Venezuela se encuentra inmersa en un proyecto totalitario que dejó de
ser amenaza para convertirse en realidad.
De manera acelerada el régimen controla la vida individual y colectiva,
conduce a la república a su ruina moral y material, destruye el Estado de
Derecho, coloca a las instituciones al servicio de su poder ilegítimo y ejerce
la represión como instrumento para detener la protesta social y perpetuarse en
medio del terror y la desesperanza.
En el empeño de destruir lo que llaman el viejo modelo, los
protagonistas de este nefasto proceso han desmembrado el Pacto Social que normó
la convivencia y nos garantizó una sociedad democrática y pluralista, dejando
como resultado el caos que sufre el país en todos sus órdenes.
El régimen practica el despilfarro y el enriquecimiento ilícito, y en
tiempos de la mayor bonanza, luego de ser dispendioso y regalón, se transforma
en pordiosero que acumula hoy la deuda pública más grande de nuestra historia;
a cambio, petróleo y riquezas básicas quedan hipotecadas en oscuras
transacciones.
Las ilegales expropiaciones y la pésima administración de las empresas
estatizadas, extinguen la generación de riqueza estable y de bienes y
servicios, necesarios para garantizar la calidad de vida de la población. Se
destruye la industria nacional, la producción interna y el empleo, y como
consecuencia de ello, nuestro signo monetario, el Bolívar Fuerte, es la moneda
más débil de todo el continente. Mientras tanto los índices de corrupción, de
inflación y de escasez son los más altos de la región situándose al lado de los
existentes en los países más pobres e inseguros del mundo.
Nos convertimos en una economía de puerto que amarrada a las mafias
cambiarias, exhibe la más espantosa corrupción conocida en nuestra historia
republicana. La inseguridad jurídica y la concepción estatista del régimen
liquidan la inversión extranjera y nos distancian del progreso y el desarrollo
logrados por otros países de América Latina. Y ahora, sin recursos que aportar
al festín populista, se evidencian en su verdadera dimensión el crecimiento
gigantesco de la pobreza y la miseria, con graves trastornos sociales que se
materializan en el auge de la delincuencia, el crimen y la inseguridad. Las
protestas laborales, ante el incumplimiento de las obligaciones contractuales
por parte del Estado- Patrón, paralizan continuamente a nuestras empresas
básicas, sin que el reclamo de la clase trabajadora sea escuchado. Petróleos de
Venezuela sufre el deterioro ocasionado por el negociado, por la ineficiencia y
por la distorsión de los fines propios de la industria. Financiera y
gerencialmente, PDVSA es una triste
caricatura de lo que ayer fue la más fuerte y más sólida base de nuestra
economía.
La revolución que enarboló las banderas del nacionalismo deja
languidecer nuestra histórica reclamación en el Esequibo. Y la calculada
indolencia de la Cancillería pone en
riesgo el ejercicio de la soberanía sobre nuestro Mar Territorial, hoy
diligentemente reclamado por la vecina república de Guyana. Sobre nuestras
extensas y abandonadas fronteras el gobierno real es ejercido por las FARC, el ELN y demás grupos irregulares
que establecen allí paraísos de narcotráfico, subversión y delincuencia
internacional. Esto lo sufren los habitantes de esas poblaciones y lo saben los
militares a quienes se les impide, por orden superior, ejercer la protección de
la integridad territorial. Sin duda, la aparente negligencia en estos temas
vitales para nuestra soberanía, forma parte del tutelaje que la dictadura
cubana ejerce sobre la nuestra, en atención a sus intereses geopolíticos y
estratégicos.
La violación de las libertades de expresión y de información es práctica
cotidiana del sistema impuesto. Durante quince años hemos derivado hacia la
institucionalización de la autocensura y de la censura. El cierre de
televisoras y emisoras de radio, la compra de medios de comunicación, el
monopolio partidista de televisoras y
radioemisoras del Estado, así como la restricción del papel periódico,
establecen el silencio informativo y la desinformación. Estas medidas son
reforzadas por tribunales que penalizan la opinión e impiden la denuncia, y por
el establecimiento de normativas ilegales que agilizan los mecanismos
represivos y de coacción.
Las instituciones partidistas, las organizaciones de la sociedad civil,
los gremios estudiantiles, obreros y profesionales son amenazados e impedidos
muchas veces de desarrollar sus actividades, al ser perseguidos y detenidos sus
dirigentes y militantes. Como
consecuencia de la ofensiva represora, más de cuarenta venezolanos murieron en
las jornadas de protesta cívica iniciadas en febrero de este año. Centenares
han sido heridos, torturados y vejados por
ejercer sus derechos, y miles han sido apresados o sometidos a régimen
de presentación. Un compatriota muere, testimoniando con su protesta la
resistencia al ilegal despojo de sus tierras. Y violentando garantías
universalmente consagradas, se niegan medidas humanitarias a prisioneros del
régimen enfermos de gravedad e ilegalmente enjuiciados y condenados. Hemos
vuelto en pleno siglo XXI a los tiempos de la cárcel, la tortura y el exilio.
La Asamblea Nacional, institución que de acuerdo con la Constitución
Bolivariana debería representar a la voluntad popular, es desvirtuada de su
legítimo rol y convertida en cuota de poder de uno de los más intransigentes e
iracundos personajes de la cúpula oficialista. Conformada de acuerdo con la
tramposa matemática del CNE, la lista menos votada en las elecciones
parlamentarias pasó a ser la mayoría que impide, mediante métodos infamantes,
el ejercicio legislativo y de control que corresponde al parlamento. Alcaldes
de oposición, electos por abrumadora mayoría, fueron destituidos y condenados a
prisión. Los recursos que corresponden a las gobernaciones y al poder municipal
son escamoteados y se condicionan de acuerdo a los intereses y caprichos del
gobierno central. Por encima de la
Constitución, en nuestro país se ha consagrado un rígido centralismo y una
abusiva concentración del poder.
Acosado por la presión popular que tomó las calles y enfrentó la
maquinaria represiva, Nicolás Maduro simuló unas jornadas de diálogo, utilizando a gobiernos
socios con el fin de cubrir la apariencia democrática y de quitarles los
efectos políticos a las manifestaciones de descontento colectivo. Las
exigencias de los grupos económicos y sociales, y de los dirigentes de
oposición fueron desestimadas, y tan sólo días después de ocurridos los
encuentros, el régimen continuó su política de persecución y la implementación
de sus planes totalitarios.
Al revisar estos hechos- que forman parte del proceso de destrucción de
la vida democrática-, queremos asumir ante el país la responsabilidad de
trabajar por la recuperación de la legalidad, por el retorno a la libertad, por
la reconciliación nacional y el progreso con justicia social como derechos
comunes de todos y cada uno de los venezolanos.
La inexistencia del Estado de Derecho, la violación permanente de la
Constitución y de las leyes, y el caos generalizado en el que se hunde
aceleradamente nuestra patria nos imponen la necesidad de promover una poderosa
corriente de opinión que canalice, a través de un proceso constituyente, los
anhelos mayoritarios de cambio democrático y constitucional.
Nos encontramos a las puertas de una gran conmoción. Una salida de
fuerza pudiera producirse si el liderazgo civil no asume firmemente la
conducción de este difícil momento. En la crucial hora histórica que vivimos no
hay una tarea distinta, ni más importante. La vía constituyente promovida por
iniciativa popular, de acuerdo con lo que establecen los artículos 347 y 348 de
la Carta Magna, constituye el mecanismo mediante el cual una vasta movilización
ciudadana puede lograr la restructuración del Estado, la relegitimación de las
instituciones y la normalización de la vida nacional.
La Asamblea Nacional Constituyente, producto de la iniciativa popular,
es el único mecanismo viable en el marco constitucional para unir a los
venezolanos en el esfuerzo impostergable de un cambio urgente, profundo,
incluyente y participativo. La Asamblea Nacional Constituyente, así concebida,
representa el verdadero encuentro y el auténtico diálogo nacional, en el que el
pluralismo y la democracia resurjan desde su fuente primaria: la voluntad
popular.
Frente a quienes, con razón, afirman que los procesos constituyentes
venezolanos han sido instrumentos de legitimación de actos de fuerza o de
construcción de hegemonías, nosotros creemos que hoy, por primera vez en
nuestra historia y precisamente mediante ese mecanismo, la sociedad plural
puede reconstruirse por sí misma y
consagrar por sus propias manos un verdadero modelo democrático y participativo.
En relación con la propuesta de concentrar todos los esfuerzos en ganar
la elección de la Asamblea Nacional el próximo año, estimamos que aun en el
caso de una contundente victoria en esas votaciones, una Asamblea Nacional
electa sin alterar la ilegitimidad institucional impuesta por el régimen, no tendría ni fuerza ni competencias
suficientes como para enderezar el rumbo tormentoso que lleva el país, y
seguramente desde las trincheras de los otros Poderes Públicos secuestrados por
el régimen se burlarían las decisiones de ese débil y acosado Poder
Legislativo.
Igualmente expresamos nuestro desacuerdo con aquellos que proponen
esperar el año 2016 para intentar un referéndum revocatorio del mandato
presidencial. Esta propuesta desestima la gravedad de la tragedia venezolana y
pone de relieve la insensibilidad y la resignación de algunos sectores frente a
la destrucción de la república.
Reiteramos la necesidad de sustituir al actual gobierno y al actual
sistema en el tiempo más cercano posible, y dentro de los términos que de forma
meridianamente clara establece la Constitución. Sólo así podremos impulsar la
reconciliación nacional, la recomposición del Estado Democrático y la
construcción de un país soberano y digno.
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