Blog de Víctor José López /Periodista

lunes, 15 de junio de 2020

EL ELICEFANTE VERDE, Y OTRAS HISTORIAS DE CORAJE… Por Rosa Elena Maldonado Larrazábal


Historias de familia…
Cuarentena Covid -19
Junio 2020


En una oportunidad, le oí a uno de los Profesores que tuve en la Escuela de Psicología de la UCAB, algo que me quedó grabado: “Quien tiene recuerdos y vivencias bonitas de su infancia, tiene: el piso, la plataforma necesaria, para enfrentar situaciones conflictivas y difíciles a lo largo de su vida”

Sabia enseñanza, que en estos largos meses de confinamiento he podido recordar y valorar.   Me he aferrado a esas vivencias felices, a historias familiares, y al escribirlas las he atesorado aún más.
Tuve el privilegio de que mi papá, Eduardo Larrazábal Berrizbeitia, fuera uno de los mejores “cuenta-cuentos” que haya conocido. Pienso que lo heredó mi abuelo, Salvador Larrazábal P. Los dos tenían ese don de la palabra y, quizás por eso, ambos fueron en el comienzo de mi vida los que comenzaron a llenar ese “disco duro” de mi memoria… 
Mi abuelo Salvador fue el primero que perdí, yo tenía13 años y lo que más recuerdo de él era su sonrisa, su alegría.  Nunca, jamás, lo vi vestido de otra forma que no fuera con su flux oscuro, su camisa blanca impecable y su corbata. Para una niña, esa imagen de sobriedad, provocaba temor; pero, su avasallante personalidad lograba todo lo contrario.   Vivió muchos años en Europa, entre Londres y París. En ésta última ciudad conoció a mi abuela, Inés Berrizbeitia que residía allí. Fue durante una reunión en la Embajada de Venezuela a la que había acudido con sus hermanas y primas. 
Se comprometieron más adelante y, de regreso a Caracas, donde se celebraría la boda. Trajeron casi todo el mobiliario que conformaría su nuevo hogar. Tengo la dicha de tener en el comedor de mi casa, el “Seibó” que siempre vi desde chiquita, y que me causaba fascinación cuando oía que era traído de París.
Fue un hombre profundamente católico y comprometido. Junto con su gran amigo: Monseñor Ferreira, Párroco de la Iglesia El Recreo, fundaron la “Acción Católica” para dedicarse a innumerables apoyos sociales.  Muchas veces, por ser su nieta mayor, me llevaba con él a las reuniones. Nunca me fastidié, me encantaba oírlos hablando de Dios y de cómo podían trabajar para ayudar a los demás.  Estoy segura de que esos recuerdos me llevaron de la mano para que siempre me haya inclinado al voluntariado de todo tipo, y hoy en día tenga más de 20 años dedicándome a la catequesis. Lo que me apasiona.
Don Salvador no solo fue un hombre alegre y divertido, sino un hombre valiente y lleno de coraje… Aquí es donde intervienen las historias que fui oyendo de él, narradas en primera persona por mi cuenta-cuentos favorito. 
Siendo la mayor de 6 hermanos, los primeros años de mi vida transcurrieron de forma idílica en una Hacienda de caña donde mi papá, recién graduado de Ingeniero Agrónomo, comenzó a ejercer su profesión. Era “El Avispero”, hacienda propiedad de la familia Blohm. Una inmensa finca Aragüeña cerca de Tocorón.  Los primeros tres hijos, tuvimos el privilegio que mi papá pudiera dedicarnos un tiempo invalorable. Nos enseñó a montar bicicleta sin ruedas, nos transmitió su amor por la naturaleza, y nos contaba cuentos maravillosos, reales unos, inventados otros…….Los cuentos reales siempre tenían que ver con lo valiente que era mi abuelo.
Mi papá era el menor de los cinco hijos y siempre fue su compañero fiel de aventuras. De las historias que más me apasionaba oír era la de un episodio que les sucedió teniendo él aproximadamente seis años.
Iban juntos todos los sábados en una mula que mi abuelo había comprado para poder subir a la hacienda de “Maca”, (hoy en día Petare), propiedad de la familia, en cuya casa vivía una tía que había quedado ciega y ocupaba todo su tiempo tocando maravillosamente el piano, a pesar de su condición. La visitaban, le hacían compañía, y le llevaban dulces.  En el trayecto de subida, eran conocidos y queridos por todos campesinos de la zona, a quienes don Salvador siempre ayudaba y los recibían con gran cariño. En una oportunidad, les pareció que los estaban saludando más afectuosamente que de costumbre, y gritaban “…don Salvadooooor”, una y otra vez a lo largo del recorrido.  Uno de ellos, al fin le gritó “¡Cuidado con Eduardito! … La mula lleva una culebra guindada del raboooo!
  El ofidio había saltado del monte intentando atacarlos, y se quedó engarzada. Mi abuelo no salía nunca sin su revólver, no por seguridad, sino para solventar situaciones serias, como ésta. El asunto era cómo matarla sin asustar a mi papá y sin que la mula se diera a la fuga asustada.  Se volteó en un segundo y le dio a la culebra un disparo certero en la cabeza, controlando la situación. Lo que provocó una gran ovación de todos los campesinos que estaban presenciando alarmados el suceso. Con los aplausos lograron que mi papá no se asustara, y no se diera cuenta de lo que les hubiera podido pasar … Alucinábamos cada vez que oíamos la historia.
 A medida que fui creciendo, me fui dando cuenta de que era una “estrategia pedagógica” de Eduardito para que le tuviéramos el máximo respeto a estos animales, ya que vivíamos nada menos que en el foco: una hacienda de caña, que bien podría haberse llamado: “El Culebrero”, en lugar de: “El Avispero”. Oíamos toda clase de cuentos de las personas que trabajaban, que fuimos aprendiendo, creyendo al principio que se trataba de leyendas, como, por ejemplo “que las culebras persiguen a las mujeres que están amamantando o acaban de ser madres” ¡Creíamos que eran historias fantasiosas al extremo, hasta que nos tocó vivirlo en primera plana!
Habíamos regresado de Caracas, después del nacimiento de Carlos Alfredo, el cuarto de mis hermanos.  Era plena época de zafra y recogida de la caña. El momento más crítico para la estampida de todo tipo de animales, especialmente de las culebras. Las puertas de la casa estaban forradas de tela metálica, por protección. Jugábamos en el jardín, muy supervisados; pero, aun así, una gran mapanare aprovechó el descuido de alguien que dejó la puerta entreabierta…
Mi hermano Eduardo Elías, entró a la casa por casualidad, justo en el momento en que mi mamá caminaba por el pasillo con Carlos en los brazos, seguidos de cerca por la cautelosa víbora… “El gordo”, que al parecer había heredado la valentía de nuestro abuelo, le dijo muy tranquilo a mi mamá que se encerrara en el baño, y corrió a buscar ayuda con los peones de la hacienda. Tenía cinco años…Nos mandó a mi hermano Gustavo, con cuatro años, y a mí de seis a subirnos al tope del tobogán del jardín. No sabíamos porqué, pero le obedecimos al instante cuando le vimos la cara de “situación de emergencia” …Lograron atraparla enroscada en uno de los cuartos, me imagino que aterrada por los gritos de mi mamá. En esta ocasión, la ovación fue para mi hermano por su coraje. Desde ese día estuvimos mucho más alertas y claros de que la cosa no era ninguna broma….
Mi papá nos contaba cuentos de héroes, que asumo, era otra de sus estrategias para que disfrutáramos de la vida en una hacienda, y no creciéramos como niños temerosos… (no sé si conmigo tuvo mucho éxito……) Mi cuento preferido era “El Elicefante verde”, que por supuesto, no era real sino producto de su fértil imaginación… “En las verdes praderas de África, donde los elefantes inmensos y poderosos viven libres y felices, nació un día un elefantico que no era gris como los demás. Era verde, y nunca logró tener el tamaño del resto de la manada… Para burlarse, lo llamaban Elicefante… A él nunca le preocupó ser distinto a los demás; llevaba su vida tranquila, y no les hacía caso a las risas.  Trataban de asustarlo todo el tiempo con amenazas que, por su tamaño, iba a ser el manjar del temido León que merodeaba…Le repetían: Nosotros tenemos el tamaño para defendernos, pero tú eres chiquito y, además, verde…Un día, llegó la temida amenaza y, el León, se les enfrentó con toda su furia. Todos empezaron a huir aterrados, menos   nuestro Elicefante que dio un paso adelante con gran coraje, y le dijo “Yo soy el defensor de todos mis compañeros. Así que no te atrevas a dar un paso adelante porque habrá consecuencias” …Ante la mirada incrédula de todos, el León se retiró y nunca volvió a molestarlos. El héroe del cuento dejó de ser la burla de todos, para pasar a ganarse el respeto absoluto de toda la manada.
 He disfrutado al máximo, contándole la historia a mis cuatro nietos, que me hacen repetírsela una y otra vez, pero, como estamos en el siglo XXI, me piden que le cambie el color al protagonista en cada oportunidad, para que sea “purple, orange o pink…”
Todos estos recuerdos grabados en mi memoria, me han reafirmado que mi Profesor de la Universidad tenía razón…Hay que atesorar esas vivencias inolvidables, sacarlas afuera, contarlas, escribirlas, para poder continuar viviéndolas, para que sean sanadoras y así lograr lo más importante, que trasciendan…aunque tengamos que cambiarles el color a los héroes en los cuentos de nuestro disco duro.
Rosa Elena Larrazábal de Maldonado.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Rosa Elena, que belleza de escrito, yo diría de cuento. Lo leí con avidez...me iba llevando a través de su lectura a todas las vivencias que tuvieron y las que tuve también yo. En un momento dado, las lágrimas afloraron a mis ojos y mi corazón lo sentí arrugaito, de recordar lo bello y hermoso de nuestras infancias y que,ahora por lo menos yo,estamos lejos de nuestros nietos. Gracias al Voluntariado de Catequesis, por permitir conocerte y hacer lo que nos.gusta por 15 años. Un gran abrazo. Dios te bendiga...🙏🥰💕

Unknown dijo...

Rosa Elena, que belleza de escrito, yo diría de cuento. Lo leí con avidez...me iba llevando a través de su lectura a todas las vivencias que tuvieron y las que tuve también yo. En un momento dado, las lágrimas afloraron a mis ojos y mi corazón lo sentí arrugaito, de recordar lo bello y hermoso de nuestras infancias y que,ahora por lo menos yo,estamos lejos de nuestros nietos. Gracias al Voluntariado de Catequesis, por permitir conocerte y hacer lo que nos.gusta por 15 años. Un gran abrazo. Dios te bendiga...🙏🥰💕

Unknown dijo...

Rose que belleza de escrito, mientras leía iba viviendo cada situación y cada cuento, te felicito por tener ese don de la escritura y donde nos haces partícipes de tus bellas experiencias. Te confieso que estuve aterrada con el cuento de la Mapanare. Y ahora a la espera de tu próximo relato. Abrazos

Nella Febres-Cordero dijo...

Qué maravilloso relato, Rosa Elena. Y que dicha el poder compartir contigo el haber tenido una infancia ¡maravillosa! También para mí es muy cercano oír de haciendas de caña, ya que mi papá, que también era agrónomo, tenía. Las nuestras eran Las Casildas, porque mi papá estudió Agronomía en Rosario, en Argentina y la universidad era Casilda. Quedaban en Araguita. Palabras como zafra, me eran muy comunes y lo de las culebras, que rondan los cañaverales, mucho más. La quema de la caña se hace, precisamente, para eso para eliminarlas lo más posible. ¡Qué belleza el cuento del Elicefante verde! Muy bello tu relato que me toca tan de cerca.