Blog de Víctor José López /Periodista

sábado, 16 de febrero de 2019

DEL LIBRO INFATIGABLES LA INSTAURACIÓN DE LA HEGEMONÍA ANDINA EN EL PODER

CIPRIANO SU COMPADRE Y COPAÑÍA 
CAPÍTULO XVI 
Ni cobro andinos, ni pago caraqueños 
CIPRIANO CASTRO 
El periodista Rafael Arévalo González fue testigo de la entrada del general Cipriano Castro a la ciudad de Caracas, y en su autobiografía Una vida rotunda, recuerda que El “Mocho” Hernández estaba preso y que Cipriano Castro, en vez de liberarlo de inmediato, reconociéndole el Jefe Nacionalista su jerarquía y su oposición a Crespo, esperó que pasaran las horas y hasta un día para ocuparse del carismático líder. Nos cuenta Arévalo González que: 
- Entró el general Castro en Caracas el 22 de octubre de 1898, entre cuatro y cinco de la tarde. Había triunfado con el fuerte concurso de los nacionalistas, particularmente interesados en la libertad de su jefe, el general José Manuel Hernández; pero, en lugar de dirigirse de la estación del ferrocarril a La Rotunda, para devolverle personalmente la libertad al prestigioso prisionero como todos lo esperaban, se fue a la Casa Amarilla y no fue sino cerca de las 12 m. del siguiente día cuando dio la orden para que Hernández saliese de la cárcel. De manera, pues, que por cerca de veinte horas el jefe de los que tan poderosamente habían contribuido al triunfo de aquella Revolución fue el prisionero de quien se había aprovechado del prestigio de éste para triunfar. 
-Díjose entonces, como explicación de este absurdo proceder, que el general Samuel Acosta,(a) “El Tuerto” Acosta, le había manifestado a Cipriano Castro el deseo de ser él quien fuese a sacar a Hernández de su calabozo y que no fue hasta el día siguiente cuando entró aquél en Caracas con sus fuerzas. 
¿Pero por qué lo dejó Castro rezagado? ¿Por qué no dispuso las cosas de modo que Acosta figurase en su estado mayor para su llegada a la capital? 
-Es que el restaurador no quiso venir en brazos de los que lo habían traído hasta Valencia, sino en hombros de los que lo habían combatido. No quiso tampoco que entraran las fuerzas nacionalistas, sino después de estar Caracas atiborrada de tropas amarillas. 
- “El Mocho” y Samuel Acosta (a) “El Tuerto” eran tan estúpidos – (según apuntó Mariano Picón Salas, Los días de Cipriano Castro, Caracas, Ministerio de Educación, Biblioteca Popular Venezolana. Pp 67-68) – que, en vez de dar el “golpe seco” y sorprender a Castro en su retreta o función de teatro, tomaron con más de mil hombres el camino que por El Valle y los Altos se juntaba con el de Aragua y los Llanos. Estaban cerca del gobierno pero prefirieron internarse en la más híspida inmensidad de Venezuela. “El Mocho” no concebía revoluciones sin largo tributo y degüello de reses llaneras. - Al llegar, dio Castro la célebre, breve y atinada proclama en que prometía apunta en su relato Arévalo González-: “Nuevos hombres, nuevos idéales, nuevos procedimientos”... Muy aplaudida, pero, desgraciadamente, no pasó de ser lo que el vulgo en mamadera de gallo llama “música celestial”, por la sencilla razón de que esa proclama no le había salido a Castro del corazón, ni de su autoría ya que fue concebida y redactada por Manuel Vicente Romerogarcía, escritor y periodista como Arévalo González, además de político y telegrafista. Formó parte de la alta oficialidad de Cipriano Castro, con quien rompería en 1902 para ir al exilio. El oficio de telegrafista le hizo amigo de Arévalo González. 
-No habiéndola pensado ni sentido el que la firmó, lógico era que no se hiciese esperar la contradicción de los hechos. Agrega Arévalo González a su testimonio , que: - “... supe que Cipriano Castro había invadido y venía obteniendo fáciles triunfos, no tanto por sus dotes de guerrero como por la incompetencia y cobardía de sus contrarios y hasta por circunstancias aún más oprobiosas. 
-Recordé lo que había oído de labios del general Rafael Linares en casa del doctor Laureano Villanueva y rogué a Dios que tuviera piedad de mi patria. Presentí al punto para ésta un sinfín de calamidades. ¡Quién habría de decirme entonces que la tal Revolución Restauradora sería también la satánica incubación de doce prisiones mías, con su secuela de lágrimas y duelo de privaciones! 
-Cipriano Castro pues había llegado a Caracas, y llegó con el Ejército de Luciano Mendoza. Oscar Larrazábal, Jefe del Estado Mayor Ejército Nacionalista recibió la orden de “El Mocho” Hernández de ir a hablar con “El Cabito”. Cuando Larrazábal llegó a El Valle, transfirió el mando de las tropas al general José Luna y en la reunión con Hernández en Caracas se le ordenó regresar a Valencia - porque “El Mocho” tomaría el mando del Ejército Nacionalista”. 
Cuenta en su relato Oscar Larrazábal, Jefe del Estado Mayor del José Manuel Hernández, que:
-  “… desde Valencia me dirigí con Eudoro López hacia Cojedes, y nos reunimos con Luis Loreto Lima, “Lanza Libre”, en Las Manzanas de Carabobo. En San Carlos se acuarteló el Ejército Nacionalista, donde el doctor Eudoro López fue ascendido al grado de Médico Cirujano Mayor del Ejército Nacionalista. Al momento del nombramiento del doctor Lopez llegó un telegrama de “El Mocho” Hernández anunciándonos su llegada a El Tinaco y ordenándonos reunirnos con él en Tinaquillo. El General Hernández había trasladado su cuartel a Tinaquillo, después de El Carmelero, mientras el Gobierno permanecía atrincherado en Tocuyito. 
La tarde del 12 de diciembre de 1899 –a seis meses después de la derrota en El Carmelero-, el general Hernández preparó el ataque a las fuerzas atrincheradas en Tocuyito. Aquella noche se desató un fuerte aguacero, que trastornó los planes de ataque de “El Mocho”, y el ataque, en vez de ser simultáneo, se organizó para ejecutarlos en dos partes: A las 06:00 a.m. el general Lima y “El Mocho” a las 10:00 a.m., atacarían Tocuyito y el Alto de Uzlar respectivamente. La falla de logística dejó a las fuerzas nacionalistas sin cápsulas. Loreto Lima tuvo que retirarse después del sangriento combate, por falta de munición. A “El Mocho” le detuvieron los refuerzos del gobierno.
 El doctor Eudoro López no sólo se multiplicaría en sus deberes como Médico Cirujano Mayor, sino que también peleó heroicamente los dos días de cerrado combate.
Los soldados nacionalistas permanecieron varios días en Tinaquillo, hasta que apareció el general Pulido, el Jefe del Ejército enemigo, que provocó una retirada hacia el llano donde intentó meter a “El Mocho”, resguardado en Mata de Agua.
Pulido no se atrevió atacar, prefirió continuar la marcha. Mientras estuviera protegido por la serranía la tropa marchaba de noche y al amparo del follaje. La batalla se prolongó hasta el 25 de diciembre, cuando a las siete de la mañana de aquella Navidad, con un fiero ataque de Loreto Lima.
Fue duro el combate, la retirada alentó a Pulido abandonar el resguardo vegetal que le protegía. El general del gobierno fue sorprendido por la caballería del general Lima, que saltó arrollando en un ataque impetuoso como impetuoso siempre fue el estilo de “Lanza Libre”. Aunque la infantería enemiga fuera diezmada, en el bando nacionalista se sufrió la dolorosa pérdida del valiente coronel Julio Sánchez, Jefe del Escuadrón Tinaco.
Julio Sánchez había conducido con audacia y heroísmo la persecución del enemigo hasta que una bala de Máuser le destrozó la pierna derecha, herida que el doctor Eudoro López atendió en medio de la balacera. 
Lo hizo bajo la lluvia, acondicionándolo para su traslado una parihuela que improvisó con hojas y ramas, conduciéndolo hasta el hato El Totumo. Eudoro López como médico atendió al general Samuel Acosta, herido de gravedad y sufrió el dolor de dejar en el cambo de batalla el cadáver ensangrentado de su amigo Charles Rotten, un noruego valiente, instructor del Ejército Nacionalista, que ofrendó su vida en aras de la Libertad.
 El gobierno, durante la noche y amparado por la oscuridad, retrocedió hasta El Tinaco desistiendo de la persecución de las fuerzas de los generales Hernández y Loreto Lima que fue reconocido como Segundo Jefe del Nacionalismo. 
Loreto Lima avanzó hacia el centro con sus legiones de lanceros y estableció su cuartel general en los Altos de Uzlar. Mientras Cipriano Castro, tras la injustificada carnicería de la batalla de Tocuyito recibía en Valencia los honores del triunfo y la entrega incondicional de quienes hasta ese momento apoyaron al empavorecido Andrade. 
La traición puso en manos de Cipriano Castro la suerte de la República.
El doctor Eudoro López como siempre en la vanguardia de las fuerzas del indómito Luis Loreto Lima, al lado de su cuñado el general Leopoldo Ortega Barreto, en momentos cuando se infiltraba el morbo de la política mercenaria y servil al espíritu impresionable de El Cabito, como llamaban sus soldados a Cipriano Castro.
Eudoro López de nuevo abraza la protesta armada y regresa al vivaqueo de los campamentos, acompaña a El “Mocho” en su retirada por las sa- banas de los llanos de Cojedes, perseguidos y alcanzados por el gobierno provocando un enfrentamiento en El Cacho, donde vuelve a ser derrotado el general Hernández. Esta derrota de lo que le quedaba de ejército a “El Mocho” Hernández pudo haber marcado la absoluta y total desaparición de las fuerzas revolucionarias nacionalistas, de no haber sido por el acierto del “El Mocho” de confiarle al doctor Eudoro López “la parada de la derrota”. 
Difícil y peligrosa misión la de Eudoro López, quien impasible y engrandecido, enfrentó las circunstancias, fuerte y enérgico, cumpliendo el delicado encargo y salvando de una pérdida segura los batallones que habían comenzado a desorganizarse. 
Con dos mil hombres en Tinaquillo, el general Hernández inició una retirada hacia El Charcote. El “Mocho” y los hermanos Loreto y Evaristo Lima iban muy bien equipados y además acompañados por el general Leopoldo Ortega Barreto y Eudoro López, Jefe del Estado Mayor del Ejército de Cojedes. El parte de guerra, que Luis Loreto Lima comenzó a escribir en El Carmelero el 15 de abril, lo firmó el 17 en El Charcote, sin que en el mismo de informara de la muerte de Joaquín Crespo. La caída del Jefe Liberal Amarillo se vino a conocer, oficialmente, el 18 de abril de 1898. Fue un triunfo pírrico el de la victoria nacionalista, que habiéndose sellado en el campo de batalla con la muerte del general Joaquín Crespo, no fue comprendida por los jefes nacionalistas. Mucho menos por el general Hernández que sufrirá dos descalabros seguidos: el primero en Churuguara, el 5 de junio y el otro en El Hacha, el 12, donde fue hecho prisionero por Ramón Guerra y así firmar el final de la Revolución de los Nacionalistas. 
Incomprensible para los analistas político militares, aquellos que se han atrevido estudiar este galimatías, que tras un esfuerzo extraordinario de una campaña de más de 45 días en las sabanas de los llanos de Guárico y Cojedes, esfuerzo que les condujo a una victoria que debió tener consecuencias brillantes. No se entiende el porqué no se prolongó el esfuerzo, lanzándose a la persecución del enemigo. 
La muerte de un caudillo en una batalla – señala el histo riador don Vicente Lecuna-, no siempre produce el desmoronamiento de su ejército. Lecuna se refiere a dos casos muy cercanos:
- José Tomás Boves, herido de muerte, en los primeros actos de la batalla de Urica y que su ejército quedó vencedor. Lo miso sucedió con Ezequiel Zamora en San Carlos. Para el doctor Lecuna al Mocho “le faltó la mirada de águila de Bolívar, para darse cuenta exacta de la situación sicológica respectiva de las fuerzas en lucha”. La excusa del general José Manuel Hernández fue: 
-No le perseguí por temor a que se reorganizara rápidamente, al amparo de los dos batallones que no habían combatido y volvieran a la carga y nos arrebataran el triunfo. 
Crespo lo era todo entre los suyos: sus tropas defendían nada más que un régimen personal. Los generales Loreto Lima y Evaristo Lima siguieron engripados camino a los Hatos Barreteros. 
Aunque siempre se ha dicho que la bala que mató a Crespo provino del rifle de uno de los partidarios del “El Mocho” Hernández, un rumor, no confirmado, asoma la posibilidad de que el proyectil que cegó la vida del “Tigre de Santa Inés” fue disparado por un enemigo político infiltrado dentro de las propias las del gobierno. 
Los restos del general en Jefe y Caudillo de la Guerra, Joaquín Crespo, último caudillo del Liberalismo Amarillo, que condujo la Revolución Legalista cuando el doctor López inició su prolongada actuación de rebeldía política, repo- san en el Cementerio General del Sur de Caracas, desde el 24 de abril de 1898. 
La detención del general José Manuel Hernández, “El Mocho” en la emboscada de El Hacha puso fin a la guerra pero no a la insurrección, que continuó en su labor patrió- tica contra el régimen usurpador y criminal que retenía el poder contra la voluntad del pueblo.
El doctor Eudoro López, nombrado Jefe de Estado Mayor del Ejército de Cojedes, organizó un avances hacia el centro con el propósito de reunir las guerrillas dispersas y formar un frente único bajo el comando del Segundo Jefe del Nacionalismo: Luis Loreto Lima. 
La falta de comunicaciones y la desorganización que pro- dujo la detención de El “Mocho” imposibilitaron los propósitos de Eudoro López.
Apenas sobrevivieron a la situación las fuerzas en los pueblos occidentales a las órdenes de los generales Pedro Conde, Eutimio y Temístocles Correa. Estos dos guerrilleros eran tíos de Eudoro López por parte de su madre Lucrecia Correa. Pedro Conde y los hermanos Correa, Eutimio y Temístocles morirían más tarde en las prisiones de Juan Vicente Gómez. 
Mientras todo esto ocurría en las sabanas y los montes de Carabobo, Cipriano Castro, con el argumento de restaurar el orden público alterado, invadía Venezuela por Colombia. Lo hizo junto a su compadre Juan Vicente Gómez capitaneando un grupo de 60 hombres.
 Luego de llevar a cabo escaramuzas, sin resistencia por parte del gobierno, logró varias victorias hasta ocupar Caracas en el 1900 sembrando la semilla de la Hegemonía Andina. Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Medina Angarita, Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez serían sus frutos. “El Mocho” se vuelve a alzar, ahora contra Cipriano Castro en la II Guerra Nacionalista, y es derrotado. Leopoldo Ortega Barreto Castro invade por Colombia y en Riohacha participa en la Guerra de los 100 años, para morir en la Batalla de Carazua
La retirada nacionalista continuó camino del sur, por los llanos y hacia las selvas del Orinoco. Era el propósito del gobierno rematar aquel ejército herido, temeroso que “El Mocho” Hernández repusiera su fuerza militar. Lo per- siguieron, intentaron no darle tregua, pero en esta oportunidad sorprende a los militares, cuando al retirarse en orden, y a la defensiva, hasta alcanzar las márgenes del inmenso Orinoco las  selvas guayanesas, exuberantes y generosas, pródigas en ganados, sirvieron para que el Ejército Nacionalista reaccionara y se preparara para el combate. La batalla se generalizó, el empuje de los soldados del gobierno estalló ante la indomable resistencias de los mochistas y ya tarde, luego de una jornada de contra ataque nacionalista, se logró una victoria importante.

Caracas recibiría la noticia de la derrota oficialista del desastre militar. El gobierno relevó tropas con soldados frescos y bien apertrechados que amanecieron frente al campamento revolucionario. La batalla comenzó con más furia que el día de la derrota. 
El general Samuel Acosta sostuvo los fuegos  con el escaso parque que le quedaban a las fuerzas de “El Mocho” Hernández.”El Tuerto” encomendó  al doctor Eudoro López el delicado encargo de situarse entre los batallones que peleaban y los que se retiraban, acompañado del corneta Juan Tavera que tocaba ataque sin cesar. Su propósito era disimular ante el enemigo desconfiado la retirada. Eudoro López fue el último en re- tirarse, bajo una lluvia de balas le hizo la primera cura a Samuel Acosta y lo acondicionó para fuera conducido a su casa en el Hato El Totumo. Una vez guarecido, el Ge neral Pulido cesó el fuego, por lo que habiendo logrado su objetivo, “El Mocho” emprendió su marcha hacia El Baúl, dejando un escuadrón de caballería para que observara los movimientos del enemigo.
 Durante la noche Pulido retrocedió a El Tinaco y del Tinaco siguió hacia Caracas abandonando la persecución. 
“El Mocho” Hernández continuó su marcha ocupando sucesivamente Acarigua, Ospino, Guanare, Libertad y Dolores. Llegó a Nutrias donde embarcó su ejército en una cuadrilla de bongos. Descendiendo el Apure, ocupó San Fernando. Se detuvo para planificar la expedición a Guayana sin que el general Guerra se atreviera atacarlo. Guerra había sido enviado por Cipriano Castro y estaba acuartelado en Calabozo. 
-En la misma escuadrilla de bongos que nos llevó a San Fernando, cuenta Larrazábal, y que fue aumentada con el vapor “Forzoso”, que habíamos capturado, bajamos por el Apure hasta el Caño Ororal. Caño que en Garcitas, punto en el que el Guárico nutre al Orinoco. 
Todos los vapores del gobierno patrullaban el Orinoco con la misión de impedir el paso del general Hernández. Este, viendo la situación, remontó el Orinoco hasta situarse frente a Mapire donde preparó el cruce del río. Coincidió la preparación del general Hernández con la llegada de una expedición de ingenieros de Colombia, integrantes de la Comisión de Fronteras demarcadora de los límites. Se hizo uso de los buques para cruzar el Orinoco, y una vez en Guayana se emprendió la marcha. Obra maestra de la estrategia de “El Mocho”, que avanzaba sin descanso hacia Ciudad Bolívar, evitando el combate que quería comprometer el General José Manuel Peñaloza.

El general José Manuel Hernández llegó a Ciudad Bolívar, ocupando la posición de Manacal. Cuando el ejército se disponía matar el ganado para el rancho de la tropa, el enemigo se presentó abriendo fuego. Fue un combate sangriento, pero con una carga realizada por el general Carlos Lovera a las cinco de la tarde los gobierneros se desbandaron. No había parque, nos habíamos quedado sin capsulas y el enemigo quedó bajo las órdenes del general Rafael Carabaño Izarra. Amaneció el segundo día de combate. Carabaño Izarra, intentó varias veces forzar la entrada a las líneas nacionalistas por la quebrada de Macanal. Intento varias veces rechazado con cargas a machete y dos cañones pequeños apoyados por un fuego nutrido que le causó muchas bajas al enemigo provocando una desordenada huida.
En medio de la balacera fue herido en un pulmón el general Samuel Acosta, quien otra vez fue atendido por el doctor Eudoro López. La intervención se realizó bajo fuego cerrado. Acosta salió en una hamaca en medio del fragor de la lucha encarnizada, parihuela que conducían las nobles tropas de Carabobo que no quisieron abandonar al compañero herido, nuevamente herido en la campaña. La conducta del doctor López en Manacal fue heroica. No sólo combatió como el más bravo de los soldados, sino que fue más hayá del deber en sus funciones de Médico Cirujano Mayor, multiplicándose con eficacia. Poco antes que emprendiera la retirada, cuenta Larrazábal, se me acercó para decirme:
- ¿Hermano, no tienes aunque sea un pedazo de cazabe? ¡Estoy agotado de cansancio y de hambre! La retirada se efectuó sin que el enemigo se atreviera perseguirnos. Me quedó observando el campo cuando pude ver la fuerza enemiga al pasitrote dirigiéndose a Ciudad Bolívar. Se siguió la retirada desandando el camino que habíamos seguido hasta Manacal, sin que el enemigo diera señales de vida. Llegamos a Las Piedras las patrullas del gobierno no se dieron cuenta de la llegada del ejército. Los vimos pasar hacia Ciudad Bolívar lo que aprovechó el general Hernández para repasar el Orinoco y emprender andando, sin las bestias nuestro regreso.
 Eudoro López inició la larga y dura marcha con los restos de Manacal, para continuar hacia Carabobo por Pegones y Tinaquillo pernoctando en El Barbasco. El valiente general José Antonio Dávila, al frente de los defensores de Cipriano Castro, dio la orden de detener a “El Mocho” y al doctor Eudoro López en su camino hacia Valencia. Hernández, aunque sorprendido, no perdió la serenidad. Con valor y ecuanimidad les ordenó a Samuel Acosta y a Eudoro López que aguantaran el fuego mientras él se internaba en las selvas de Tierras Negras, tumba para sus andanzas militares y el sarcófago de la Segunda Guerra Nacionalista. 
Otra vez preso “El Mocho”, Samuel Acosta y Eudoro López continuaron su retirada vivaqueando por aquellos parajes de la pampa criolla y así evitar caer presos. La unidad revolucionaria se había roto. Los grupos nacionalistas disueltos. 
En relato de Luis Heraclio Medina Canelón después de algunos combates, la revolución es definitivamente derrotada, finalmente el general José Manuel Hernández cayó preso y fue encarcelado en La Rotunda. Escribe Luis He raclio Medina Canelón, nieto de Luis Eudoro Medina y sobrino nieto de Eudoro López que:

- Muerto Crespo, el gobierno títere de Andrade quedó sin titiritero. Los generales no respetan al presidente y no hay una autoridad real a la que todos obedezcan. 
- En 1899 parte desde Los Andes un movimiento que pre- tende “restaurar” el orden legal violentado por Crespo y Andrade, de allí que se le denomina “Revolución Restauradora”, liderado por Cipriano Castro, que prácticamente en 5 meses derrota el anárquico ejército de Andrade, toma el poder y otorga la libertad a “El Mocho”, A quien le encarga el Ministerio de Fomento, pero al poco tiempo, Hernández le presenta la renuncia y al percibir el carácter autoritario del nuevo gobierno, se alza nuevamente en armas junto con sus nacionalistas, siendo nuevamente vencido y capturado en 1900 junto a nuestro tío bisabuelo Eudoro López, en las inmediaciones de Churuguara. ... - La elección del Gabinete le arrancó al público la exclamación del conocido refrán: ¡Al primer tapón zurrapas! Porque no eran hombres nuevos los que formaron la mayoría de los ministros del despacho, y no era por cierto su antigüedad que los hacía merecedores del rechazo popular; era su desprestigio. Era que su pasada actuación en las esferas gubernamentales que tenía la mácula indeleble que fue distintivo característico de los gobiernos anteriores; era que, como los llamé yo en uno de los artículos que publiqué en esos días, aquellos hombres se parecían a los sepulcros blanqueados de que nos habla el Evangelio. 
- En 1903 es liberado “El Mocho” por Cipriano Castro, con ocasión del bloqueo anglo-alemán y en una muestra de patriotismo se aparta de las conspiraciones y, brevemente,  se incorpora a una eventual defensa del territorio nacional. Mas tarde es enviado por Castro a Washington como ministro plenipotenciario, pero vuelve a renunciar por no estar de acuerdo con las políticas de Castro. A la caída de Castro regresa al país y el aparentemente bonachón Gómez de los primeros tiempos lo designa miembro del Consejo de Gobierno, pero nuevamente el a sus principios Hernández renuncia y se enfrenta al nuevo tirano, por lo que tiene que ir al exilio donde tiene una vida de humildad, trabajando de carpintero y repartidor de pan hasta que lo encuentra la muerte. 
El general Hernández, en todo momento permaneció el a sus principios cívicos y a su ética. Pudo permanecer cómodo, bien en el país o en el extranjero en los múltiples cargos que le eran ofrecidos por los comandantes de turno, pero siempre prefirió la digna pobreza consecuente con su visión política, antes que vender sus principios a los tiranos. Distintas oportunidades tuvo “El Mocho” para dejar de un lado la aventura peligrosa de sus sueños y sentarse a disfrutar del sustancioso banquete de la política, pudo vivir cómodamente por un tiempo en el círculo cortesano de Castro o Gómez. Pero más pudo su ética y prefirió el propio sacrificio, la lucha franca contra los dictadores y el ostracismo en el extranjero. Muchos dicen que “El Mocho” fue un verdadero “Don Quijote” venezolano de los tiempos modernos y debería ser una referencia ética para todos los venezolanos. 

No hay comentarios: