Las dos semanas que estuvo clausurado el gobierno de los
Estados Unidos en un alarde de disfuncionalidad al que, tristemente, ya nos
estamos acostumbrando, debieran llamarnos a la reflexión, especialmente a los
cubanoamericanos.
Cuando uno escucha a varios de los políticos responsables
del frustrado intento de derogar de hecho una ley que, por derecho, no cabe
sino aplicar, referirse al senador por Arizona John McCain tildándolo de aliado
de Al Qaida, es difícil evitar la asociación con una larga serie de epítetos
que con frecuencia usamos los cubanoamericanos para definir a aquellos cuyas
opiniones son diferentes a las nuestras.
Y tampoco es difícil asociar el resultado obtenido por
alguno de esos políticos, que solo perseguía aumentar su notoriedad y
popularidad en ciertos círculos (y lo logró) con el exitoso recorrido del lobby
cubano, que durante años ha logrado mantener como rehén al Departamento de
Estado en todo lo que hace a nuestra política hacia Cuba, independientemente
del partido al que pertenezca el ocasional ocupante de la Casa Blanca.
Y ese mismo patrón de conducta es el que lleva a algunos
cubanoamericanos a sentirse con derecho a impedir que se venda en nuestro país
un medicamento que pudiera cambiarle (y hasta salvarle) la vida a muchos,
simplemente porque la medicina en cuestión fue inventada en Cuba; o bien a
pretender impedir que un ciudadano norteamericano ofrezca una recepción, en su
propia casa, a un par de diplomáticos cubanos. A nosotros, los cubanos de
Miami, mantener posturas como esas nos parece lo más natural del mundo, y
cualquiera que nos contradiga y las cuestione se convierte, a nuestros ojos
(cada vez más afectados por la diabetes) en aliado de Fidel. Lo preocupante es
que algunos de nuestros vecinos “americanos” estén adoptando ese mismo patrón
de conducta, que antes hubieran visto como necio y arrogante.
Los hechos que hemos vivido en estos días en nuestro país
constituyen un atentado de magnicidio contra toda nuestra estructura
institucional.
Una estructura, que durante muchos años, evitó en Estados
Unidos la ocurrencia de bogotazos, caracazos, o incluso manifestaciones algo
más benignas del disgusto popular como la toma de las calles en forma masiva
por ciudadanos indignados ante la insensibilidad y negligencia de sus
gobernantes.
Una estructura que nos ha dado, hasta ahora, la autoridad
moral para señalar las deficiencias de quienes padecían la ausencia de un marco
institucional como el nuestro y, en muchos casos, nos lo envidiaban.
Una estructura que hemos descuidado irresponsablemente a
partir de nuestra indiferencia ante quienes con absoluto descaro, han puesto
ese marco institucional al servicio del mejor postor. Nuestras leyes, que son
la savia de esa estructura institucional tan preciada, son hoy en día poco mas
que el reflejo de un sinnúmero de intereses egoístas (aunque “racionales”, para
algunos) y sectoriales, y no legislan nuestros legisladores o “representantes”,
sino los lobistas que representan a esos intereses.
No dudo de la honestidad intelectual ni de la buena fe de
muchos de los que apoyaron ese atentado contra nuestras instituciones, aunque
es difícil encontrar el menor vestigio de ideología en el conjunto de slogans,
uno mas torpe que el otro, que repiten como loros los responsables del intento
de Té-tazo que sufrimos.
El contraste con muchos de nuestros “dirigentes” políticos
convierte a personajes como el ruso Putin y el iraní Rouhani en poco menos que
estadistas de la talla de un Churchill o un Adenauer. Y la directora del FMI
nos lee la cartilla como lo hacían sus predecesores a los países
subdesarrollados. Hasta los chinos sugieren que es necesario “des-americanizar”
al mundo.
Que alguien de la insignificancia hasta ayer de Ted Cruz –un
cubano (canadiense) empeñado en convertirse en Tom Cruise a fuerza de llevar
hasta sus últimas consecuencias (y a un costo aproximado de 24 billones de
dólares, que pagaremos entre todos) una misión que él sabía era “Misión
Imposible”, pero que lo ha convertido en una esponja a la hora de recolectar
fondos de campaña– se haya convertido en el eje sobre el que giró durante días
la primera potencia del mundo, aplicando ese patrón de conducta enmarcado por
la intransigencia y la intolerancia a toda costa, nos debiera preocupar
especialmente a los cubanos, o cubanoamericanos.
El daño que le hizo a la imagen de los cubanos el mal
llevado affaire de Elián González nos va a parecer cosa de niños comparado con
el que puede hacerle este niño malcriado, senador por Texas (afortunadamente:
no quiero ni pensar si lo hubiera sido por la Florida).
Abogado cubanoamericano.
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