Aquellas fantásticas mujeres
nunca llegaron a ser debidamente reconocidas, pero fueron el umbral que
permitió, en la segunda mitad del siglo XX, abrir las grandes universidades
norteamericanas a mujeres
La
historia de la ciencia se ha alimentado, con frecuencia, de las aportaciones de
personas desconocidas que no saborearon la fama, ni siquiera la popularidad, de
los grandes nombres. La complejidad de la labor científica ha llevado a que se
requieran grandes equipos e inversiones para lograr resultados importantes.
Ejemplo: ¿la gente común sabe el nombre del inventor de la mayoría de los
aparatos que utiliza a diario? Y sin embargo, los descubridores de la teoría de
la relatividad o la evolución tienen nombre y apellido para la mayoría de la
gente sin saber de qué va.
Al respecto, hay una asombrosa historia sobre un grupo de mujeres conocidas
jocosamente dentro del mundillo científico como El harem de Pickering.
Entre
finales de siglo XIX y principios de siglo XX, Edward Charles Pickering,
(Boston, 1846 - Cambridge, 1919) el inventor del “Fotómetro Meridiano”,
con el que realizó más de 1.400.000 mediciones de magnitudes de estrellas,
era director del Observatorio Astronómico de Harvard en los tiempos en que
a las mujeres se las valoraba poco: no tenían acceso a las universidades, no
podían votar y su futuro se limitaba a casarse, procrear, atender la casa y
poco más.
Todo
empezó con la escocesa, Williamina (Mina) Paton Stevens
Fleming (1857- 1911). Asistió a la escuela pública de Dundee, su
ciudad natal y a los 14 años ya ayudaba en la enseñanza de los alumnos actuando
de maestra al mismo tiempo que recibía enseñanza como alumna mediante el
sistema ingles alumno-profesor (pupil-teacher). En mayo de 1877,
a la edad de 20 años, se casó con James Orr Fleming y al año siguiente se
trasladaron a la ciudad de Boston, Massachusetts, Estados
Unidos. Cuando quedó embarazada de su hijo Edward en 1879, su marido la
abandonó, viéndose obligada a encontrar trabajo para mantenerse con su hijo.
Trabajó
como empleada del hogar en la casa de Edward Ch. Pickering, el director del Harvard College
Observatory. Pickering estaba frustrado con su asistente masculino,
diciéndole que su asistenta podría desempeñar mejor su trabajo. Y es así que
en 1881, Pickering le ofreció a Mina Fleming un empleo temporal en el
observatorio, para hacer tareas habituales de oficina y algún cálculo
matemático; debido a su eficacia pronto pasó a ser miembro permanente del
personal de investigación en lo que después se bautizó como
las “Computadoras de Harvard”.
Mary
Draper, viuda de un pionero en la obtención de fotografías de espectros de
estrellas, Henry Draper, decidió financiar los trabajos de Pickering en memoria
de su marido y culminar su sueño de realizar un gran catálogo, interrumpido por
su muerte. Con esos fondos, Pickering debido a que su experiencia con Mina
Fleming no podía haber sido mejor, hizo que el astrónomo confiara en ella para
custodiar el archivo fotográfico del Observatorio y, con el tiempo, también le
encargó reclutar a otras mujeres que irían configurando “su harén”.
Contrató
en principio a trece mujeres más para realizar cálculos rutinarios y clasificar
los espectros en las placas fotográficas; entre otras se fueron sumando al
grupo Antonia Maury, Annie Cannon, Margaret Harwood y Henrietta
S. Leavitt, resultando ser fantásticas astrónomas. Fiel a su intuición y
pragmatismo Pickering no perdió un momento y puso a Williamina Fleming a
dirigir a las mujeres contratadas, que básicamente se dedicaban
a catalogar y clasificar estrellas midiendo variables como el brillo,
la posición y el color de cada astro a partir de placas fotográficas para hacer
cálculos matemáticos, proceso que hoy en día hacen las computadoras,
dirigiéndolas con una disciplina implacable.
Mina
ayudó a elaborar un sistema de identificación de estrellas, que básicamente
consistía en asignar una letra, en función de la cantidad
del hidrógeno observado en su espectro, contribuyendo
decisivamente a la confección del Catálogo Estelar Henry Draper.
Este sistema le sirvió a su discípula como base de trabajo, el cual mejoró
para desarrollar una clasificación basada en temperatura.
A la
muerte de Mina en 1911, fue la llamada a continuar con el proyecto que dio como
resultado una secuencia de clases espectrales denominadas O, B, A, F, G, K, M.
("Oh Be A Fine Girl, Kiss Me", es la más famosa nemotecnia ideada
para recordar esta clasificación en astronomía).
Así
se formó aquel fabuloso equipo de mujeres que pasarían a ser conocidas como
“las computadoras de Harvard” o en broma “el harén de Pickering”. Un grupo de
astrónomas, entre las que se formaron algunas de las más relevantes
astrofísicos de la historia, y una autentica ganga para Pickering, pues
cobraban la mitad que los varones. Durante mucho tiempo estas mujeres cayeron
en el olvido, eclipsadas por Pickering y otros astrónomos. Se consideró que lo
único que hacían era contar, computar espectros estelares. Sin embargo, con
esos cálculos hicieron muchas cosas
Aquellas
coleccionistas de hechos astronómicos descubrieron estrellas enanas blancas,
novas y nebulosas, y fueron responsables de catalogar más de diez mil
asteroides. De Annie Cannon, cuentan que llegó a clasificar tres estrellas
por minuto, pasando por sus valiosas manos más de 400.000. Desde el
Observatorio de Harvard descubrió 300 estrellas variables. Escribió Bibliography
of Variable Stars, y organizó El gran catálogo Henry Draper,
una valiosa colección de datos estelares con más de 225.000 estrellas
catalogadas, se publicó por primera vez en 1890 con 10.000 estrellas halladas
por esta gran científica y mujer.
El
aspecto más interesante de las mujeres de Harvard reside en que, cuando su
obligación en el catálogo espectroscópico se lo permitía, además pudieron
realizar investigaciones independientes y sus estudios sentaron las bases de la
Astrofísica moderna.
Así,
María Mitchell observando el cielo con su telescopio en 1847 descubrió el
cometa más tarde conocido como Miss Mitchell's Comet; Williamina
Fleming (1857-1911) descubrió las enanas blancas; Annie Cannon (1863-1941)
elaboró la clasificación espectral de las estrellas que aún usamos; Antonia
Maury (1866-1952) desarrolló su propio sistema de clasificación espectral y
Henrietta Levitt (1868-1921) descubrió 1.777 estrellas variables en las
Nubes de Magallanes y la relación periodo-luminosidad para las estrellas
Cefeidas
Aquellas
fantásticas mujeres nunca fueron debidamente reconocidas, pero fueron el umbral
que permitió, en la segunda mitad del siglo XX, abrir las grandes universidades
norteamericanas a mujeres como Cecilia Payne Gaposchkin que fue la primera mujer
en obtener un doctorado en Astronomía en el Observatorio de Harvard. En su
Tesis de Doctorado ya planteaba que las estrellas están compuestas
principalmente por hidrógeno considerándose como "la más brillante
tesis doctoral escrita nunca en astronomía".
Sin óbice ni cortapisas
El
lenguaje de la calle es válido, pero a un orador, conferencista o locutor, se
le debe exigir al menos respetar la prosodia con su idioma. Les muestro una
transcripción literal de una pregunta que un reconocido conductor de radio, con
programa propio, hizo a un sesudo diputado de la oposición y analista político
que respondió igualmente en léxico casi tan “singular”.
¿Considera usted que todo nosotro debemo estar conciente que no enfrentamo a situacione
muy grave que conpiran contra la independencia de nuestra institucione
democrática?* (sic) y se quedó tan tranquilo.
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