jueves, 12 de abril de 2012
JOSE MANUEL PALLI: Play ball ... ¡ni un centavo al comunismo internacional!
A los cinco años ya me sentía como en casa en el estadio del Cerro, a donde mi tía Purita me llevaba a ver jugar al Almendares –todavía recuerdo el sabor de las deliciosas fritas. Seguía con fruición, a través de una pequeña radio de transistores, los juegos de la Serie del Caribe, en los que Cuba siempre arrasaba.
A los ocho años mi vida había cambiado abruptamente –¡gracias, Fidel!– y vivía en un lugar, Buenos Aires, donde nadie tenia la menor idea de lo que era la pelota o el béisbol, ni de lo que significaba para un cubanito.
Mi madre me explicaba que lo mismo le ocurriría, pero con el fútbol, a un argentinito que hubiera sido extrapolado a La Habana.
Mi madre, por cierto, fue la primera en “re-orientar” mi cubanía al verme entusiasmado con la medalla de plata que ganó Enrique Figuerola en los juegos olímpicos de 1964. En la Argentina de entonces éramos pocos los cubanos, y ninguno de ellos más aguerrido que mi madre, que un día nos sacó, a mi hermano y a mí, de un cine en el que exhibían El Acorazado Potemkin, el clásico film de Eisenstein. En cuanto vio las letras cirílicas en la pantalla, se levantó como un resorte de su butaca y fue a la taquilla para que le devolvieran el precio de las entradas: ¡ni un centavo al comunismo internacional!
Con el tiempo, y quizás por haber crecido alejado del microclima de la Calle Ocho, volví a las andadas –a entusiasmarme con los éxitos deportivos de Cuba, sobre todo en la pelota– con la complicidad de mi suegra, otra cubana, exiliada en Venezuela y no menos fervorosa en su rechazo a los Castro que mi madre. Para mi suegra era sencillamente inconcebible “irle” a otra nación que jugara pelota contra Cuba, así fuera la Venezuela donde nacieron sus nietos, y así celebramos más de una vez cada carrera cubana juntos –y solos– frente al televisor.
Hace poco un connotado académico miamense, de regreso de una visita a Cuba, hizo una observación muy aguda e interesante sobre sus charlas con jóvenes cubanos: esos jóvenes ven a los cubanos de Miami como iguales, los consideran tan cubanos como ellos. Cabe preguntarnos cómo nos vemos nosotros con respecto a ellos: ¿cómo veía mi suegra a los peloteros cubanos, o como veía mi madre a Enrique Figuerola?
Y no es una pregunta banal. La pelota –el deporte en general– es uno de los factores culturales más aglutinantes al servicio de cualquier nacionalidad, o incluso de la universalidad (en este último aspecto, el fútbol –el de verdad, el que se juega con los pies y con la cabeza descubierta– le lleva la delantera a todos los otros deportes). Ser iguales, en estos términos, quiere decir “irle” al mismo equipo, a la misma bandera.
En la “esquina caliente” del Parque Central en La Habana las declaraciones de Ozzie Guillén sobre su admiración por Fidel seguramente son tema, aunque sin la trascendencia que tienen aquí en Miami, el único punto geográfico del planeta en el cual Fidel aún sigue estando presente.
Además, no parece que los cubanos –al menos los jóvenes tertulios del académico miamense– mezclen el deporte (y otros temas) con la política con la misma facilidad con que lo hacemos en Miami, donde ya habrá quienes estén a punto de convertirse en fanáticos de los Mets de Nueva York, con tal de ir en contra del desbocado Ozzie.
Cuando en el 2006 se jugó el primer Clásico Mundial de Béisbol –con peloteros profesionales– la final la jugaron Cuba y Japón. En Miami muchos cubanos parecían entonces dispuestos a cambiar la primera estrofa de nuestro Himno Nacional por un ardoroso (y profético, para el caso) “Al combate corred japoneses…”
No quisiera ser el académico que tenga que explicar científicamente esta actitud, y mucho menos a los jóvenes cubanos de hoy. Pero si queremos acercarnos a esos jóvenes cubanos, nada mejor que sanear nuestro corazón y nuestro espíritu de actitudes como esas, que tanto nos distancian. Sería un primer paso para cambiar el microclima de la Calle Ocho, tan ajeno al clima que prevalece en el mundo entero. Cuba necesita que todos los cubanos estén bien dispuestos a la hora del Play Ball.
Abogado, presidente de World Wide Title en Coral Gables.
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