Desde agosto de 1957, en especial los jóvenes, luchábamos contra el usurpador Pérez Jiménez, y todo el mundo nos decía que era imposible la caída porque tenía el apoyo total de las fuerzas armadas. Pero ese apoyo no era tan “total”. La farsa fraudulenta del “plebiscito”, en diciembre de ese año, disparó resortes que nadie había imaginado. El 1º de enero de 1958, mientras los altos jerarcas del régimen y la mayoría de los habitantes del país dormían aún los efectos de las celebraciones de Año Nuevo, el alegre vuelo de aviones de combate anunció que la Fuerza Aérea se había alzado en contra del dictador. La acción la inició la Unidad Escuela de Paracaidistas, en el Cuartel Sucre, frente a la Plaza Bolívar de Maracay, y luego se sumaron la aviación y las otras fuerzas. Los capitanes Ennio Ramón Ortiz Cordero y Martín Parada, entre otros, y el oficial retirado Hugo Montesinos Castillo, fueron los héroes de la jornada. Ya era evidente que la tiranía agonizaba. Un grupo de tanques de guerra, al mando del comandante Hugo Trejo, en lugar de rodear y tomar el palacio de Miraflores, en donde Pérez Jiménez y los más altos jefes del régimen hubieran sido capturados, enfiló hacia Maracay con objeto de unirse a los aviadores alzados en una maniobra desesperada. Pronto se supo que estaban varados cerca de Los Teques, y la radio del gobierno emitía jaquetonas amenazas. Les ofrecía un “regalito” desde el aire si no se rendían. En la tarde los “bombardearon” con volantes para que supieran que ya la Aviación alzada se había rendido (lo cual podían averiguarlo oyendo la Radio Maracay, que después de repetir hasta la saciedad “la libertad no se mendiga, se conquista”, había sido neutralizada). Al caer la noche ya estaba preso Hugo Trejo y los tanques regresaban, sumisos, a su cuartel. Pero hasta los más descreídos empezaban a entender que la tiranía estaba herida de muerte. Era cuestión de días, o de semanas. Muchas son las cosas que entonces se precipitan y muchas las iniciativas que concurren a la derrota de la dictadura. En la noche del ocho de enero un grupo de jóvenes, entre los diecisiete y los veinte años, se prepara a asaltar la Radio Nacional y sostenerla por el tiempo necesario para transmitir el contenido de una cinta magnetofónica en la que se llama a las fuerzas armadas a apoyar al pueblo y derrocar al dictador. Era un comando suicida, a cuyo frente estaría Gastón Carvallo. Usarían pistolas, revólveres y escopetas de cacería, algunas de ellas recortadas. La Radio Nacional estaba dos o tres cuadras al Norte del palacio de Miraflores y en poco tiempo, quizá insuficiente para que se radiara toda la cinta, las fuerzas del dictador habrían aplastado la casa pastoreña con sus equipos y sus invasores. Pero habría sido suficiente para crearle otro dolor de cabeza al dictador, que ya daba muestras de debilidad y desconcierto. Afortunadamente para los jóvenes y sus familias, a última hora el capitán Abdelnour (que después sería edecán de Wolfgang Larrazábal) le comunicó a Gastón Carvallo la decisión de no llevar a cabo aquella aventura, porque algo mucho mayor se aproximaba. Y ese algo mucho mayor fue el alzamiento de la Marina, que acarreó un cambio de gabinete. Laureano Vallenilla Lanz (hijo) y Pedro Estrada se convierten en “chivos expiatorios” y son expulsados del país. Objetivamente, ni el uno ni el otro son tan culpables de todo lo que había ocurrido. El verdadero culpable fue Pérez Jiménez, seguido de la burguesía que lo encumbró y lo aduló, y de la política de Estados Unidos que quería un Somoza en Venezuela. En el nuevo gabinete aparece como ministro de Educación el general Néstor Prato, y los estudiantes sueltan en El Silencio un burro con gorra militar y un vistoso letrero que decía: “Soy el Ministro de Educación.” Todos los días y a toda hora hay manifestaciones y arrestos. Jóvenes como Ricardo Sillery y Reinaldo Figueredo son hechos presos y golpeados con salvajismo. El 13, Pérez Jiménez expulsa del país al general Rómulo Fernández, a quien unos días antes había designado ministro de Defensa y trató de pescar en río revuelto. La Junta Patriótica convoca para una huelga general el martes 21 de enero de 1958 a las doce en punto del día. A esa hora los automóviles sonarán con insistencia sus bocinas, las fábricas sus sirenas y los templos sus campanas, y cesará toda actividad productiva hasta que el dictador se vaya. Se harán manifestaciones pacíficas en las calles y plazas y jornadas de oración en las iglesias. Los partidos políticos, los gremios, los sindicalistas y los estudiantes serán los más activos en la organización de la huelga. El tambaleante gobierno arrecia su represión y trata de confundir al pueblo con volantes de contrainformación, pero es poco o nada lo que consigue. Hay un claro rechazo a la tiranía y a sus métodos y robos y abusos. El 21 de enero el gobierno solo cuenta con un grupo de policías y de guardias nacionales para defenderlo. Y los esbirros de la Seguridad Nacional. En acción desesperada, la policía política arresta a los principales editores de periódicos y revistas para obligarlos a defender al régimen, pero la decisión colectiva está tomada. También son privados de libertad numerosos intelectuales, empresarios y firmantes de manifiestos. Son pancadas de ahogado del régimen. A la hora fijada empieza la huelga general. Al principio con cierta timidez, como si aún el miedo impusiera una cuota de prudencia. A las dos de la tarde ya es general. En el centro de Caracas hay enfrentamientos entre manifestantes y grupos de policías. Varios civiles caen muertos o heridos. La gente sale de sus casas y envuelve a los heridos en banderas nacionales para llevarlos a los hospitales. En un momento dado aquello parece una batalla campal. Llegan noticias del interior. En todo el país el cuadro es similar. En Caracas se escuchan las amenazas de los jefes policiales. En un inusitado despliegue, la Seguridad Nacional busca en sus casas a todos los que considera enemigos importantes del régimen, como Arturo Uslar Pietri, y los lleva a la Cárcel Modelo, con intenciones de embarcarlos después hacia Ciudad Bolívar y Guasina. Centenares de manifestantes son llevados a las jefaturas civiles o a la Seguridad Nacional. Pancadas de ahogado. Porque el 22 de enero se alzaron la Escuela Militar, la marina, el ejército y lo que quedaba de la aviación. Pérez Jiménez no tuvo más remedio que huir de Miraflores (fue entonces cuando en una silla dejó olvidado un maletín con documentos que fueron más que suficientes para probar hasta la saciedad una fracción de sus robos y sus negocios sucios, pequeña pero más que suficiente para condenarlo por peculado y conseguir que Estados Unidos concediera su extradición posteriormente). Poco después de la una de la madrugada del jueves 23 de enero de 1958, numerosos caraqueños escuchamos el inconfundible ruido de un avión a hélice que echaba a volar desde el aeropuerto de La Carlota, al Este de la ciudad. En plena madrugada empezó la celebración de banderas y pañuelos, que duró hasta bien entrado el día. Luego fue el espectáculo de la toma de la Seguridad Nacional, y la caza de esbirros, y la ciudad sin policía, pero también sin delincuencia. Inicialmente se había formado una Junta Militar integrada por el contralmirante Wolfgang Larrazábal, por unos minutos el oficial más antiguo de las fuerzas armadas, y los coroneles Carlos Luis Araque, Pedro José Quevedo, Abel Romero Villate y Roberto Casanova, pero en la misma tarde del 23 la protesta popular obligó a huir al “Gato” Romero Villate y al “Turco” Casanova, que fueron sustituidos por Eugenio Mendoza y Blas Lamberti. Era evidente que los pesimistas se habían equivocado. Y los principales gobiernos del mundo reconocieron de inmediato a la Junta. Renacía la Democracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario