pues todas las revelaciones aparecen frente a nuestros sentidos. No obstante, no estoy muy seguro si esas revelaciones no las hemos aprendido (conocido) antes de que aparecieran, quizás no en la misma forma como se nos revelan, pero sí, como diría el mismo Aristóteles, en su forma de potencia. De tal manera que cuando nos gusta una melodía es porque la potencia de su existencia ya estaba en nosotros y lo que revela la melodía es una parte de uno mismo que habiéndola ya adquirido (aprendido) no asomaba todavía a la luz del día. Hay, en este sentido, una interesante anécdota que narra el ex Beatle, Paul McCartney
Cuenta Paul McCartney que una noche soñó con la música de Yesterday. Al día siguiente escribió la hermosa balada y la mostró a John Lennon quien al escucharla dijo: “tengo la impresión de que esa melodía ya la he escuchado mil veces”. Efectivamente, la había escuchado mil veces dentro de sí. Esa música ya estaba escrita, tendencialmente, en la historia musical de los Beatles. Paul MacCartney al componerla la había sacado “afuera” de aquel lugar donde yacía oculta antes de que naciera. Si no la hubiera compuesto él, quizás -aunque a su manera- la habría compuesto John Lennon. Eso significa que Yesterday ya “estaba” antes de ser y ya “era” antes de estar.
Cuando una persona aparece ante nuestros ojos como un milagro es porque la esperábamos, y la esperábamos porque antes de que apareciera ya habíamos aprendido a conocerla. Antes de la persona, existía, para decirlo en las palabras de C.G. Jung (1990), su “arquetipo”.
Como muchos saben, los arquetipos para Jung podían tener orígenes prehistóricos. No obstante, permítaseme discrepar en este punto de Jung. Tengo la impresión de que el arquetipo no precede al conocimiento del ser, sino a la inversa: el aparecimiento del ser revela su arquetipo. Eso significa que el arquetipo no es una presencia sino una forma de ser configurada en su ausencia. Quiero decir: no es la ausencia del arquetipo la que revela su presencia futura, sino su presencia-presente revela su ausencia pretérita.
Hay quienes aparecen sutilmente en nuestra vida, nos enseñan lo que saben, aprenden lo que no sabían, hasta que, acostumbrados a ese saber común, no podemos concebir que la vida pueda ser posible sin esas personas. Porque lo que uno aprende no se olvida tan fácil. Todo lo que aprendemos de alguien queda en nosotros como parte de su presencia. Así, los que se van, en la distancia siguen cerca, y los que mueren, continúan viviendo en nosotros. Amar es aprender a conocerse. El amor es un idioma común que aprendemos a conocer a través de alguien. Como todo idioma, no nacimos hablándolo. Y aprender un nuevo idioma no es fácil. El amor, como idioma, es difícil aprenderlo y requiere de cierta disciplina, tiempo y trabajo. Por lo tanto, el amor no es algo tan natural como muchos imaginan. Aquello que es natural es el deseo de ser en el otro, deseo que sin amor puede ser muy destructivo.
Si el amor fuese algo natural nadie nos ordenaría que amáramos a nadie. Y los mandamientos religiosos así lo ordenan, por algo se llaman mandamientos, pues mandan. Y nadie manda a otro que haga lo que quiere hacer. Las leyes, en cambio, a diferencia de los mandamientos, no obligan a amar. En el mejor de los casos, obligan a no asesinar a quienes odiamos. Por eso, las buenas leyes, como postulaba Montesquieu (1970), vienen de las buenas costumbres. Y las buenas costumbres hay que aprenderlas como el idioma, o como el amor.
Con las leyes, que por serlo son minimalistas, casi ningún ciudadano honesto tiene grandes problemas. Los mandamientos, que por ser mandamientos son maximalistas, nos exigen mucho más. Nos exigen amar al prójimo, por ejemplo. Pero al menos exigen amarlo como a uno mismo y muchos no se aman tanto como creen, o no se tratarían tan mal. El problema grande es cuando nos exigen amar a nuestros enemigos. Y aquí debo confesar: en ese punto me he encontrado muchas veces “sobrepasado”. Puede, pensaba yo, que alguien en un momento de éxtasis llegue a perdonar a un enemigo. Pero, si es verdad que con el perdón comienza el amor, el perdón en sí no es el amor. Se puede, por ejemplo, perdonar a alguien olvidándolo. Nadie ama a quien olvida. Pero amar a un enemigo, eso me parece sobrehumano. Casi inhumano. De modo que decidí aprovechar mi breve estancia en la Isla para preguntar a Diotima, que todo lo sabe, su opinión al respecto.
- Diotima- dije cuando la divisé debajo de la estatua de Antonio Maceo, justo cuando terminaba de ver la suerte en las manos de un ingenuo turista (Se parecía a Win Wenders; o quizás era Win Wenders) Una pregunta: ¿Tú eres religiosa?
- ¿Y tú que te crees? Yo soy católica, apostólica y cubana.
- ¿Y piensas que es posible amar a los enemigos?
- Yo no tengo enemigos. ¿Tú los tienes?
- No te pregunto a ti, sino en general. ¿Es posible amar a los enemigos?
- Yo creo que tú tienes enemigos. Estoy segura, por ejemplo, que tú tienes enemigos políticos.
- De esos me sobran, tengo hasta para regalar.
- ¿Y los amas?
- Por supuesto que no, por eso te estoy preguntado si es posible amar a un enemigo.
- Muy claro, porque si los amaras, piensas tú, no serían tus enemigos. Mira chico, sentémonos aquí. Yo te lo voy a explicar así de fácil. La cosa es que tú puedes tener enemigos y al mismo tiempo amarlos. Porque en las palabras bíblicas nadie te ordena que no tengas enemigos. Simplemente te ordenan que los ames. O sea, según esas palabras, se puede tener enemigos y no odiarlos sin que dejen de ser enemigos.
- Eso es precisamente lo que no entiendo.
- No entiendes porque lees mucho, Fer. Lo que te quiero decir es muy fácil. Un enemigo es enemigo porque no quiere nada bueno para ti. ¿No es cierto? O es enemigo, porque representa algo malo que tú odias. ¿Es así? Bueno: Entonces tú no lo odias a él, sino lo malo o el mal que hay en él. Porque al mal, negro, tú no lo puedes amar. Pero al malo, que es el que lleva el mal consigo, tú lo puedes amar.
- ¿Cómo?

- Tratando de quitarle el mal. Imagina chico, que alguien a quien conoces está enfermo. ¿Qué haces tú? Tú llamas al médico para que le quite el mal. Así hay que hacer con un enemigo. Ayudar a quitarle el mal para que no sea malo y así pueda ser tu amigo.

- ¿Y cómo se hace eso? (por un momento pensé en los exorcistas jesuitas que arrancan el demonio del cuerpo)

- Ay, como quieres tú que te lo diga todo, tú. Ese es tu problema. Si el enemigo es un conocido tuyo, tú puedes discutir con él, hasta convencerlo de que lo que él hace o piensa es malo. Y si es un desconocido, escribe un artículo, o un libro, en contra de las ideas malas que representa.
- ¡Pero eso es lo que he hecho siempre Dioti!
- Eso significa que tú amas a tus enemigos. Lo que pasa chico, es que tú no lo sabías.
Entonces dije a Diotima: - Dioti, he aprendido tantas cosas de ti estos días. ¿Por qué no me enseñas como se vive sin ti?
Diotima la Cubana abrió su inmensa bocaza, soltando su risa al aire.
- Eso yo no te lo voy a enseñar, negro. Yo no te lo voy a enseñar.

"Tú me acostumbraste" en la versión de Olga Guillot  AQUÍ

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