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En aquellos primeros días con los Tiburones de La Guaira, Guillén no tenía cupo en el equipo. Solo participaba en las prácticas y después veía el juego desde la tribuna. Una de esas noches el propio Pedro Padrón Panza se sorprendió al mirar sobre el dugout de los Tiburones. Un tipo disfrazado de tiburón embestía al ritmo de la samba hasta crear un ambiente festivo que llegaba hasta el terreno. Alguien del cuerpo técnico felicitó a Padrón Panza por la idea. Éste intrigado subió a la tribuna. Las cejas se le perdieron en la frente cuando vio el rostro del novato Oswaldo Guillén asomar entre las fauces del disfraz. “¡Que va Sr. Padrón, no sirvo para quedarme viendo sin hacer nada. Tenía que ayudar a mi equipo de alguna manera!”
Aquella noche entre noviembre y diciembre de 1982, La Guaira enfrentaba a Magallanes en el estadio Universitario. El juego llegó al final del noveno inning empatado. Trajeron a relevar a Larry Andersen. Magallanes parecía tener oportunidad de ganar. El próximo bateador era el novato Oswaldo Guillén. Desde la tribuna de la derecha, y a ritmo de samba coreaban “¿Cuartico e’ pollo, eh!”. Salió una línea entre right y center field que trajo la carrera de dejar en el terreno al Magallanes. El ambiente de feria subió por toda la tribuna mientras Guillén llegaba en hombros al dugout..
Guillén era de los que llegaban casi junto con el sol a la s prácticas de infield en el estadio Guaicaipuro de Los Teques. El señor que cuidaba el estadio se lo quedaba mirando. “¿No tienes nada que hacer en tu casa? Ernesto Aparicio sonreía en la entrada. “Usted no ha visto nada. Ese muchacho es de azogue”. Recogía como quinientos roletazos todas las mañanas. Corría hacia el “hueco”, por detrás de segunda base, con los machucones detrás del montículo se venía cual lince y lanzaba la pelota nada más al tocarla. Cuando Ernesto bajaba del montículo. Guillén gritaba desde el campocorto que esos eran muy pocos roletazos. Luego lo perseguía por todo el dugout. Quería saber si era verdad que en las Grandes Ligas los peloteros iban a hoteles 5 estrellas. Ernesto se pasaba la mano por la frente. “¡Deja el fastidio chico!”
Pocos recuerdan aquel entrenamiento primaveral cuando Guillén le consiguió una oportunidad más a Raúl Pérez Tovar en el campo de entrenamientos de los Medias Blancas de Chicago. Ya era súper conocido el carácter de Pérez Tovar en el ámbito beisbolero. Se sabía que por aquella razón se había quedado atascado en las ligas menores. Aún así Guillén se movió con intensidad y le consiguió un puesto en los entrenamientos cuando nadie se imaginaba que Pérez Tovar pudiese llegar allí a esas alturas de su carrera.
En medio de los sacrificios de las ligas menores, Guillén compartió varios días una habitación con el lanzador Benito Malavé. Acordaron que Guillén dormiría en la cama porque jugaba todos los días. Pero la noche antes de que le tocara abrir juego a Malavé, y por supuesto la noche del juego, el pitcher descansaría en la cama. Uno de esos juegos Malavé apenas permitió dos o tres hits y apenas duró poco más de dos horas. Guillén reclamaba que le tocaba dormir en la cama. “Eso fue un paseo lo que les diste. Ni siquiera sudaste”.
Ver a Guillén fijar la mirada en los periodistas y demás asistentes a la rueda de prensa donde se disculpó por sus declaraciones con una actitud de solidaridad, reflejó todo el compromiso que se ha palpado en sus gestiones por aportar soluciones para los niños del Hospital Ortopédico Infantil de Caracas.
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