Tal es el título de un film
de Henri-George Clouzot, una de las mejores obras de suspenso de todas la
épocas, realizada en 1955 en tiempos de gloria de la cinematografía francesa.
La trama de un asesinato mantiene al espectador en opresiva expectativa hasta
que ocurre un desenlace brutal, inesperado, que revela la más fina y perversa
elaboración de un cerebro femenino. Para cuidar la corrección, el maestro
Clouzot se las arregla para que la diabólica trama sea finalmente descubierta
in fraganti por un curioso policía retirado.
No en la ficción, sino en
nuestra realidad venezolana de hoy, el régimen gobernante, para estrangular la
voluntad de millones de ciudadanos que reclaman su derecho constitucional a
romper un asfixiante cerco de miseria, se ha servido, cual Clouzot, de
diabólicas mentes femeninas. Con la instrucción de permitir el ejercicio del
solicitado derecho, pero al mismo tiempo convertirlo en inalcanzable quimera,
cuatro fieles cortesanas se reunieron en aquelarre para cumplir con el mandato
solicitado. Con retorcida frialdad –calculadora en mano- elaboraron la puesta
en escena con los números, las restricciones y las zancadillas necesarios para
armar la trampa. Pero la víctima real de tal fullería, más que la aspiración de
cambio político que clama la inmensa mayoría del país, es la esperanza de una
sociedad que no quiere ver más bebés en cajas de cartón, ciudadanos escarbando
por alimento en las bolsas de basura, ni a sus seres queridos asaltados o
muertos en las calles.
Estas criminales señoras, no
podrán escapar de la sombra de su delito. Las perseguirá de por vida. Ellas,
como otra también famosa fémina urdidora, Lady Macbeth, verán mañana en sus
manos manchas que no conseguirán lavar jamás.
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