Blog de Víctor José López /Periodista

domingo, 4 de diciembre de 2011

MANUEL MALAVER Cacerolazo

Sonaron las cacerolas, y con tanta fuerza, que ni siquiera una maniobra del gobierno para acallarlas con una exhibición de fuegos artificiales fue suficiente para que no se oyeran de Catia a Petare, de Coche a La Pastora, de El Cementerio a San José, y de San Agustín a La Vega.
En definitiva, que barrios, urbanizaciones, avenidas, calles, autopistas y trochas se estremecieron para decirle a Venezuela, a Latinoamérica y al mundo que en el país donde se celebraba una cumbre con más pompa de la necesaria, existe un gobierno autoritario, militarista y de vocación dictatorial que recluye a sus invitados en un cuartel para que no escuchen la voz del pueblo, el grito de los oprimidos, la rabia de los que querían decirle que participaban en una farsa, y como tal, eran unos farsantes.
Hay presos políticos en Venezuela, y esa es una de las verdades que el presidente promotor de la cumbre no quería que los invitados escucharan ni conocieran; y una jueza, María Lourdes Afiuni, que está reducida al espacio de los pocos metros de su casa de habitación por dictar una sentencia conforme a la ley que el régimen no quería que se dictara; y en los calabozos de la DIM, del SEBIN y Ramo Verde políticos, profesionales, agentes de orden público, militares, obreros y empresarios condenados, o a punto de ser condenados, sin el debido proceso y negandóseles todos los derechos que le garantizan la Constitución y las Leyes.
Encerrados en un cuartel para que no se enteren del absurdo de que en el país con el más alto ingreso petrolero del continente, hace tiempo que desaparecieron la leche, el aceite y el café de los anaqueles de abastos, mercados y supermercados; que, igualmente, escasean la harina pan y el azúcar, y que, en conjunto, los consumidores venezolanos de todas las clases y estratos ya emplean parte del tiempo disponible para ver si consiguen los productos de la dieta básica que con toda seguridad desaparecerán mañana.
Pero tampoco pudieron saber los presidentes invitados a la cumbre de la CELAC, que hasta cerca de 150 mil venezolanos viven desde hace un año refugiados en hoteles o galpones improvisados porque perdieron sus casas y enseres a consecuencia de lluvias como las que se vivieron estos días en Caracas, y todo porque Chávez, en 13 años de gobierno, no se acordó de ellos, e inventó ahora, que como todo es culpa del capitalismo, deben ser los capitalistas quienes los mantengan en hoteles, y de paso, contribuyan a construirles sus viviendas.
O que la inseguridad personal que campea de Este a Oeste, y de Sur a Norte por toda Venezuela, cuyo saldo en muertos y lesionados es de los más altos del mundo (solo en Caracas murieron el fin semana pasado 60 personas) continúa su “marcha triunfal”, dicen algunos que por la ya terminal incompetencia del gobierno, y otros, que como parte de una política oficial para mantener aterrorizada y recluida en sus casas a la población.
No se conoce (hasta ahora) que ninguno de los presidentes invitados fueran víctimas de arrebatones, o que se le hurtaran algunos de los bienes que portaban o traían en sus valijas (ni a ellos ni a los miembros de sus comitivas), y lo celebramos; pero si hubiera ocurrido, no le habría resultado extraño a ninguno de los 28 millones de venezolanos que experimentan día a día, hora a hora y minuto a minuto que viven en un campo de guerra.
Inflación del 35 anual (la más alta del continente y del mundo occidental), pérdida de poder adquisitivo del bolívar que hoy se cotiza a 10bs x 1 dólar, corrupción generalizada que fue calificada recientemente por una ONG “como de las más altas del mundo”, y narcotráfico tan extendido, metastásico e imbricado en todas las instancias y tramos de la burocracia gubernamental que ya algunos se preguntan si no desembocará en una guerra civil, como la que viven países como Colombia y México, el primero desde hace 3 décadas, y el segundo, un quinquenio, fueron otros de los datos que se fueron sin manejar los invitados, simplemente por los guardaron en un cuartel, y no les permitieron acceso a las calles.
Lo que si no pudieron perderse los 32 invitados de la CELAC recluidos en Fuerte Tiuna, fue percibir que Chávez no es el mismo de otros tiempos, que está sensiblemente mermado en sus condiciones físicas y mentales, y que era difícil convenir de si estaba teatralizando una apoteosis para despedirse de la política nacional o internacional, o si más bien intentaba realizar un relanzamiento de lo que fue su otrora pintoresco desempeño como figura continental y mundial.
Incógnita difícil de despejar frente aquella estampa voluminosa, lenta, de ideas y pensamientos fragmentados, como a medio construir, con dificultades para desplazarse, y en todos los sentidos afectado por el carcinoma que a veces admite padecer, pero otras aleja de su mente y de su vocabulario como una sombra o fantasma que le carcome el resto de tranquilidad que le queda.
Eso sí, quiso ser, o aparentó ser, el mismo Chávez “regalón” de otras veces, el de los acuerdos, convenios y tratados con países aliados, amigos, o no tan amigos, de los que, ya se sabe, casi todos quedarán en el papel, o se cumplirán en una mínima parte, pero de los que siempre pueden quedar unos cientos de miles de dólares, o unos milloncejos, porque algunos recursos, aunque incompletos, pueden librarse y siempre hay urgencias, entre los socios firmantes, que atender.
De ahí que se explique, por qué los 32 presidentes llegaron en tropel, y sin hacer muchas preguntas, y dispuestos a alojarse en una jaima tipo Gaddafi si era la voluntad de Chávez, pero convencidos de que no habían venido a perder el tiempo y de que “algo” se llevarían en los portafolios.
Andaba por ahí y con pinta del “hombre que vendió al contado”, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, el más contento de todos, anunciando que de los 800 millones de dólares que le debía Chávez para el momento de su reconciliación en agosto pasado, ya apenas queda un saldo de 90, pero que nuevos negocios están rodando en el tráfago de los 3000 productos que acordaron liberar de aranceles en su última reunión.
Así como también hicieron negocios, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, empeñada en convencer a Chávez para que le comprara 20 aviones a la empresa paraestatal brasileña, Embraer, o le cancelara deudas pendientes a Odebrecht; y Cristina Fernández de Kirchner, siempre interesada en gasoil para aliviar el déficit enérgetico rioplantense, o en las exportaciones de excedentes de carne, trigo, y soya; o Daniel Ortega, preocupado porque las importaciones de café y carne no se detengan; y otros clientes como Cuba, Ecuador y Bolivia, solicitantes más bien de petrodólares líquidos.
No pudo Chávez, sin embargo, y a pesar de la “regaladera”, conseguir otro acuerdo sobre la CELAC que no fuera la de constituirla como un organismo de “ayuda y cooperación”, sin objetivos políticos que pudieran destinarla a desbancar a la OEA, por ejemplo, sino más bien como un foro que pueda convocar cualquier presidente que, apretado por razones de salud, o de oposición interna o externa, busque un árbol donde arrimarse.
Sobre todo en lo que se refiere al tema del cual no quieren hablar, ni discursear, los neototalitarios anfirtriones: el de los derechos humanos.
De modo que, en lo que fue el objetivo central de Chávez, los hermanos Castro y sus socios del ALBA para la convocatoria de la CELAC, como pudo ser lograr un acuerdo para crear un organismo para sustituir a la OEA…ni se habló, y más bien puede decirse que, en cuanto cancilleres como los de México, Colombia y Chile se negaron a tocarlo… salió más bien fortalecida.
En otras palabras, y para terminar, que unos se fueron con las manos llenas y otros se quedaron con las manos vacías. Y los primeros fueron los países que vinieron a hacer negocios; y los segundos, los que estaban para hacer política: Chávez, los hermanos Castro y sus socios del ALBA, que tuvieron que dejarlo para otra oportunidad.

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