La expedición humanitaria del Dr. Balmis y sus “galleguiños”
A Yvette
La brillante solución fue
llevar a 22 niños sanos de entre 8 y 10 años, sacados de un orfanato de La
Coruña, a quienes se vacunaría de uno en uno para mantener la infección activa
hasta llegar al Nuevo Mundo e inyectar a la población a partir del niño que
llegaba contagiado
El diario británico The Times informó
recientemente que científicos de varias universidades del Reino Unido han
aplicado con éxito a un ciudadano una nueva técnica que elimina por completo el
virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Un británico de 44 años y portador
del virus se ha convertido oficialmente en el primer ser humano al que se ha
logrado curar por completo la enfermedad. Se trata de una técnica
revolucionaria lograda gracias a la estrecha cooperación de las universidades
de Oxford y Cambridge, y de los londinenses Imperial College, University
College y Kings’ College.
Estas estupendas noticias deben tomarse con
cautela, pues el entusiasmo de los medios a veces magnifica las cosas sin estar
oficialmente confirmadas. Tal fue el caso del periódico “2001” de Caracas, que
en 2010 publicó en primera plana una verdadera bomba científica: “el doctor
Jacinto Convit, científico venezolano, había desarrollado la vacuna contra el
cáncer de mama, colon y estomago”. Inmediatamente el Instituto Autónomo de
Biomedicina (fundado por el Dr. Convit) informó que “eso era totalmente falso y
que no se estaba realizando ningún estudio de este tipo”.
Viene al caso recordar sin embargo un hecho
histórico de gran trascendencia para la humanidad. La ciencia, al respecto de
vacunas, ha creado maravillas, la primera históricamente fue contra la viruela,
pavorosa enfermedad hoy controlada gracias a un médico rural inglés, Edward
Jenner (1749–1823) que en 1796 inoculó al niño James Philips
una pequeña dosis de las pústulas extraídas de las ubres de las vacas, que no
contraían el terrible mal, observando que tras un leve brote sobrevivió repitió
con otros niños y el resultado fue igualmente positivo. Era el principio del
fin de la terrible peste que se contagiaba velozmente y había acabado durante
siglos con decenas de millones de personas.
Francisco J. Balmis (Alicante 1753-1819)
cirujano y médico personal del rey Carlos IV supo la noticia y propuso al
monarca hacer una expedición a las posesiones españolas de ultramar, donde la
viruela hacía estragos, con el fin de erradicar aquel terrible mal. El rey
apoyó y financió la expedición, pues su propia hija, la Infanta María Luisa
había sufrido la enfermedad habiendo sido salvada del mal, vacunándola junto al
resto de su familia.
El 1 de septiembre de 1803, el rey Carlos
IV, emitió un edicto dirigido a todos sus dominios de Asia y América y ordenaba
apoyar a los expedicionarios para:
Vacunar gratis a toda
la población,
Enseñar a preparar la
vacuna antivariólica y
Mantener suero con
virus vivo para vacunaciones futuras.
Balmis con siete médicos, asistentes y
equipo sanitario dispuso la travesía, pero había un tremendo problema que
resolvió con gran ingenio: la vacuna no existía como tal, solo se sabía la
técnica de Jenner, y no era posible cruzar el Atlántico durante semanas con
fluido para inocular pues no existía aún la refrigeración. La brillante
solución fue llevar a 22 niños sanos de entre 8 y 10 años, sacados de un
orfanato de La Coruña, a quienes se vacunaría de uno en uno para mantener la
infección activa hasta llegar al Nuevo Mundo e inyectar a la población a partir
del niño que llegaba contagiado. Para asegurarse el éxito de la expedición
redactó un reglamento que tendrían que cumplir los empleados de la expedición.
El 30 de noviembre de 1803 zarpó de La
Coruña la nao “María Pita”, comenzando aquella extraña expedición humanitaria,
la primera con fines sanitarios de la historia. Transportaron la vacuna
navegando hasta las Islas Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México,
Filipinas y China con enorme éxito.
En La Guaira la expedición se dividió y el
Dr. Balmis se quedó en Caracas. Fue homenajeado y hasta Andrés Bello compuso
una “Oda a la vacuna” en gratitud. Fue fundando centros donde se instruía a
médicos locales la técnica de cómo administrar la vacuna. Luego siguió hasta
Cuba y México donde reclutó de nuevo a 25 niños huérfanos y desde Acapulco, el
8 de Febrero de 1805 partió a bordo del “Magallanes” hacia Filipinas,
atravesando el Océano Pacífico. Después siguió hasta Macao y luego a China
eliminando a su paso los brotes de la peste.
En 1814 regresó a España, no sin antes parar
en la isla de Santa Helena donde sus habitantes fueron inmunizados.
Edward Jenner, el descubridor de la vacuna
dijo: “No puedo imaginar que en los anales de la historia exista un ejemplo
de filantropía más noble que éste”. Alejandro Humboldt en 1825 escribió a
propósito de este hecho: “Este viaje científico perdurará como el más
memorable de la historia”.
Un fragmento de la “Oda a la vacuna” dice:
Y a ti, Balmis, a ti
que abandonando el clima patrio, vienes como genio tutelar de
salud, sobre tus pasos, una vital semilla difundiendo
¿Qué recompensa más
preciosa y dulce podemos darte?
¿Qué más digno premio a
tus nobles tareas que la tierna aclamación de agradecidos pueblos?
Andrés Bello
La verdad es que otro Dr. Balmis sería
bienvenido…
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