Alfredo
Pietri-Linares.
Un reciente artículo del ex constituyente Ricardo Combellas,
publicado en El Universal el pasado 2 de julio “La locura constituyente”, me
obliga a hacer algunos señalamientos en mi condición de ciudadano de
convicciones democráticas; y, por tanto, contrario al régimen que desde hace 14
años desgobierna a Venezuela.
Respondo porque en esa publicación se acusa, a
quienes auspician una futura Asamblea
Constituyente, convocada por iniciativa ciudadana, de ser “esquizofrénicos
constitucionales”, neoliberales, gentes de derecha y otras cosas más. Acusaciones
por demás violentas contra quienes pienso que tan sólo quieren dentro del cauce legal una salida pacífica que recupere la
legitimidad institucional y sustituya al ya podrido sistema que destruye progresivamente lo que queda de
país.
Al igual que Herman Escarrá, Combellas viene de las
filas copeyanas. El primero, me dicen que fue un discreto miembro de la
fracción de abogados de ese partido, y el segundo, sin mayor figuración en el
activismo político, llegó a ocupar un ministerio en el gobierno chiripérico de Caldera. Ambos saltaron raudos y
veloces al carromato triunfante de la revolución y que socialista del siglo
XXI. Seguramente ese paso lo dieron impulsados por muy patrióticas convicciones
que no tengo derecho a cuestionar.
No me voy a referir a las últimas actuaciones del
doctor Escarrá, porque para mí son un misterio y a estas horas no se cuál será
su verdadera posición política después de retornar de aquella “marcha del no
retorno”, y luego de haber enarbolado con contagiante vehemencia durante varios
años, el 350 constitucional que consagra el derecho legítimo a la rebelión.
Simplemente hago estas referencias para ubicarnos en algunos escenarios pasados
que no debemos olvidar, y porque estos dos otrora militantes del copeyanismo
contribuyeron notablemente con el perverso sistema que hoy se consolida para
desgracia del país y para arrechera de los que nunca creímos en el trasnochado
mesías de aquel 4 de febrero; a quien -por cierto- el autor del artículo que
hoy comento calificó en una oportunidad como “líder infalible”.
Ricardo Combellas fue protagonista de la Constituyente
del 99. Eso me hace recordar que dicha Asamblea fue convocada por un
Presidente electo en medio de uno de los más altos porcentajes de abstención de
nuestra historia electoral. En un universo un tanto superior a los 11 millones de
votantes, 3 millones 673 mil sufragaron a fines de 1998 por el candidato “bolivariano”; se
abstuvieron 4.247.290, y los votos nulos fueron 450.000 (!!). Por el sector
opositor Salas Romer sacó 2 millones 613 mil, y el resto se decidió por los
otros aspirantes. El triunfo del candidato militar fue la victoria de una agresiva
minoría (un poco más del 33 por ciento), sobre un decadente liderazgo dividido
y desmoralizado, y ante una amplia mayoría nacional que se desmovilizó y bostezó
con indiferencia ante el agotado discurso político de entonces.
Y si seguimos con los números de aquellos tiempos
recordaremos que el ilegal
Referéndum Consultivo Constituyente de abril del 99 ocurrió con más del 62 por
ciento de abstención, y que a favor de la propuesta presidencial sufragó tan
sólo el 37 por ciento del registro electoral. Pese a ese raquítico respaldo,
con la complicidad de una cobarde Corte Suprema de Justicia, de catedráticos y
juristas del talante de Combellas, y de oportunistas políticos (muchos de los
cuales fueron luego desplazados), se violó la Constitución entonces vigente, y
se abrió el boquete seudo-jurídico a través del cual se coló con insaciable sed
de poder uno de los líderes más nefastos de nuestra historia republicana. Luego,
en la elección de los diputados a la Asamblea Constituyente, el 25 de julio del mismo 1999, se
abstuvo el 54 por ciento de la población electoral, y pese a que de los votos
emitidos más de un 40 por ciento fueron a favor de la oposición, el gobierno se
quedó con el 90 por ciento de los diputados. A la democrática representación
proporcional de las minorías la sustituyó una tramposa repartición de escaños, que
convirtió a la “soberana asamblea” en vulgar instrumento de la autocracia que
estaba naciendo. Así comenzó esta larga agonía de la democracia venezolana. A
pesar de ello, Combellas no duda en afirmar en su artículo con cara de yo no fui que “la
constitución de 1999 recoge la idealidad de los sentimientos y anhelos más
profundos del pueblo venezolano en ese momento”, y como si no bastara, remata
la vergonzosa faena afirmando que la sanción popular de dicha constitución en
diciembre de 1999 fue una “revolución pacífica y democrática” (eso sí con una
abstención “tan sólo” de 55%).
En la prefabricada Carta Magna Bolivariana, los
sumisos diputados le entregaron al Presidente el control absoluto de la fuerza
armada y el monopolio exclusivo de los ascensos militares, para obligar a vergonzosos servilismos como garantía de
culminación exitosa en la carrera militar. Además alargaron a seis años el
período presidencial y establecieron la reelección inmediata (prohibida en la
Constitución del 61), facilitando al Comandante la opción continuista por doce
años consecutivos, lo que a la larga le permitió prolongar indefinidamente su
mandato y estrangular con la fuerza del Poder Ejecutivo al resto de las
instituciones fundamentales del Estado.
Hoy, cuando la sociedad reacciona en la búsqueda de un
cauce pacífico ante la tragedia que nos azota, aparece Combellas como
francotirador del gobierno, en vez de guardar discreto silencio y humilde arrepentimiento
ante la magnitud de sus errores. Por algo a este tipo de personajes que han
servido a los tiranos, los llamó Andrés
Eloy Blanco “pendejos con palmas académicas”.
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