Blog de Víctor José López /Periodista

miércoles, 15 de enero de 2014

JOSÉ MANUEL PALLI, La Venezuela que me contaron y que conocí

Uno de los primeros recuerdos que tengo de Caracas a comienzos de la década de los sesenta son las rejas que, en sus edificios de apartamentos, se anteponen a cada puerta y separan en cada piso a las distintas unidades de vivienda. Ni en Buenos Aires, donde vivía por entonces, ni en La Habana, donde nací, las había.
En 1979, en una entrevista de trabajo con un abogado venezolano de origen cubano –he tenido el privilegio de tener grandes maestros a mi paso por la vida, y este abogado, que defendió en Cuba a los morituri encarcelados en La Cabaña durante la primera y más tenebrosa época de la Revolución Cubana, fue uno de ellos- pensé que había perdido toda posibilidad de conseguir el trabajo.  Al sentarme en una mesa de un restaurante abarrotado de gente cerca de sus oficinas en la Avenida Urdaneta, mi jefe en ciernes me gritó “Noooo!”, al tiempo que yo pensaba “la puse”, pero sin saber ni porqué ni como. Me explicó que ningún abogado en Caracas se sentaba de espaldas a la entrada de un establecimiento público, sobre todo al mediodía, cuando era usual hacer retiros y depósitos de efectivo en los bancos. Casi todos los colegas caraqueños que conocí  por entonces iban por la calle debida y preventivamente “calzados” (nada que ver ni con los zapatos ni con la buena pintura, sino con las armas).
Siento la misma indignación que siente el mundo todo todos, no ya solo los venezolanos, por tantos asesinatos a mansalva, como el de la Sra. Spear, que reflejan, incuestionablemente, un nivel y grado de violencia hoy en Venezuela que supera cualquier cosa que yo les pueda contar. Pero siempre es sano poner las cosas, y hasta los sentimientos, en perspectiva, sobre todo ante un adversario que apuesta a la polarización de la sociedad que pretende regir.
Leí, claro está, al excelente interprete de la historia y la realidad venezolana que fue don Arturo Uslar Pietri, pero quien realmente me contó a Venezuela fue otro GRAN venezolano, un tío abuelo de Leopoldo López, el joven líder de Voluntad Popular.
Don Víctor no era exactamente “fiestero”, y después de cruzar algunas palabras con él, me contagió a mi, que por entonces ingresaba por la misma vía que él –la de los lazos “políticos”- a una maravillosa familia cubano-venezolana. Fueron innumerables las fiestas y reuniones familiares que nos vieron sentados en un rincón conversando durante horas, lo que me debe haber hecho fama de aburrido. Pero ¡como y cuanto aprendí!, no solo a conocer a Venezuela sino a quererla casi tanto como la quiso don Víctor.
Don Víctor fue el primer latinoamericano en obtener un PHD de MIT, y fue amigo personal de Einstein (el “mero mero”, el de la teorìa de la relatividad, no el de los bagels). Desde joven fue un luchador con mayúsculas por esa Venezuela que tanto quería y cuyas riquezas y recursos tan bien conocía (se especializó en geología y mineralogía), pero cuya alma llanera lo hacia sentir, a veces, desconsolado. De sus labios escuché por primera vez la palabra “cleptocracia” para referirse a la forma de gobierno imperante en Venezuela desde mucho antes de nuestras largas charlas de finales de la década de los setenta. Luchó  contra esa “forma de gobierno”, fue perseguido y cayó preso. Pero jamás calló.
Viendo la oscuridad reinante hoy en Venezuela, recuerdo una de las conclusiones a las que llegué con la guía y la sapiencia de don Víctor: lo mejor que tiene Venezuela es su demografía, y es su sangre joven siempre renovada y el fácil acceso de la misma a las posiciones de poder, en todos los ámbitos o actividades, lo que terminará erosionando esa “cleptocracia” enquistada.
Jóvenes como Leopoldo López y Henrique Capriles, que han liderado a la  oposición en los últimos años, son casi una garantía de una evolución del discurso político que aleje a la tan polarizada sociedad venezolana del absurdo de las verdades absolutas y las posturas “ideologizantes” que le hacen el juego a los “polarizadores” y mantienen a Venezuela anclada en el pasado.
En la medida en que sus jóvenes lideres mantengan esa vocación por escuchar e interpretar a cabalidad la voluntad popular y capturar la imaginación de TODOS los venezolanos, sin exclusiones, uno no puede sino ser optimista sobre el futuro de Venezuela, sin importar la oscuridad hoy reinante.

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