VÍCTOR JOSÉ LÓPEZ
Poca gente en la convocatoria matinal para el voto
presidencial, en Caracas y algunas poblaciones del interior. En la ciudad
capital zonas como Las Palmas, Plaza Venezuela, La Florida pocos ciudadanos han
ido a votar, no así en el Centro Histórico de la ciudad, donde las colas son
las tradicionales.
El día es para que el país le de una respuesta a la nación.
No se trata de un lugar común, muletilla,
o recurso redaccional, que cada vez que en Venezuela se celebra una
jornada electoral hablamos de que "es definitivo, nos jugamos el
futuro". La realidad es que
en cada elección le hemos quitado pedazos al futuro. Vivimos en una carrera de
aproximación al absurdo, dejando a
nuestras espaldas el progreso, la dignidad como seres humanos y poco a poco nos
hemos convertido en esclavos del miedo y el terror.
Hoy el venezolano vive aterrado. Sumergido en un pozo
profundo, y cada día se mete más y
más, cabalgando una espantosa
espiral en caída progresiva y violenta.
Si no protestamos por evitarla, nos convertiremos en los
zombis en los que Papá Duvalier convirtió a los haitianos, o en ese "hombre
nuevo" que el castro comunismo hizo de los cubanos.
Hasta hoy tenemos el poder del voto. Es el momento de
detener la tragedia y convertir nuestras vidas en algo que valga la pena vivir.
Además de jugarnos hoy lo que seremos mañana lunes, debemos
ser conscientes que lo que hagamos tiene que ver contiene que ver resto del
Continente. Algo que otros países, como
la vecina Colombia, donde el proceso de paz con las FARC tiene una pata
de la mesa puesta en Caracas y otra en La Habana. Los devotos de Cuba, los
centroamericanos, una parte importante de Sudamérica, con Brasil y Argentina
como cabezas de turco, no han entendido en su festiva distracción en el goce del erario público venezolano
distribuido por un manirroto convertido en fantasma.
Venezuela no es el compendio de calamidades que relataron
Oliver Stone y Jon Lee Anderson. No debemos resumir la situación de la Venezuela política, en
lo que los periodistas internacionales descubren en las miserias de los cerros
de Caracas, o en los barrios marginales de las ciudades. La realidad es
preocupante, muy preocupante pero sí tiene salida sin necesidad de
fusilamientos, paredones ni cortar cabezas. La realidad para meternos en el
autobús del progreso es sencillo, está en detener la Inseguridad, sembrar la
Justicia y despolarizar la nación que el malandraje político a dividido en dos
toletes para poder regir a voluntad.
Esta nación que
navega algarete ,en el mar de la incertidumbre y de la anarquía es lo que
Chávez representó con ignorancia como estadista, permanente improvisación como
si de un contrapunteo en un joropo llanero se tratara. Lo que hoy sostiene el
fantasma de Hugo Chávez en el barrio 23 de Enero, no es la Venezuela real, la
susceptible a cambios racionales e inteligentes. Es esa picada en pedazos
incoherentes la que Hugo Chávez armó para que "defiendan la doctrina de la
revolución", inventando situaciones para hacerle creer a grupos de
violentos malandros que son el pueblo. Estos grupos se creen héroes de una histórica rebelión
universal.
En El 23, donde niños entre ocho y diez años de edad están
armados con fusiles AK47, como si
fueran juguetes, acaban de construir la "Capilla del Santo Hugo
Chávez", se veneran asesinos y terroristas en la Plaza Manuel Marulanda
Vélez, adornada con un busto de
"Tirofijo" y las imágenes de Raúl Reyes y de Alfonso Cano. Los graffiti que exaltan el terrorismo de
la Yihad Islámica Palestina o al
Hamás porque "fueron héroes
oprimidos por los neoliberales". Todo rodeado por los viejos bloques de
edificios, construidos por Pérez Jiménez,
que fueron tomados por las barriadas de los más desposeídos en esta parroquia en la que hoy habitan
más de 70 mil personas.
La historia aprendida por estos rebeldes les enseñó que los
partidos tradicionales, Acción Democrática, Copei, URD y en Partido
Comunista firmaron un pacto al que
llamaron Punto Fijo. Los comunistas fueron traicionados, y aquella acción no se
le puede perdonar al neoliberalismo. La ideología del chavismo, como el 23 de Enero, es producto de ese olvido de 40 años.
La estabilidad política que representaba Chávez , sostenida sobre un barril
petrolero sobre los 100 dólares,
aún con sus desafueros no la garantiza la polarización extrema a la que ha
llegado Venezuela. Las proyecciones de las encuestas anuncian desembocar en una
reyerta social, de impredecibles
consecuencias.
El lenguaje de los agravios, las denuncias y las
provocaciones han sepultado cualquier asomo de propuestas que permitan elegir
para el futuro de Venezuela, hoy más que nunca anclada en los fantasmas del
pasado. De ahí que este domingo no sea un domingo más. Es el día para que
Venezuela defina su futuro, y con él, el de la región.
Votar hoy por Henrique Capriles es dejar atrás el fantasma
de Hugo Chávez, detener el tropel incoherente del potro de la anarquía, someter
al vandalismo y detener la impunidad en la Justicia. Es urgente someternos al
proyecto de Capriles, para ponerle orden y progreso al galimatías social que
Hugo Chávez hizo de Venezuela.
Votar por Nicolás Maduro es sentar las bases del imperio de
la mentira, alimentar la corrupción, convertir a la nación en una pajarera
cargada de dólares con los que alimentaremos la carroña de vividores que nos
han chupado la sangre durante los últimos 15 años.
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