Blog de Víctor José López /Periodista

domingo, 26 de enero de 2020

DEMOCRACIA INFECTADA por Carlos M. Montenegro / Tal Cual


                                                                                            ELMIRADOR REDONDO

  © Carlos M. Montenegro               carlosmmontenegro22@gmail.com 

Escuchar a  los políticos es alucinante, padecen de una enfermedad crónica cuyo principal síntoma es que prácticamente todos mienten y mienten sin el mínimo pudor

Quienes conocen mejor lo que pasa en un país son, por lógica, los habitantes del lugar que lo habitan. Amanecer un nuevo día y levantarse de la cama es pisar el umbral de entrada a los despropósitos En estos tiempos ya no hay que esperar que llegue el periódico, el avión o el barco con las noticias del mundo, ni siquiera la radio o la televisión, porque ahora nos podemos enterar de lo que pasa mientras está pasando; solo hay que tener el aparato 3G o 4G adecuado y saber la figurita que hay que tocar. Y eso si antes no llama algún testigo que lo está viendo y lo cuenta mientras graba las imágenes con su “smart phone” y las “cuelga” urbi et orbe por cualquiera de las innumerables redes sociales.
Uno de los temas más frecuente que los medios trasmiten mundialmente suele tratar del desengaño que siente la gente con respecto a sus gobernantes, la democracia y la política en general. Es autentica animadversión, apatía e indiferencia sobre como los dirigentes intervienen en la cosa pública.
Pero esa desafección no carece de razones. Por un lado las élites políticas en el mundo que se han ido estableciendo como “gobiernos de los peores” a base de ignorantes, resentidos, tiranos, fanáticos de la riqueza y del poder por el poder. Y por otro, que la vida política se ha ido contagiando de forma perversa ensuciando y tergiversando el sentido noble que implica la ciencia de gobernar, transmitiendo la idea a la sociedad toda, de que al poder solo puede llegar quien es corrupto.
Hoy día es muy difícil ocultar lo que pasa en el mundo, habría que ser ciego y sordo para evitarlo, y ni aún así. Venezuela no es la excepción, al contrario, puede ser un perfecto epítome de cómo destruir una nación en pleno tránsito hacia el primer mundo, corrompiendo de paso un sistema que los atenienses fundaron hace tantos siglos como el método menos imperfecto de gobernar: la democracia. 
Aquí escuchar a los políticos es alucinante, es como si tuvieran una enfermedad crónica cuyo principal síntoma es que prácticamente todos mienten, mienten y mienten sin el mínimo pudor.
Los del régimen gobernante lo deben hacer hasta con su abogado, y los del lado de enfrente, con pocas excepciones, no le dicen la verdad ni a su médico. Imaginen cómo será para el ciudadano de a pie.
La ignorancia, la corrupción, la injusticia, la arbitrariedad, la impunidad  y todos los calificativos de este tenor que se les pueda ocurrir, están viviendo su siglo de oro; este país podría aspirar, si existiera, al nobel de la desintegración, por ejemplo.
El mundo de hoy, se mire por donde se mire, no hay por donde agarrarlo ni con pinzas, pero se la pasan diciéndonos que está cada vez mejor y que la democracia avanza cada día más; y qué decir de éste país, donde hasta el mismísimo jefe de facto dice por TV que su gobierno democrático y social* va en vías de resolver satisfactoriamente cómo manejar la actual crisis (después de dos décadas).
¿Será cierto? Si es así, la verdad es que esta democracia no es ni parecida a lo que decían los libros que leí; en el mejor de los casos luce, si me permiten el símil, como ojerosa.
Tratar de encontrar la verdad de tan farragoso asunto es una tarea que prefiero cedérsela a los demás, pues siempre que he ido a indagar sobre esas historias que repiten machaconamente los políticos suelo regresar trasquilado, así que prefiero que otros sean quienes vayan por lana.
Cuando, como decía un amigo, me declaro en confusión sobre algo, trato de entenderlo yendo por el lado más sencillo. Por ejemplo averiguando qué es la tan nombrada a la vez que lacerada democracia.
El diccionario oficial de mi lengua dice en sus dos primeras acepciones: Democracia. (Del griego dēmokratía) 1. Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. 2. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado. (Poder del pueblo)
No digo que no existan, pero puedo asegurar que no he estado, ni conozco gente que lo haya hecho, en un país donde se cumplan esos dos asertos a cabalidad. Muchos lectores es posible sepan dónde están, e incluso procedan de alguno de esos paraísos de la democracia que suelen situarlos por el hemisferio norte (aunque no me consta).
Más arriba comentaba que las supuestas democracias, de serlo, se ven como menoscabadas; así que de nuevo mi curiosidad me lleva a querer saber de buena tinta qué puede causar tal condición, y vuelvo al encuentro con el diccionario:
Enfermedad 3. Anormalidad dañina en el funcionamiento de una institución, colectividad, etc. (ej. La ambición es enfermedad que difícilmente cura). Además de: 1. Alteración más o menos grave de la salud. Y: 2. Pasión dañosa o alteración en lo moral o espiritual.
Y que Menoscabar es: 1. Disminuir algo, mutilar, quitándole una parte, acortarlo, reducirlo. 2. Deteriorar y deslustrar algo, quitándole parte de la estimación o lucimiento que antes tenía. 3. Causar mengua o descrédito en la honra o en la fama.
Se explica así que no solo los seres vivos se enferman, que tambien le puede ocurrir a las instituciones o las ideas, y la democracia cuenta con algo de ambas. Sin duda que la democracia de siempre en estos días está enferma de ese mal,  fenómeno que nos atañe a todos.
Algo ha pasado desde que Mijaíl Gorbachov, el secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética y presidente de la URSS, anunció que la economía soviética estaba estancada y que la reorganización era inevitable.
Sus reformas conocidas como uskoréniye (aceleración), glásnost (apertura) y perestroika (reconstrucción), fueron muy adversadas al principio pero el proceso concluyó con la desaparición de la Union Soviética y todos sus satélites comunistas. 
El 21 de diciembre de 1991, el boletín de noticias de la televisión rusa abrió con un escueto pero dramático titular: "Buenas noches. La URSS dejó de existir...". Fue una frase y un momento que cambió para siempre la marcha del mundo. Según declaró Gorvachov en un discurso: “la sociedad rusa había adquirido libertad". La mayoría de esos países incluida la Propia URSS renunciaron al comunismo adoptando formatos más o menos democráticos. Pareció que al fin ganaron los buenos, se acabó la guerra fría y el mundo sería un remanso de paz en democracia.
Pero no, el comunismo supo pasar agachado y encontrar rendijas por donde escabullirse, logrando reavivar las ascuas del totalitarismo con la anuencia, miopía o estupidez de un occidente engreído instalado en el confort. 
Putin, junto a unos cuantos gerifaltes comunistas supervivientes, no es ajeno al intento de querer recuperar poco a poco el protagonismo de una nostálgica URSS. No en vano había sido uno de ellos.
Entre el mamoneo y los chanchullos de unos y otros, la corrupción “empoderada” ha ido contagiando a no pocos países que estaban encantados con su democracia, infectándola. Y si no pregunten en Venezuela
El último sobresalto está sucediendo en España, tan orgullosa de su transición democrática. Un nuevo gobierno socialista sin mayoría ha logrado investirse asociándose con partidos comunistas, republicanos, ex-terroristas, independentistas y secesionistas empeñados en romper a pedazos una de las naciones más antiguas de occidente y todo dentro de la Constitución y legalidad democrática, aunque emponzoñada.
Los verdaderos demócratas del mundo deberán tener buen cuidado. La democracia infectada ya es pandemia.

La actual Constitución de Venezuela aprobada en referéndum  el 15 de diciembre de 1999 establece que: la República Bolivariana de Venezuela se constituye en un Estado Democrático y social de Derecho y de Justicia.


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