Lunes, 24 de octubre de 2011
Venezuela persistió en la defensa de su integridad territorial. Así comenzó una larga historia. Alejo Fortique y Lord Aberdeen convinieron en un tratado que reconocía a Venezuela, en palabras de José Gil Fortoul, "toda la costa comprendida entre la boca del Orinoco y la del Moroco"
La Gran Bretaña jugó un papel paradójico en sus relaciones con Venezuela desde los primeros momentos de la Independencia. Allá se radicó Francisco de Miranda y fue el primer país al cual apeló la Venezuela naciente en busca de apoyo. Sus prestamistas monopolizaron las relaciones con la joven república. No obstante, sus presiones e incursiones sobre el territorio venezolano fueron tan tempranas que ya en tiempos de la Gran Colombia, en 1822, el ministro de Relaciones Exteriores, Pedro Gual, planteó el dilema que dominaría todo el siglo XIX entre la primera potencia del mundo y Venezuela y que se prolongaría todo el XX; aún en el XXI, los legados del antiguo colonialismo atentan contra nuestra soberanía.
Pronto se cumplirán dos siglos desde el primer reclamo formulado por la Gran Colombia. El canciller Pedro Gual instruyó al representante en Londres, José Rafael Revenga, para que protestara ante el gobierno de Su Majestad la ocupación del territorio venezolano en la margen izquierda del río Esequibo.
Retengamos las palabras del ministro Gual: "Los colonos de Demerara y Berbice tienen usurpada una gran porción de tierra que según los últimos tratados entre España y Holanda nos pertenece, del lado del río Esequibo. Es absolutamente indispensable que dichos colonos o se pongan bajo la protección y obediencia de nuestras leyes o se retiren a sus antiguas posiciones".
En 1834 Gran Bretaña envió al prusiano Robert Schomburgk para que explorara la colonia guayanesa. Pasó allá varios años.
En 1840 fijó unilateralmente y sin autorización inglesa (se alegó) los límites, despojó a Venezuela de la mitad del territorio y el mapa del explorador se convirtió en dogma del imperio.
Páez relata que, según informe de Fortique, Lord Aberdeen, secretario de Relaciones Exteriores, le había asegurado que Schomburgk "no estaba autorizado para ocupar ninguna parte del territorio de Venezuela"; sin embargo, fue a partir de entonces permanente referencia inglesa.
Venezuela persistió en la defensa de su integridad territorial. Así comenzó una larga historia. Alejo Fortique y Lord Aberdeen convinieron en un tratado que reconocía a Venezuela, en palabras de José Gil Fortoul, "toda la costa comprendida entre la boca del Orinoco y la del Moroco". La muerte inesperada del enviado venezolano en Londres paralizó el proceso, a pesar de que urgía al Ejecutivo y al Congreso que se aprobara aquel proyecto. Sucedió como con el tratado de Michelena y el golfo de Venezuela. El tren sólo pasó una vez. Medio siglo después, vino el despojo del Arbitraje de París en 1899.
En las grandes pérdidas territoriales la responsabilidad, en no pocas ocasiones, ha sido obra de los propios venezolanos. Aquí se rechazaron los tratados de Fortique-Aberdeen y de Michelena-Pombo.
Los desórdenes políticos, las guerras civiles, las dictaduras, las inconsistencias, han sido claves que pocos se atreven a descifrar. Pensemos por un momento qué sucedía en Venezuela mientras se reunía en París el Tribunal Arbitral, integrado por dos jueces estadounidenses y dos británicos, más un quinto, el ruso Federico de Martens.
El tribunal se instaló el mes de junio de 1899. Oyó los alegatos extensos y bien documentados del abogado de Venezuela, el ex presidente de Estados Unidos Benjamín Harrison, y del otro abogado del equipo, Severo Mallet-Prevost. Hablaron durante semanas, y lo hicieron al punto de que no había otra alternativa dentro del Derecho internacional que sentenciar a favor de Venezuela. No sucedió así. Se operó la denegación de justicia para favorecer al imperio británico, según fue revelado por MalletPrevost en un Memorándum que dio a conocer en 1949. No obstante, los abogados de Venezuela se sintieron compensados porque los británicos aspiraban a que el tribunal les otorgara las bocas del Orinoco.
Pero, volvamos a la pregunta dejada en suspenso: ¿Qué sucedía entre tanto en Venezuela desde junio al 3 de octubre, cuando el tribunal dictó sentencia? Repitamos que el tribunal comenzó sus deliberaciones en junio, pero el 23 de mayo el general Cipriano Castro había invadido desde la frontera colombiana e iniciado un avance hacia el centro, con resistencia cada vez menor hasta la batalla final de Tocuyito, cerca de Valencia.
Abandonado por todos y traicionado por sus generales, la noche del 19 de octubre el general Ignacio Andrade, presidente de la República, hizo apresuradamente sus maletas, subió el cerro del Ávila y, al amanecer, tomó un barco en La Guaira que lo llevó al destierro en una isla del Caribe. El 22 de octubre, Cipriano Castro tomó posesión de la jefatura del Estado. Puede afirmarse sin temeridad que en aquellos meses en que los jueces de París conspiraban contra los intereses de Venezuela en nuestro país no había gobierno. Trágicamente coincidieron esos meses con una de nuestras guerras civiles. Tengo la impresión de que ahora, a dos siglos del primer reclamo, vivimos episodios de una guerra civil librada unilateralmente desde el poder.
sconsalvi @el-nacional.com
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