Tengo en mis manos el currículo de Chiquitín Ettedgui.Él mismo me lo entregó, “para cuando tengas que escribir
algo sobre mí, tengas estos datos”. Nuca pensé que lo desempolvaría para
escribir sobre su partida, aunque no es la primera vez que escribo sobre Herman
Ettedgui, sí la primera vez que recurro al amplísimo documento de su actividad
vital. Lo hojeo, recorro a vuelo de pájaro las líneas escritas con gran corrección gramatical, como
era su manía. Fue la corrección en el uso del idioma y la Gramática dos de sus
virtudes, las que como maestro transmitió a los periodistas. Era un maniático
lo del uso del castellano, como maniático cuando de cifras y datos exactos tenían que ver con una anécdota.
Concluyo prematuramente que no será necesario revisar el
expediente de su currículo, en que reúnen los méritos y las distinciones de un
hombre excepcional. Prefiero recurrir a la memoria –incapaz de competir con la
de Ettedgui – para recordarlo cariñoso, con el calor del
Suena a petulancia que Chiquitín recurriera a tanta
perfección, cuando la realidad es que Herman Ettedgui fue un hombre sencillo,
sin estridencias, locuaz y amable y muy orgulloso de sus logros. En especial
fiel compañero de las causas de sus amigos.
Su vida fue ejemplar, en cada uno de los 94 años de su
tránsito. Herman fue un hombre de carácter, muy organizado en sus ideas, tanto
que hizo ver la vida como una cosa sencilla, donde lo mejor fue compartir,
cooperar y disfrutar ¡Y cómo gozó de la vida Herman! Sin necesidad de excesos
no excentricidades.
Le sobró con marcar un récord en los 100 metros y una
plusmarca mundial en los 50. Haber sido integrante del grupo humano que le dio
a Venezuela su más importante logro, la Copa del Mundo del beisbol Amateur en
La Habana en 1941. Haber fundado las mejores páginas deportivas en los más
importantes diarios del país. Ser una referencia en sus logros como periodista,
iniciados con un tubazo de época cuando kle dijo a Venezuela que el Patón
Carrasquel había debutado en las grandes ligas, con senadores de Washignton y
contra Yankees de Nueva York … Es que fueron tantas, pero tantas las cosas de
Ettedgui, que aquí no cabem
Un gran documento sobre la vida de Chiquitín Ettedgui la
escribieron Javier González, Carlos Alarico Gómez y Carlos Figueroa con
Asdrúbal Fuenmayor, gran amigo de Chiquitín, y bateador designado en el libro de
la Colección “Grandes Estrellas del deporte” editado por la Fundación Jesús Corao.
El libro “Un venezolano de dos siglos” nos conduce entre
fotografías y fascinantes testimonios por los caminos de la vida de este gran venezolano, un hombre
singular que participó como protagonista en tantos eventos que le calza como
anillo al dedo el subtítulo de esta historia muy humana, “la fascinante historia de Chiquitín
Ettedgui”.
En dos oportunidades de mi vida estuve muy cerca de Chiquitín.
Compartimos muchos años en Venezolana de Televisión, cuando él fue Director de
Deportes; y, más tarde, cuando junto a Abelardo Raidi y un grupo de grandes periodistas y buenos
amigos inventamos la reunión de “Los periodistas de siempre”.
Fueron dos situaciones bien distintas, que mantuvieron
una aproximación hacia un Chiquitín Ettedgui desconocido, y magnífico.
Sus inicios en el periodismo fueron motivados por su
vocación deportiva. No concebía que los esfuerzos que un puñado de muchachos
hacían en las canchas se perdieran. El beisbol, las competencias de pista y
campo, el fútbol con su siempre añorada “chamaquera” del Unión, eran sus grandes pasiones. Casi tanta como la que luego vivió con el purasangre de
carreras. Era tanta su, que aparte de destacarse en la práctica Chiquitín
modificó reglamentos, abrió libros de registros, formó partes de directivas y
todo esto para darle a la práctica deportiva basamento para desarrollarse. Como
atleta fue excepcional, al extremo de haber impuesto marcas en Atletismo nacional y de coronarse campeón
goleador de uno de aquellos torneos heroicos. Con el Golf hasta un ayer muy
cercano estuvo recorriendo los links, y su breve tamaño fue incapaz de contener
su fogosidad cuando de una caimanera se trataba. Ya fuera de beisbol arriado o
poniéndola bombita. El asunto era jugar, participar, competir.
Que lo diga Asdrúbal Fuenmayor, pero uno de los lujos de
Chiquitín era escucharle sus anécdotas. Un día, Apolinar Martínez me dijo que él no podía
creer en semejante prodigio de memoria. Chiquitín se refería a aquel campeonato
cuando el Concordia de Gonzalo Gómez reunió los mejores peloteros del mundo.
Atentos, sentados debajo “la matica” en
los jardines de Venezolana de Televisión, Martínez apuntó los numeritos, cifras
y fechas con las que Herman había adornado su grato relato. Dos o cuatro días,
no recuerdo con la exactitud que lo hubiera hecho Herman, Apolinar me
confesaría que no consiguió una sola fecha o cifra que no coincidiera con los
documentos en las hemerotecas. Por el contrario. Sirvieron para corregir
algunos gazapos a los historiadores del deporte nacional.
Incapaz de levantar una calumnia o un falso testimonio,
defensor de sus amigos y por encima de todas las cosas de sus compañeros en el
trabajo. Valiente y decidido en situaciones adversas fue Chiquitín un personaje
ejemplar en las situaciones más comprometidas del deporte nacional.
Su orgullo y más grande logro fueron sus hijos. El “clan”
Ettedgui, los cinco hijos de su matrimonio con Hilda Higalgo, “la mejor
secretaria del mundo” como la llamaba Abelardo, furibundo admirador del clan.
Los Ettedgui – Hidalgo, le dieron a Chiquitín 16
nietos, y 24 bisnietos y todas las
satisfacciones del mundo porque muchos de ellos fueron destacados periodistas,
y todos muy orgullosos de su “Papapa”. ¡Y con razón! Pues si fue un lujo
tenerlo como amigo, una alhaja de compañero, imagínense que sería tenerlo en
casa.
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