Así como a los chilenos les es muy difícil entender la realidad de Venezuela, a los venezolanos les es muy difícil entender la realidad de Chile. Los chilenos tienden a creer que Venezuela es como Chile y los venezolanos tienden a creer que Chile es como Venezuela. Y ni la una ni la otra cosa son ciertas. En Venezuela, desde hace un par de siglos, no hay oligarquías ni nada parecido a “aristocracia”. En Chile sí. Chile es una sociedad de castas, Venezuela no. La antigua aristocracia criolla de Venezuela, la de los Bolívar, los Gédler, Los Palacios, los Liendo, los Blanco, los Salias, los Pelgrón, los Galindo, los Toro, los Tovar, los Istúriz, los Solórzano, etcétera, dejó de existir con la Guerra de Independencia, y si quedaba algo, resultó totalmente liquidado en la Guerra Federal, en la segunda mitad del siglo XIX. Familias como los Bolívar, los Salias, los Pelgrón, ya ni siquiera existen. Sus nombres ya no aparecen en las guías telefónicas, y los pocos que aparecen por lo general son descendientes de sus esclavos, pues al abolirse la esclavitud, pues la ley del 24 de marzo de 1854, en tiempos del presidente Monagas, mediante la cual se abolió la esclavitud, establecía que los esclavos, liberados usarían los apellidos de sus antiguos amos. Otras antiguas familias, como los Palacios, los Blanco, los Toro, los Tovar, los Liendo, etc., existen todavía, pero muy mezcladas con mestizos y otras personas que en aquellos tiempos eran de clases “inferiores”, como los canarios. Algunos de los Tovar o los Palacios hoy tienen dinero, pero no porque lo heredaron de sus antepasados, sino porque en el siglo XX se convirtieron en comerciantes o industriales y se volvieron ricos como cualquier hijo de vecina, porque la sociedad venezolana es igualitaria y tiende (o tendía) a dar a todos oportunidades de progresar por igual. Eso es algo muy difícil de asimilar para los chilenos, que hoy en día tienen las mismas familias poderosas de tiempo de los españoles. Chile, a diferencia de Venezuela, sigue siendo una sociedad estratificada, aunque en los últimos tiempos las clases medias hayan progresado. Y por desgracia la desigualdad se ha mantenido incólume, y la diferencia entre los ricos y los pobres es inmensa. La Venezuela independiente, en el siglo XIX, fue muy pobre, y la diferencia entre ricos y pobres fue bastante menor que en el resto de nuestra América. Con la llegada del petróleo se enriqueció enormemente el estado, y quizá aumentó, aunque no demasiado, la diferencia entre ricos y pobres. La inmigración venida de países como Ecuador, Perú, Bolivia, etcétera, aumentó la clase desposeída, y la llegada de Argentina, Chile y Uruguay reforzó la clase media, pero la verdadera riqueza estaba en manos del estado, no de particulares. Eso es especialmente difícil de entender para los chilenos, que ven en su país megamillonarios (como Sebastián Piñera) y gentes que no tienen en donde caerse muertos, y suponen que es igual en Venezuela. Esa riqueza del estado hizo que los cubanos y sus socios del Foro de Sao Paulo se empeñaran en ponerle la mano a Venezuela, cosa que lograron, contra toda lógica, en 1999. Y su gestión ha sido tan mala que hoy prácticamente no hay multimillonarios ni simplemente ricos, en Venezuela. Claro que han logrado de la diferencia entre ricos y pobres sea menor, pero no porque haya menos pobres sino porque casi toda la población (más del 80%) está en niveles absurdos de pobreza. Esa es una realidad incontestable y muy triste, que también es muy difícil de entender para los chilenos. El socialismo del siglo XXI no arruinó a la alta sociedad venezolana, que en realidad no ha existido como tal desde 1830, pero sí dañó irremediablemente a las clases medias y a los pobres. De allí la enorme migración de los venezolanos, que se han regado por toda América del Sur y hoy son un problema para todo el subcontinente. Se ha dado el absurdo de que en Venezuela, que no la necesitaba, se haya producido una “revolución” que en realidad pretendió quitarle poder a fantasmas, mientras que en Chile, que en vez de fantasmas tiene personas de carne y hueso, hasta ahora no había pasado nada. El intento de Salvador Allende de cambiar esa realidad fue aplastado cruelmente por esas personas de carne y hueso ayudadas por lo peor de los Estados Unidos, y terminó en la tragedia de la dictadura, que además impuso una Constitución hecha a su imagen y semejanza, cuyo objetivo es garantizar la permanencia de esa sombra sobre la tierra chilena. Ahora, a fines de 2019, el Foro de Sao Paulo decidió ponerle la mano también a Chile, y organizó, tal como lo hizo en Venezuela en la década de 1990, una “revuelta” popular para lograr sus propósitos. La demostración de la presencia de manos cubanas, venezolanas y rusas, está en la brutal violencia de muchas de esas manifestaciones y la destrucción del Metro y otras instalaciones. Pero nada habrían hecho si no estuviera subyacente la molestia, la lógica molestia, de las mayorías chilenas frente a la realidad del dominio, oculto o no, de las viejas oligarquías a las que me referí arriba. Y, por supuesto a los venezolanos se les hace imposible entender lo que está pasando en Chile. Piensan que es algo injusto, inexplicable, como lo fue lo ocurrido en Venezuela. Piensan que el único elemento es la mano peluda de los socialistas del siglo XXI, sin entender que hay mucho más. Yo estoy un poco en la mitad del sistema: conozco muy bien a Venezuela y he hecho un esfuerzo por conocer bastante bien a Chile. Eso me permite entender que el incendio fue provocado, pero había suficiente combustible para que se produjera. Y, aunque me asusta la presencia de cubanos, venezolanos y rusos empeñados en ponerle la mano a Chile con el apoyo de “socios” canallescos chilenos que los ayudan, pienso que los chilenos sensatos son mayoría absoluta. El incendio logró que la oligarquía se asustara y aceptara que la Constitución pinochetista debe dar paso a una más democrática y abierta. Y confío en que esa situación no sea explotada por los verdaderos enemigos de Chile, como lo fue en 1999 en Venezuela. Espero y creo que las chilenos no se dejarán envolver por el Foro de Sao Paulo y el socialismo del siglo XXI, y se limiten a darse una buena Constitución, que no vencerá automáticamente la realidad del poder de sus oligarquías, pero puede ser un buen inicio para ir hacia ese camino. La violencia es el peor de los enemigos de esa posibilidad. Quemar y saquear puede generar un retroceso gravísimo, que redunde en beneficio de las oligarquías. Y pretender que con una nueva Constitución van a acabar de un plumazo con las injusticias de siglos, es una forma de anular la posibilidad de verdadero progreso. Equilibrio y paciencia son los ingredientes de la fórmula que puede evitar que regresen a tiempos pinochetistas o caigan en la ruina como les pasó a Cuba y a Venezuela. Ojalá que tengan la suficiente sabiduría e inteligencia emocional para lograrlo.
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