Blog de Víctor José López /Periodista

jueves, 9 de enero de 2020

DICTADURA Y CORRUPCIÓN Por Eduardo Casanova

Eduardo Casanova

Parecería inevitable que en las dictaduras haya corrupción, y la razón es muy simple: quienes no respetan las leyes y las normas de convivencia difícilmente van a acatar la obligación de ser honestos.
 O quien no tiene empacho en actuar fuera de la ley en política tampoco lo tiene en el resto de las actividades humanas. 
Ese fue el caso de Marcos Pérez Jiménez, que en dos oportunidades dio golpes de estado y al convertirse en jefe de Estado no tuvo dificultades para volverse un simple delincuente, un mal ladrón. Puede haber sido un gobernante eficiente, pero no bueno, y fue un pésimo político además de corrupto. El tiempo en que usurpó la presidencia de la República quedará inscrito en la memoria de Venezuela como uno de los más indignos de la historia del país, solamente superado en indignidad por los de Chávez y Maduro. No solamente por su origen espurio y su condición totalitaria y de terrorismo policial, torturas, abusos y atropellos, sino por todo lo que en él se desperdició y por la terrible corrupción que dominó la casi totalidad de sus actuaciones que se ha proyectado al porvenir como un cáncer que todo lo daña y todo lo corroe y que ha sido un mal ejemplo que aún persiste y que a partir de 1999 ha crecido con toda su terrible fuerza. Antes de Pérez Jiménez no existió en realidad tanta corrupción como entonces, dígase lo que se diga. Antes hubo actuaciones dudosas, y desgraciadamente las ha habido después también, pero en los cuarenta años de democracia hubo la posibilidad de denunciar a los corruptos. Y basta con ver cómo han vivido los presidentes de la democracia para darse cuenta de que ninguno se enriqueció realmente en el poder, en tanto que Pérez Jiménez no solo dejó pruebas en un maletín que sirvieron para enjuiciarlo, sino que en Madrid llevó una vida de multimillonario que demostraba su culpabilidad. En tiempos de la democracia se hizo un esfuerzo serio por combatir la corrupción, y solo se dio en contadas excepciones que todo el mundo descubrió. La impunidad y los abusos flagrantes solo volvieron al tener de nuevo un gobierno militarista, a partir de 1999. Desde luego, sería un gran despropósito afirmar que todos los colaboradores de Delgado Chalbaud y Pérez Jiménez fueron corruptos o delincuentes. Difícilmente se podría pensar que un abogado ilustre, como Luis Felipe Urbaneja, lo haya sido. O un ingeniero de excelente formación, como Gerardo Sansón, o un intelectual como Augusto Mijares. Fueron producto de una concepción política equivocada, que admiraba al “hombre fuerte” y despreciaba la democracia, pero no se les puede acusar de corruptos. Algunos fueron pescadores en río revuelto y aprovecharon la realidad para enriquecerse y abusar del poder. El abusivo régimen se inició con un golpe de fuerza al estilo de los gánsteres de Chicago. La población, con las puntas de los fusiles apuntándola, tuvo que aceptar lo que se le imponía a la fuerza, aunque algunos se dispusieran a resistir. Como la mayoría de las dictaduras, la de Pérez Jiménez tendió hacia las obras enormes, algunas de ellas suntuosas, pero otras útiles. El ingreso petrolero, seguro y creciente, aun cuando ha debido y ha podido ser mayor, fue más que suficiente para dar una impresión de dinamismo, pero en justicia hay que reconocer que uno de los grandes crímenes de Pérez Jiménez fue el desperdicio. Las comisiones ilegales que se repartieron algunos altos jerarcas encarecieron de tal modo las obras, que es casi seguro que por cada diez bolívares se hubieran podido usar no menos de trece o catorce en lo que se hizo, lo cual implica que dejó de hacerse muchísimo y se perdieron grandes oportunidades. El “Nuevo Ideal Nacional,” hablaba de transformación del medio físico y le daba prioridad a lo material, a lo inmediato, a lo que pudiera generar dinero, mucho dinero, para él y los suyos. Paralelamente hacían preso y torturaban a los partidarios de la democracia. Poco a poco la represión y el crimen organizado como métodos de gobierno se iban apropiando del país. En diciembre del 53 el presidente anunció a la nación todo un programa de obras de corte nacionalista, no muy diferente a lo que podría haber anunciado en su momento Benito Mussolini. El 2 de diciembre había inaugurado la Autopista Caracas-La Guaira, obra proyectada desde tiempos de López Contreras, iniciada en el gobierno de Medina, interrumpida en los gobiernos del Acción Democrática, reiniciada y continuada por los de la Junta Militar y la Junta de Gobierno, y concluida en el de Pérez Jiménez. Igual fue el Círculo Militar, la otra obra estrella inaugurada el 2 de diciembre del 53. Por la celebración en Caracas de la X Conferencia Interamericana, el gobierno propició una “apertura,” soltó a unos cuatrocientos presos políticos (los que consideraba menos peligrosos) y anunció que permitiría la entrada al país de todos los exiliados. La Conferencia sirvió para afianzar el apoyo de los Estados Unidos al régimen, equiparado entonces a las otras dictaduras latinoamericanas que tenían la bendición del Norte. En esa oportunidad el secretario de Estado de Washington, John Foster Dulles, informó al gobierno de Venezuela acerca de los planes del suyo de tumbar, mediante una invasión de opereta para la que pedía apoyo moral, al presidente Jacobo Arbenz, de Guatemala. Y de paso, le exigió un regalito para el dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza, lo cual fue gustosamente aceptado por el nuevo “our son of a bitch” del Caribe. En marzo de 1955 fue expulsado de Venezuela el dirigente sindical holandés Adrianus Vermeulen, que asistía a la quinta reunión del Comité de la industria petrolera de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), porque denunció la intervención gubernamental en las organizaciones sindicales venezolanas y la prisión y persecución de sus auténticos dirigentes. Ello motivó la decisión casi unánime (sólo Venezuela votó en contra) de suspender las reuniones, lo que a su vez llevó a la dictadura a retirarse de la OIT. Algo que tentaría a otro gobierno a comienzos del siglo XXI. En tiempos de la tiranía se produjo la mayor destrucción de sitios históricos que ha visto Venezuela. La casa de Francisco de Miranda, la casa que se creía de Andrés Bello, la auténtica casa de Bolívar, el Colegio Chávez, en fin, casi todo el patrimonio histórico, sobre todo de Caracas, fue destruido, generalmente por inmigrantes inescrupulosos, previo soborno a las autoridades, privando así a los venezolanos del porvenir de poder mirar su Historia. Sin embargo, la Historia reconocerá que el régimen de Pérez Jiménez significó un tiempo de progreso material para Venezuela. En cambio las dictaduras de Chávez y Maduro han sido tan corruptas o más que la de Pérez Jiménez y han arruinado por completo a Venezuela. No se pueden entonces comparar: la primera tuvo muchas cosas malas, pero algunas buenas, la segunda y la tercera no han tenido sino cosas malas. Las tres han violado las leyes y han perseguido y asesinado gente, pero en la primera hubo progreso y en otras dos solo ha habido ruina y atraso. A la primera finalmente la tumbaron los propios militares y las presiones interna y externa. ¿Qué esperan los militares de hoy para cumplir con su deber y defender la Constitución y la Patria?

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