Por: Luis Ugalde
cesariguerondon.com
Lo que en la democracia es un delito, en las
dictaduras es un deber: el gobierno determina quién es el “enemigo” y los tribunales están obligados a
condenarlo. Sin probar delito alguno Leopoldo López fue condenado a 14
años de cárcel. Muchos sabíamos que Venezuela estaba bajo una dictadura mal
disfrazada, pero ahora el mundo se va enterando de que este Régimen es el
gran empobrecedor de los pobres, con una inflación que supera el 200% en dos
años y un desabastecimiento que constituye una calamidad nacional, y que en
Venezuela no hay estado de derecho.
¿Cuál es el delito de Leopoldo López,
Antonio Ledezma, de los cuatro estudiantes condenados, de los presos políticos
y de los inhabilitados y perseguidos? Ni violencia, ni muerte; si de eso se
tratara el Gobierno y sus jueces estarían atareados con los 25.000 asesinatos
por año. Su “delito” consiste en ser opositores con liderazgo. El Régimen, a su
conveniencia, decide quiénes han de ser difamados, sometidos a escarnio,
encarcelados, exiliados o inhabilitados. Así fue en la Alemania nazi, en la
Unión Soviética, en China, o en Cuba: todo disidente, todo líder que exprese su
desacuerdo, es un “delincuente”. Tomada la decisión, lo que sigue es
simple tramoya y decoración del escenario para justificar la condena y la
ejecución pública. A Leopoldo López no le han probado ningún delito para
condenarlo a 14 años, pero es lo que estaba en la voluntad del poder dictatorial.
Las dictaduras se proclaman como
salvadoras y tratan a la oposición como enemiga del país. El Estado, las leyes,
la Constitución, el Parlamento, la separación de poderes…, se transforman en
instrumentos dóciles del Ejecutivo. El “derecho soy yo”, dice la
dictadura. Para que haya democracia es necesaria la oposición, la
crítica, el debate y la alternancia, mientras que en una dictadura, deben ser
aplastadas como cosas del enemigo que encarna el mal. En esto son iguales el
fascismo, el estalinismo, el castrismo, las dictaduras de derecha y las
teocracias absolutistas.
El equívoco en Venezuela es que el
Régimen llegó por vía democrática y logró hacer creer al mundo que actuaba
democráticamente con el maravilloso objetivo de acabar con la pobreza. A mitad
de camino trató de cambiar la Constitución por otra a la medida de sus
propósitos dictatoriales y, aunque en 2007 fue derrotado con los votos,
continúa anticonstitucionalmente. Cuando la Fuerza Armada, el poder electoral,
los togados del poder judicial, hacen un juramento partidista, cantan himnos,
gritan consignas y usan símbolos de partido, proclaman que están al servicio
incondicional de la minoría gubernamental, mientras el país sufre la dictadura.
Esta sentencia inicua contra Leopoldo López los desenmascara ante el país y el
mundo.
¿Qué hacer? A pesar de la rabia, la
sociedad necesita serenidad y astucia para ver cuáles son los puntos débiles de
la dictadura y las fortalezas y oportunidades de la sociedad para librarse de
ella. La fuerza del Régimen está en las armas, la policía, los poderes
(Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral, Moral…), el control de los
medios de comunicación, de la economía en ruinas y de los dólares, de las
importaciones y su distribución… Nada funciona bien, pero todo se impone con la
bota militar.
Nuestra sociedad democrática, por el contrario,
no tiene armas. Su gran potencial está en la frustración e indignación,
combinado con la esperanza decidida de que es posible una Venezuela digna,
democrática, justa y próspera. Los demócratas no deben hacerle juego a la
dictadura, ni perder fuerzas en morderse entre sí. Unidos somos invencibles. La
sociedad tiene que ver con claridad que al gobierno en un año se le ha volteado
la población: se fueron el líder inspirador y el dinero para regalar; la
inseguridad y la muerte están desatadas; arruinaron la economía; carecen de
eficiencia y honestidad para gobernar y aplacar la indignación de los
venezolanos de todos los colores. Son muchos los desengañados: “Yo soy
chavista, pero no del madurismo traidor”, dicen. Quedan un par de meses para
concentrar todas las fuerzas en la votación multitudinaria y en
defenderla de las mil inhabilitaciones, trampas, coacciones…; lograr una
victoria rotunda el 6 de diciembre y obligar a reconocerla. Al mismo tiempo se
trabaja articulando equipos para un cambio de régimen y de modelo
económico-político, sin lo cual es imposible salir de esta miseria. Con las dos
cosas combinadas, tendremos transición democrática con nuevo Ejecutivo mucho
antes de 2019. La inicua condena de Leopoldo es una clara proclamación de la
condición dictatorial del Gobierno. La justa indignación, orientada con cabeza
fría y sin caer en provocaciones, es la clave para el cambio y el rescate de la
sociedad democrática.
Caracas, 24 de
septiembre de 2015
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