Diciembre 05, 2011
Ante todo quiero hacer una aclaratoria que debería ser innecesaria, pero lamentablemente no lo es. El voto es individual, no colectivo, el voto, según el modo de ver de alguien que no es comunista, no debe ser el que parezca apropiado a la comuna, sino al individuo. Por lo tanto me niego en redondo a votar por el que le gusta a los chavistas, más aún cuando creo que los chavistas tienen, a todas luces, un pésimo gusto.
Hasta el momento y sin que esto signifique que mi posición es inalterable, votaré por Diego Arria.
Excepción hecha de Carlos Andrés Pérez, que fue enjuiciado y preso, con o sin razones, no es el punto, aquí todo termina siempre en lo mismo, dando portazo a la justicia con el argumento de la reconciliación nacional. Las cosas pasan y nunca hay responsables y cuando se habla de señalar a un culpable se corta en seco el asunto con el argumento de que “lo importante es el país y hay que olvidar”.
El problema es que cada “olvido” trae consecuencias, el resentimiento de quienes se sintieron directamente agraviados, y para los que no es tan fácil decir que no pasó nada. Decía mi abuela, que sabía tanto que parecía un cubito Maggi, que el que agravia olvida pero el agraviado recuerda.
En la Venezuela de hoy hay millones de agraviados, los que sufrieron de una u otra forma la persecución y acoso de las listas Tascón y Maisanta, los injustamente botados de PDVSA, los desalojados de Los Semorucos, las familias separadas por el exilio, aquellos que se han visto despojados de su patrimonio por las expropiaciones que no son tales sino simples robos y podríamos seguir en una lista que nos llevaría demasiado tiempo y espacio poner en papel.
En lo particular no me siento con fuerzas ni moral, para decirle a estas personas que olviden los agravios, menos para forzarles a hacerlo cuando el argumento es la paz común, porque lo cierto es que si lo hago no contribuyo a tal paz, por el contrario, fomentaría un resentimiento por lo demás lícito y comprensible, que tarde o temprano se volvería contra la sociedad y por lo tanto contra la tan anhelada paz.
La paz tiene un precio, es cierto, pero ese precio no puede ser cualquiera, cuando el precio de la paz es el sacrificio de la justicia, ya no es paz, es esclavitud.
Aún así, es lícito pensar que podemos volver a apelar al olvido colectivo, a usurpar el derecho de las víctimas y perdonar a los culpables, sería injusto, pero posible, sería un “rodar la arruga” a la que hemos apelado durante siglos.
Pero esta vez hay algo distinto, y es que los criminales no ha sido depuestos, no han sido controlados, siguen allí, siguen delinquiendo, siguen causando víctimas.
El actual gobierno ha compartido el poder con fuerzas muy poco democráticas, mejor dicho, nada democráticas y si muy criminales. En clara connivencia, cuando no complicidad directa, del gobierno nacional. Verbigracia las FARC, ETA, Al Qaeda, los famosos colectivos como “La Piedrita” o los “Tupamaro” y el narcotráfico. Eso por no hablar de la delincuencia común que se ha logrado afianzar dentro del territorio nacional.
Yo veo a los candidatos, todos, María Corina Machado, Leopoldo López, Pablo Pérez, Henrique Capriles, y cuando hablan pareciera que el tema sencillamente no existe, excepción hecha de Capriles, que de plano dice que aquí un cambio de gobierno no traerá disturbio alguno, y Pérez, que argumenta que se le entregará el poder tranquilamente porque ya Hugo lo hizo antes, lo hizo cuando decidió insurgir contra la democracia, lo hizo en Abril de 2002, y lo hará cuando sea derrotado por él.
Ahora vamos a ponernos en un escenario imaginario, supongamos que llega 7 de Octubre de 2012, gana las elecciones un candidato de oposición, el que quieran, Machado, Capriles, López, Pérez ¡cualquiera! Celebramos y nos emborrachamos hasta perder el sentido, pero entre esa fecha y el 23 de enero de 2013 pasan casi 4 meses, y en esos cuatro meses pasa algo, lo que sea, el congreso inhabilita al presidente electo, lo meten preso, lo que sea, en resumen, que Hugo dice: “no entrego porque no me sale del fino forro de los cojones” ¿que se va a hacer?
¿Acudiremos al TSJ? Sí, ese, el de Luisa Estela, ¿apelaremos al Congreso? ¿Ven a “ventarrón” meter en cintura a Hugo? ¿ordenará el presidente electo a los militares “patria o muerte” intervenir? ¿que va a hacer el presidente electo si Hugo decide no entregar?
Pero vamos un paso más allá, Hugo entrega, a lo mejor porque la parca le obliga, que eso es una posibilidad ¿que va a pasar con las FARC, ETA, Al Qaeda, los colectivos, los milicianos cubanos o el narcotráfico? Puede que peque de pesimista, pero honestamente se me hace difícil verlos en plan: “¡bueno chicos! Esta gente no nos quiere, así que agarren sus armas de guerra y nos vamos, que de mejores sitios nos han botado”.
Esas fuerzas quedarán allí, y no será botando papelillo. El presidente electo, sea el que sea, tendrá que gobernar con esos factores presentes, y más aún, habrá de hacerlo con un ejército profundamente fracturado, con un congreso en contra, con un TSJ que distribuye justicia por intereses partidistas y hasta con una policía que en gran medida encabeza las industrias del secuestro y el sicariato.
Señores, vamos a sincerarnos, Venezuela ya no es un país, es un estado secuestrado y dominado por un proyecto político, un proyecto político extremadamente violento, encabezado por un señor que se llama Hugo Chávez, ausente Hugo, Venezuela se convierte al instante en un estado fallido, sin ley, sin fuerzas de orden y sin un mínimo marco de convivencia social.
Para controla esa situación, en primer lugar, hay que reconocer que existe, hablar de economía, educación, salud, seguridad o tantos temas que nos preocupan, en ese marco, es tanto como centrar los esfuerzos en planear las vacaciones en Cancún mientras volamos en un avión que lleva una bomba con el contador en cuenta regresiva. Puede ser muy bonito pensar en las playas de Cancún, pero lo cierto es que no podremos ni verlas si la bomba explota, y menos podremos desactivarla si no tomamos conciencia de que la bomba está y hay que desactivarla.
Hasta ahora el único que ha tenido la valentía de decir que la bomba está allí y que puede explotar, es Diego Arria, por eso mi voto para él, me sorprende, eso sí, que se le acuse de radical, es la primera vez que veo que el que denuncia la bomba es acusado de terrorista, eximiendo de paso a quien la puso, de toda responsabilidad, me parece realmente asombroso, pero bueno, siempre hemos sido un país muy particular.
Creo que Arria juega un papel muy importante para el país, más allá de ganar o no las elecciones, porque lo cierto es que gane Arria, gane Capriles, gane María Corina o el que sea, la “bomba” seguirá allí en cuenta atrás. Arria solo no puede con lo que se viene, no podrán todos los candidatos juntos, incluso dudo que podamos los venezolanos solos, necesitamos de ayuda, esto hace mucho tiempo que se nos salió de las manos, forzosamente, en algún momento habremos de pedir ayuda al exterior.
La pregunta ante estas elecciones no es por quien votar, es si estamos dispuestos o no a reconocer un grave problema que tenemos y si estamos dispuestos a solucionarlo. No importa por quien votes, pero es indispensable que tu candidato tome conciencia de que lo que le estás ofreciendo es pilotar un avión que lleva un bomba activada en cuenta regresiva, no es momento para presentar el plan de vuelo para Cancún, es momento de presentar el plan para desactivar la bomba. Si luego tú quieres ir a Cancún y yo a Punta Cana, podemos discutirlo, pero para hacerlo es indispensable que la bomba no explote y tú y yo, estemos vivos. Si los dos, o alguno de los dos morimos, créeme, no podremos discutir nada.
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