VÍCTOR JOSÉ LÓPEZ
Con un desordenado protocolo, confusión a la vista de
millones en cadena de TV nacional y retransmisión internacional, en medio de la Marea Roja del chavismo,
con tres horas de retraso, Nicolás Maduro, puño en alto y retahíla amenazante
con incoherentes referencias
históricas y mensajes al futuro cercano,
se juramento como presidente de Venezuela.
Lo hizo Maduro
a la sombra del fraude electoral, sin presencia de los diputados elegidos por
el pueblo -es decir, con la ausencia de la mitad de Venezuela - rodeado de lo más selecto del chavismo,
bajo la sombra de la inminente crisis que se ha adelantado con terribles
anuncios.
Vienen tiempos muy difíciles, y llegan en tiempos inmediatos
de la mano de una monstruosa
inflación sustentada en programas económicos trasvasados a la situación
venezolana. Han sido los que profesan sincretismo económico antillano, sustentado
en el fracaso del Ché Guevara. Es la ciencia económica de Giordani, esa que le
anunciaba a la Venezuela Roja que "tendremos que quitarnos los inversores
a sombrerazos" y que es una
economía dependiente de un petróleo en baja de sus precios y de su sincrética
producción, gracias a la
incapacidad de los técnicos rojos en extraerlo y de los compromisos ideológicos
al comerciarlo.
Todo bajo la sombra del samán de Hugo Chávez, que
posiblemente reclamaría "déjenme descansar en paz". "
Dos horas de un discurso incoherente y contradictorio, sin
disciplina retórica, salpicado de anécdotas inventadas, mentiras repetidas y
lugares comunes con imitación y alusiones a su mentor. Nicolás fue recurrente en su perorata,
más no por ello sustancial, a sus
diferencias con la oposición; pero fueron poca las referencias a los
problemas que hoy aquejan a Venezuela, nación sumido en una crisis económica, ideológica y de orden
público.
Eso sí, Nicolás prometió solucionar los problemas de
Inseguridad, Energía Eléctrica, producción de Alimentos como si guardara en el
bolsillo del chaleco la fórmula mágica para las soluciones de los problemas que
su mentor creó por su tozuda incapacidad y orgullosa ignorancia. Convencido que
no se trata de "sensaciones", como señalan sus fanáticas compañeras
de revolución, Maduro no le presenta a la nación una sola solución, un esbozo de proyecto o un borrador de método.
Lo que sí repite, una y otra vez, son las
amenazas, muchas amenazas a quien se atreva disentir del absurdo.
Con piel de
oveja habló de su disposición de
diálogo con Henrique Capriles, para que "cese en su odio" y con
quienes votaron en su contra en las elecciones. "Estoy dispuesto a
conversar hasta con el diablo, que Dios me perdone, hasta con el nuevo Carmona
si es necesario para que cese en su odio contra mí, contra el pueblo, para que
cese en su intolerancia", afirmó Maduro durante su discurso de
investidura, en compañía de "sus amigos" de UNASUR, grupo de leones
hipócritas con garras de porcelana, como es el colombiano Juan Manuel Santos y
lo son del general invasor Raúl Castro, el fundamentalista iraní Mahmud
Ajmadineyad y del nicaraguense escandaloso Daniel Ortega.
Dijo tender su mano a quienes votaron en su contra en las
elecciones del domingo: "Las elecciones pasaron, hay saldos dramáticos
de la violencia, yo a ustedes los llamo a todo el pueblo a los hombres y
mujeres que por alguna razón votaron contra el candidato de la patria y contra
este proyecto de democracia y de socialismo", lo hizo mientras sonó un estruendoso cacerolazo en toda Caracas.
Capriles le había pedido a sus aliados que durante la asunción de Maduro
pusieran música de salsa y batieran cacerolas a todo volumen. "Que
se oiga ese Salserolazo en toda Venezuela… La voz del Pueblo… El Gobierno
‘mientras tanto’".
Capriles escribió que no reconocerá al mandatario hasta que
se verifique el 100 por ciento de la votación: boleta, acta y libro de firmas y
de registros.
¿Porqué esa negación a indagar en el proceso, y sí las
prisas en juras y actos protocolares?
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