Gordon Estes. ESPNBoston.com. 27-01-2015
Boston- La primera vez que escribí sobre Bill Monbouquette tenía 9 años.
Era el primer dia de clases en el quinto grado de la señora Patch en Lunenburg, Massachusetts, y la tarea que ordenó fue la eterna favorita, Como pasé mi vacación de verano. Con el beneficio de la perspectiva, sería fácil suponer que ese día marcó el inicio de una vida que se desarrollaría en los palcos de prensa del beisbol. Pero en aquel momento, la asignación era una invitación irresistible para revivir el momento más grande en la existencia ordinaria de un niño de un pequeño pueblo. El día que mi padre se deslizó detrás del volante de su viejo Dodge, me mantuvo en el asiento trasero, honestamente no recuerdo si mi hermano mayor fue con nosotros, y manejó 45 millas para llevarme a Fenway Park por primera vez.
Nunca me he olvidado de dos cosas de aquel día. Una fue subir la rampa de la tribuna y ver por primera vez aquel panorama de verde imposible. La segunda fue que Bill Monbouquette lanzó por los Medias Rojas y ganó.
No estoy seguro si para ese momento yo sabía que cuando él tenía 24 años, Monbo había ponchado 17 Tigres de Detroit, para romper la marca de 50 años del equipo fijada por Smoky Joe Wood, y habría igualado la marca de más ponches en Grandes Ligas de Bob Feller si Jim Pagliaroni hubiera agarrado un foul tip, o que el año siguiente el lanzaría sin hits ni carreras contra los Medias Blancas. La devoción de la maestría en el catecismo de los Medias Rojas vendría tres años después, inspirado por un Sueño Imposible.
Pero yo estaba al tanto de que Monbo era un pitcher muy bueno en medio de equipos muy malos de los Medias Rojas, y en una sola noche de mediados de verano, él se sumergió permanentemente en la memoria de un niño.
Pasarían muchos años antes que yo tuviera la ocasión de hablar con Monbouquette como reportero del Boston Globe. Fue unos meses antes de su cumpleaños 70. Luego de una carrera posterior a la de jugador en la cual trabajó como scout, coach de pitcheo y manager en las organizaciones de los Azulejos, Mets, Yanquis y Tigres, Monbo había anunciado su retiro. Había estado para mí en el comienzo; ahora tenía la oportunidad de escribir el epílogo de su vida beisbolera.
Felizmente, descubrí que no solo como jugador sino también como hombre, Monbouquette había tenído bien merecida aquella inversión inicial. Él era primero que todo, uno de los nuestros, nacido y criado en Medford, Massachusetts, y de 18 años cuando los Medias Rojas lo firmaron. Aquella primera tarde, en 1956, el trabajó en Fenway antes del juego, luego fue a la tribuna donde sus padres, Catherine y Frederick, estaban sentados escuchando las palabras altisonantes de un par de borrachos. Al llegar, el adolescente le pidió a los borrachos que bajaran el volumen.
“Ellos me dijeron que me fuera de viaje a tu sabes donde”, recordó él.
Gran error. “Miré a mi padre”, dijo Monbouquette, “y él sonrió”.
Frederick Monbouquette fue un antíguo boxeador, y él y su hijo castigaron tan fuerte a los beodos que la policía apareció, y los Monbouquette fueron llevados a una celda debajo de la tribuna.
“El policía grande irlandés de allá abajo tenía tiempo diciendo mi nombre”, recordó Monbouquette. “Le dije que necesitaba hacer una llamada telefónica, y llamé a Johnny Murphy, el director del sistema de granjas”.
Los Medias Rojas notaron rápidamente que Monbouquette, no se echaba para atrás, ni aguantaba bobadas. En su debut en Grandes Ligas, tumbó a Billy Martin después que el segunda base de los Yanquis se había robado el plato en su turno anterior. Martin salió con elevadito, luego se encaminó al montículo. “Mi guante colgaba suelto, pero tenía mi puño apretado”, dijo Monbo, “Martin me dijo, ‘Me parece que me debías esa, novato’ y siguió caminando.
Monbouquette no tenía miedo de enfrentar hasta su propio manager si pensaba que estaba fuera de lugar. Pumpsie Green, el primer afroamericano que jugó para los Medias Rojas, cuenta la historia del manager Del Baker emitiendo epítetos raciales en una diatriba contra un pelotero rival, Green piensa que hablaba de Minnie Miñoso, el gran jardinero cubano, bien cerca de Green. Monbouquette, quién había crecido en la que era considerada la sección negra de Medford, tomó el asunto en sus manos.
“Del Baker era el manager, y estaba usando la palabra nigger”, dijo Monbouquette. “Le dije, ‘No quiero oírte decir eso, o te voy a tumbar de un puñetazo’. Se lo dije, y él sabía que lo llevaría a cabo”.
Monbo ganó 20 juegos para los Medias Rojas en 1963, lo que hoy lo haría rico, mucho más allá de sus sueños. Entonces, Monbo estaba a solo dos años de ser removido de un trabajo entre temporadas como asistente en la oficina de boletos de los Medias Rojas. En 1965, él perdió 18 juegos (con una respetable efectividad de 3.70) y fue cambiado a los Tigres.
En 1967, el año cuando los Medias Rojas ganaron el banderín, Monbo fue despedido por los Tigres, entonces terminó la temporada con un mediocre equipo de los Yanquis. Lanzaría un año más.
“Siempre lamento”, dijo, que los Medias Rojas nunca encontraron un lugar para él en su organización. El aguijón de ese rechazo fue aliviado un poco cuando el directivo de los Medias Rojas, Tom Werner, llamó después que los Medias Rojas ganaron la Serie Mundial de 2004 y preguntó por la talla de anillo de Monbo; los Medias Rojas le dieron un anillo de la Serie. “Un gesto de mucha clase”, dijo.
Monbo entrenaba regularmente en el gimnasio de Tufts University, fue a los juegos en el palco Fenway Legends, y por varios años entretuvo en los campamentos de fantasía de los Medias Rojas con historias como las que me contó sobre su juego sin hits ni carreras.
“Lo que recuerdo de eso es que pienso que no había ganado un juego en un mes”, dijo él. “Salimos en el avión desde Boston, y estaba sentado haciendo un crucigrama. Vino una aeromoza y dijo, ‘¿Cómo se siente?’, le respondí tengo dificultades con este crucigrama’. Ella me preguntó que posición jugaba y le dije que también estaba teniendo dificultades con eso. Ella dijo, ‘Ya vas a ver que vas a lanzar un no hit no run esta noche’, y se fue”.
El último bateador de los Medias Blancas esa noche fue Luis Aparicio, el shortstop del Salón de la Fama. Monbo le lanzó una slider afuera con dos strikes. Aparicio la siguió, y aguantó el swing. El árbitro principal, Bill McKinley, cantó bola.
“Lo próximo que oí, fue que alguien gritó desde la tribuna, ‘Mandaron al McKinley equivocado’”, dijo Monbouquette, quién hubo de salirse del montículo para aguantar la risa. “Le lancé otra slider, y él falló. Fue una de las mayores emociones de mi vida”.
La tarde de este lunes 26 de enero de 2015, los Medias Rojas anunciaron que Bill Monbouquette se había ido. Había fallecido el dia anterior a los 78 años de edad, debido a complicaciones con la leucemia. Por muchos años después de su diagnóstico original, Monbo, batalló esa enfermedad sin cuartel, y le daba ánimo a los otros envueltos en la misma batalla.
El libro de records dice que él ganó dos juegos más de los que perdió en su carrera de Grandes Ligas (114-112), nada fuera de lo común.
Traten de explicarle eso a un niño de 9 años.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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