Nunca
dos personas relatan un mismo hecho de un modo exactamente igual. Uno acentúa
lo uno, el otro lo otro. De ahí que me atreva a formular la siguiente
frase: el relato de un hecho dice más sobre la persona que relata el
hecho que sobre el hecho relatado. Con mayor razón ocurre así en los
procesos colectivos en donde priman visiones ideológicas, experiencias
contrapuestas, distintas biografías. Así se explica por qué las deducciones que
surgen del relato del hecho no solamente son diferentes, sino, además,
antagónicas entre sí.
Esa
es la razón por la cual el colosal fraude perpetrado por la CNE el 30 de Julio
(30/J) ha sido interpretado de modo muy diferente por los diversos sectores que
conforman la oposición, dentro y fuera de la MUD.
Resumo:
hay tres grupos de opinión.
Según
el primer grupo, el megafraude cometido por la dictadura el 30/J ha enterrado la vía
electoral asumida por la mayoría de la oposición desde el 2006 (candidatura
de Rosales) y el 2007 (plebiscito de Chávez), vía que interrumpió las
alternativas voluntaristas (carmonismo, paro petrolero, abstencionismo)
asumiendo la defensa de la Constitución liberal y chavista de 1999.
Según
el segundo grupo, el grotesco fraude, evidenciado y probado por las revelaciones de
Smartmatic, ha puesto de manifiesto que las elecciones son imposibles
de ser realizadas bajo la tutela de la CNE dirigida por Tibisay Lucena (después
de Diosdado y Maduro, la persona más detestada de Venezuela). El tenor
predominante de ese grupo es: yo votaría, pero no con ese
CNE.
Un
tercer grupo considera
necesario participar en las elecciones regionales que eventualmente tendrían
lugar en diciembre, pues no hacerlo significaría regalar a Maduro 23
gobernaciones y, además, facilitar el cumplimiento de la utopía de todas
las dictaduras, a saber: elecciones sí, pero sin participación de la
oposición (al estilo cubano)
En
el primer grupo hay muy débil comunicación con el segundo y casi ninguna con el
tercero. Se trata de sectores más culturales que políticos, muy emocionales, reacios
al debate, seguidores de líderes mesiánicos cuya retórica basada en códigos de
honor los encandila. La presencia medial de este grupo es muy superior a su
inserción real en la sociedad, razón por la cual logran en determinadas
ocasiones ejercer una fuerte presión dentro de la MUD. Son los de La Salida,
los del Maduro vete ya, los de la marcha sin retorno, los de la Hora Cero, los
de con mis muertos no te metas, los de votar es traición, y los del gobierno de
transición con embajadas en el exilio (¡!).
La
discusión principal tiene lugar entonces entre el grupo dos y el tres. Aunque los del grupo dos coinciden con los
del uno en que después del fraude del 30/J es imposible asistir a los comicios
sin legitimar al régimen, muchos estarían de acuerdo con votar, siempre y
cuando tenga lugar una reestructuración de la CNE (algo difícil que ocurra
durante Maduro) Las revelaciones de Smartmatic confirmarían, aparentemente, esa
posición.
Los
del grupo tres, sin embargo, han realizado una distinta lectura con
respecto a los mismos hechos.
De
acuerdo al grupo tres, esa CNE es exactamente la misma del 6D del 2015. Según
los del dos es la misma pero bajo condiciones diferentes a las del
2015 pues hoy la dictadura es abierta y confesa.
Los
del grupo tres afirman que justamente por eso es necesario participar en las elecciones
pues lo contrario significaría legitimar a la dictadura.
Los
del dos afirman
que participar electoralmente significaría legitimar a la dictadura.
Los
del tres que
participar significaría relegitimar la vía electoral en contra de una
dictadura que intenta dinamitarla.
La discusión parece no tener fin. No obstante,
podría ser resuelta con una sola pregunta: ¿a quién interesa que la
oposición no participe en las elecciones? La respuesta solo puede ser
una: A Maduro y su mafia.
Si
la oposición no participa en elecciones, Maduro no se vería impulsado a
suprimirlas. Entonces, preguntarán lo del grupo dos ¿para qué
participar en elecciones si Maduro las va a suprimir y si no es así las va a desconocer?
Supongamos que sea así. En ese caso Maduro chocaría una vez más con la
legalidad y con ello agregaría varios puntos más a su deslegitimación interna y
externa.
Sin
embargo, en ese punto, el profesor Juan Carlos Sosa Azpurua apunta
con buenas razones que a la dictadura de Maduro no le interesa tener
legitimidad pues le basta con el uso de la fuerza. El señor Sosa Azpurua tiene razón. Pero solo
en parte. A ninguna dictadura, ni siquiera a la de Maduro, le conviene aumentar
su grado de deslegitimación, mucho más si esa deslegitimación amenaza trizar
sus filas. Gracias a esa deslegitimación progresiva el chavismo se
encuentra internamente deteriorado. Si ese proceso sigue aumentando –y un
nuevo robo de elecciones lo aumentaría de modo considerable– puede consumarse
el golpe de gracia que necesita la dictadura para irse de este mundo.
Es
una hipótesis. Tómese como tal.
Lo
importante es que Maduro no quiere que la oposición participe en las elecciones.
Y bien, en este punto hay que recordar una de las premisas básicas de la
política. Ella dice: Nunca hagas lo que tu enemigo quiere que hagas.
Pero los del grupo uno y en parte los del dos, se empecinan en hacer lo que
Maduro quiere que hagas.
Están
pisando la trampa. Esa es la trampa. ¿Dónde está la trampa? Precisamente en el fraude del 30/J,
reconfirmado por Smartmatic/Reuter.
¿Quién
no sabía que después de los 7 millones y medio de votos obtenidos por la
oposición, Maduro iba a ordenar a Lucena que inventara por lo menos ocho
millones? La vara se la pusieron muy alta, pero igual la saltó haciendo un
horroroso fraude. Al respecto hay dos lecturas.
Una
alegre y otra no tanto.
La
lectura alegre dice: el fraude fue tan increíblemente obsceno que la
dictadura se desligitimó definitivamente frente a la opinión mundial. En
ese punto, y aunque parezca insólito, comparto mi opinión con la del profesor
Sosa Azpurua. A la dictadura le interesa un carajo la opinión mundial. Lo
importante para ella era sobrepasar la votación de la oposición fuera como
fuera. Desde un punto de vista dictatorial no podía hacer otra cosa. Si yo
hubiera sido dictador habría hecho lo mismo.
Pero
hay otra lectura que no es tan alegre. Esa lectura dice: a la
dictadura le interesaba mostrar abiertamente que es fraudulenta. Solo
así la oposición no se atreverá a medirse.
Pues
bien; ahí yace precisamente la trampa.
Mediante
la amenaza del fraude, Maduro intenta desmoralizar a la oposición y con ello
alejarla de todos los procesos electorales, justamente los únicos en los cuales
esa oposición puede ganar.
O
en otras palabras: mientras más visible sea el fraude, mayor será el
escepticismo de la ciudadanía para participar en procesos electorales. Así el
dictador gana por partida doble. Por una parte, hace elecciones y se queda con
todos los votos. Por otra, desprestigia al máximo la vía electoral sin que la
oposición tenga otra alternativa de lucha. Negocio redondo.
La
dictadura de Maduro y su mafia es, como toda dictadura, antielectoral. Pero
entre suprimir las elecciones y hacer elecciones tipo Cuba, es decir, sin
oposición, prefiere, obviamente, la segunda posibilidad. El problema es que
realmente lo puede lograr gracias a la ayuda que le presta una parte de la
propia oposición (primer y segundo grupo).
La
tarea política de la oposición -si no quiere pisar la trampa tendida por la
dictadura- es ir directamente a las elecciones regionales, ocupar sus espacios
y dar ahí otra batalla. Pero ir a ganarlas como fueron ganadas las del 6-D. Los
del grupo dos dirán: el tiempo es otro que el del 6D. No es
cierto. Es la misma dictadura, es el mismo Maduro, es la misma CNE y es la
misma oposición (aún más amplia todavía que durante el 2015).
La
posición del grupo tres se encuentra avalada por tres razones.
Una práctica, otra histórica y otra política. La lógica de la razón
práctica enseña que cada vez que la oposición va a elecciones,
haciéndose presente en las mesas, cotejando voto tras voto desde la primera
hasta la última hora, logra resultados favorables. La lógica de la
razón histórica enseña que los más grandes éxitos de la oposición han
sido obtenidos en el área electoral y en ninguna otra. La lógica de la
razón política enseña que nunca las movilizaciones populares han sido
más intensas que cuando aparecen articuladas en torno a un objetivo electoral.
Sí, electoral.
¿No
fue la lucha por el revocatorio una lucha electoral? ¿No fue la lucha por las
regionales, antes de que Maduro las robara, una lucha electoral? ¿Nadie se
acuerda de los grandes peregrinajes de recolección de firmas a los que sometió
la sádica Lucena a la ciudadanía ansiosa de votar? ¿No fue el estallido popular
que comenzó en abril de 2017 una demostración de que la ciudadanía estaba
dispuesta a darlo todo para defender a la AN, elegida con sus votos? ¿No
surgieron las grandes protestas callejeras en defensa del sufragio universal
avasallado por una constituyente que inventaron los secuaces de Maduro con el
único objetivo de evitar las elecciones regionales? ¿No diseñó la oposición su
línea política como democrática, pacífica, constitucional y ELECTORAL? Y
después de todo eso, ahora, cuando se abren las perspectivas para inundar a
Venezuela con votos antidictatoriales, los de siempre, los del grupo
uno y dos, intentan echar pie atrás, pisando la trampa tendida por la
dictadura.
No.
Desde una perspectiva histórica no se trata de cambiar de ruta como arguyen los
del grupo uno y dos. Todo lo contrario, se trata de reafirmarla. La
oposición –o su gran mayoría- es constitucional porque es electoral y es
electoral porque es constitucional. Quienes intentan cambiar de ruta son
los que quieren cerrar la vía electoral sin ofrecer ninguna otra, pisando así
la trampa que Maduro les tendió.
Seamos
francos de una vez por todas. La oposición tiene solo tres alternativas: 1) La
lucha armada, para lo cual no está preparada 2) Soñar con un general divino, o
con una invasión de marines comandados por Trump 3) La línea electoral, la que
mejor conoce, la que más preocupa a Maduro.
Hay
quizás una cuarta alternativa: ir a twitter y desde ahí insultar a los
parlamentarios y candidatos de la MUD y a todos los que los apoyamos. No la
recomiendo.
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