Los Amigos
Aquellos
amigos son los que recordaremos siempre, para bien y para mal, éramos felices,
todo lo felices que se puede ser, con ellos me he reído mucho, cosa importante
para mí.
Al fin
estamos en el tan esperado 2016. Los Reyes Magos de Oriente nos han traído como
presente la instalación, sin demasiados traumas aunque con nubarrones, una
nueva Asamblea Nacional que, Papá Noel y el niño Jesús ya nos pusieron de
regalo bajo el arbolito (debió ser necesario el esfuerzo al alimón de ambos,
porque el obsequio no fue poca cosa). Y así nos hallamos en el principio de
algo bueno, que ya es algo.
Durante
estas fiestas seguro les habrán llegado innumerables felicitaciones, típicas de
las navidades, pero seguramente habrán recibido también otras por el cambio
político acaecido. Tal vez procedan de viejas amistades, gente de buena
voluntad sin duda. Esta circunstancia me ha puesto a cavilar sobre lo
importante que es tener buenos amigos y amigas que se acuerden de nosotros.
Lo de la
amistad está como de moda, pero ha cambiado un tanto a como se entendía tiempo
atrás; hay mucha literatura pedagógica sobre la conveniencia de que a nuestros
hijos debemos educarlos con ese sentimiento tan positivo. Los psicólogos,
maestros y gente de buenas intenciones lo aconsejan en libros, por TV, internet
y todas las redes sociales al uso, si no, pregúntenle a Google sobre la amistad;
nos dicen que los niños y jóvenes serán más felices y que los que carezcan de
amigos no lo serán tanto, y hasta pueden tomar otros caminos menos deseables, por
eso nos advierten que los padres debemos estar muy pendientes de la calidad de
amistades que nuestros hijos adquieran, no sea que las malas compañías nos los
echen a perder y… en fin, todas esa cosas.
Hoy
prefiero más recordar a los amigos de antes, de los que guardo mejores recuerdos,
los de toda la vida, me hayan felicitado o no. Pienso que los primeros amigos llegan
en los años de la escuela primaria, podría citar docenas, muchos incluso por su
nombre y apellido. Son los que transcurridos unos años, se despegan de nuestra
cotidianidad, pero no hay duda de que si de vez en cuando echamos una mirada al
retrovisor de nuestra vida ahí estarán
presentes. Después, una vez pasado el mal trago de descubrir la verdadera
identidad de los Reyes Magos y Papá Noel (o si quieren Santa Claus) vamos
creciendo, no solo de estatura, y llega la pubertad, ese atrio de la
adolescencia en que, junto a lo fisiológico, suele haber cambio de guardia, con
nuevos amigos que se incorporan al día a día; son los años que nos liberamos de
la tutela de los mayores y nos adentramos en un descubrimiento fantástico: la
libertad, sujeta a ciertas normas, que dependiendo de la familia podíamos
transgredir más o menos, pero libertad al fin.
Aquellos
amigos, frecuentemente eran más importantes que la propia familia, nos
juntábamos una vez terminadas las tareas y se nos pasaba el tiempo volando. En
aquella época de “teenagers” aprendíamos empíricamente las cosas que
generalmente no nos enseñaban en casa. Eran tiempos en que nuestros padres, tan
conservadores, respondían con evasivas a las inconvenientes preguntas, producto de nuestra total ignorancia de
casi todo; sin embargo esos temas los resolvíamos con nuestros compinches tan
desinformados como nosotros; así nos íbamos ‘malinformando’ de casi todo. Eran
los años que descubríamos cómo las muchachas causaban en nuestros cuerpos
sensaciones que no habíamos sentido nunca antes. En aquellas escuelas de la
esquina descubrimos que lo del sexo era algo estupendo; el grupo se ampliaba
con nuevas adquisiciones femeninas, que en lo de la vida nos llevaban una
“morena”, a pesar de que ante ellas figurábamos estar de vuelta de todo, sin
haber ido.
Las
madres recelaban de aquellos amigotes cada vez que soltábamos impertinentes
comentarios en familia, escandalizándolas, mientras los hermanos mayores nos
“chalequeaban” y los padres sonreían solapadamente haciéndose los locos ante
los típicos: “¡José, pero dile algo a este descarado!”.
Ya
pasados los 20, en la Universidad o mientras estudiábamos cualquier otra
profesión, las cosas solían cambiar de nuevo y se ampliaban las relaciones,
abandonando la esquina, aunque no a los compinches. Ya no cumplíamos los
horarios, teníamos llaves de la casa, novias, automóviles y que “prestados” por
el padre, motos y a veces, si había con qué, carrito propio.
Al
terminar los estudios y encontrar trabajo las cosas se complicaban un tanto,
los amigos eran de otra laya, se hacían amistades pero de nueva variedad;
algunas perduraban, pero otras eran producto de intereses y no nos llegaban tan
adentro. Nos convertimos en hombres hechos y derechos, aunque algunos no tan
derechos, pero ya podíamos elegir.
Aquellos
amigos son los que recordaremos siempre, para bien y para mal, éramos
felices, todo lo felices que se puede ser, pero con ellos me he reído mucho,
cosa importante para mí, cogimos inolvidables borracheras, hicimos auténticas
barbaridades y locuras de las que por supuesto no me arrepiento.
Los
amigos, mis buenos amigos seguirán estando ahí, les rindo culto; pudimos ser rivales
pero nunca enemigos. Por eso, estén donde estén, este 2016 brindo por ellas y
ellos. Por todos los amigos.
carlosmmontenegro22@gmail.com
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