En los últimos días se ha denunciado un brote de fiebre amarilla en el país, pero el régimen no se ha dado por aludido. No es el primer flagelo que reaparece; la malaria y el sarampión también lo han hecho, la mortalidad infantil se ha incrementado un 40% y estamos encabezando las estadísticas de hambre y malnutrición en América Latina.
La situación en materia de salud se ha venido deteriorando, especialmente en lo que concierne a nuestros niños, quienes debieran tener absoluta prioridad. Pero el régimen, como de costumbre, achacará tal estado de cosas a los demás (preferiblemente al imperio), aunque la debacle de la salud pública en el país, haya comenzado alrededor de 2004, por lo que estamos en presencia de una deliberada práctica gubernamental o de una monstruosa negligencia culpable.
El régimen se jacta de contar con la ayuda de médicos cubanos, pagada directamente a La Habana a precio de oro, los cuales muchas veces son simples paramédicos, cuando no totalmente legos en la materia. Los médicos y enfermeras venezolanos que todavía quedan en nuestro país, no tienen condiciones mínimas ni insumos necesarios para poder ejercer su noble ministerio, devengan salarios que pulveriza de inmediato la hiperinflación y se ven forzados a la miseria o a la diáspora.
El régimen solo se ocupa de su propio bienestar, su indiferencia por el de los demás se refleja incluso en el plano internacional, pues tiene varios años que no paga sus cuotas a las Organizaciones que se ocupan de la salud, tanto a nivel mundial como panamericano y, por el contrario, se ha transformado en un foco patógeno desde el ángulo sanitario, político y en motivo de preocupación para los organismos que combaten la delincuencia organizada internacional.
La virulencia del régimen empeora día a día en todo sentido, por lo que no es tiempo de procrastinar, ni de conformarse solamente con ejercicios de pirotecnia diplomática.
22/11/2019.
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