María Franco y Serafín Marín posan junto al capote diseñado por la artista
ROSARIO PÉREZ/ÁNGEL G. ABAD / BARCELONA
Serafín Marín, estandarte del toreo catalán, revive un fin de Fiesta agridulce, «de pena e injusticia», según José Tomás
«Nadie hablará de ella cuando haya muerto». Aquella frase negra de un aficionado a los pies de la Monumental cambia de color cuando oye el chasquido de unos flashes que retratan la fachada de una puerta grande que ya no se abrirá. El cierre de la plaza congregó durante el fin de semana en Barcelona a cientos de medios de comunicación que ayer se contaban con los dedos de la mano. Entre la soledad, retrataban el umbral que veinticuatro horas antes era un hervidero de gente.
Por aquel pórtico a la gloria, pasó por última vez el domingo el torero catalán Serafín Marín, incrédulo aún de que su Parlament haya dado un portazo al escenario donde se fraguó su profesión. Los sentimientos agridulces asomaban por su mirada: «Por un lado, estaba la alegría del triunfo y de la salida a hombros; por otro, la tristeza de que no saldré más, salvo que alguien lo impida...». Sus ojos se empañan. Se desborda la emoción al relatar un 25-S enmarcado en la historia abolicionista: «Uno de los momentos más amargos fue cuando llegué a la capilla y pasé al patio de cuadrillas. Quería contener la emoción. No podía y decidí ponerme una máscara durante toda la tarde».
Pero el toreo es sentimiento. Y la careta se esfumó. El rostro de Marín era un poema: gestos de rabia, de dolor... Y media sonrisa, como la media que dibujó con un artístico capote que clamaba «LIBERTAD» en mayúsculas. Libertad y esperanza verde, como la esclavina pintada por su autora, María Franco: «Este capote, pintado con mis pies y mis manos sobre fondo blanco, es mi homenaje a una Fiesta a la que me aficioné hace dos años. Tiene una cabeza de toro pintada en la parte central y en el reverso lucen las cuatro barras de la bandera de Cataluña». La sobrina-nieta de Rafael Alberti no oculta su indignación por la abolición: «Si mi tío, que fue un gran defensor de las libertades, viera esto, pondría el grito en el cielo y haría un canto en defensa de la libertad». El sueño de Franco es la vuelta de los toros a la Ciudad Condal y poder exhibir esta joya en los principales museos taurinos.
Al alimón con Marín en la redacción de ABC en Barcelona, esculpen filigranas en el aire. Y sobre el suelo: «¡Cómo pesa el capote! ¡Un quintal!», exclama el torero de Montcada. Pero ese «tonelaje» no es comparable al peso de la condena a su carrera. «Es la tarde que menos he disfrutado. Incluso cuando me llevaban a hombros estaba deseando llegar al hotel. Me costó mucho mantener la compostura, sobre todo para alguien que ha luchado mucho por la Fiesta en esta tierra, para alguien que ha tomado la alternativa y ha derramado su sangre en Barcelona. Mi conciencia está muy tranquila, he hecho todo lo que estaba en mi mano».
«¿Confieso algo?» Adelante... «Cuando cogí la espada estuve a punto de no matar el toro, aunque me hubiesen llevado detenido. Se me pasó por la cabeza, pero luego pensé que el día que se inauguró la plaza los toreros mataron sus toros y que la mejor firma sería una estocada sin puntilla». Y de ahí, al cielo de Barcelona, acompañado por Juan Mora y José Tomás «tras una corrida que no me gustó». «Salvo el segundo toro, que fue muy bueno —apunta—».
Bravura congelada
Precisamente el ganadero Moisés Fraile anunció ayer que ha congelado los testículos de ese astado al que desorejó José Tomás, con el fin de extraer semen para inseminar a un grupo de vacas de El Pilar y preservar la bravura.
En una jornada de sones fúnebres, ese toro y el maestro elevaron la música del toreo con un concierto a la verónica y al natural. «El torero está muy contento con esa faena, una de las más hondas que ha cuajado en Barcelona», señaló su apoderado, Salvador Boix. Pero esa alegría se mezclaba con la tristeza del cartel de the end: «Fue una tarde muy intensa para José Tomás, en una salida a hombros multitudinaria y arrebatada, en la que optó por ir al hotel en la furgoneta por prudencia. Sencillamente por eso, en ningún momento fue un desprecio a la afición, a la que adora. Ya desde el ruedo al coche le arrancaron las medias y media chaquetilla». ¿Qué dijo el torero tras la corrida del fin? «¡Qué pena, qué injusticia!»
Ambas palabras resumían el sentir de los toreros que han desfilado en la Feria de la pasión y el adiós: Morante, Manzanares, Mora, El Juli... Pero con la esperanza de la resurrección: «Ojalá que podamos hacer el paseíllo de nuevo en esta plaza, que es un bastión de la historia del toreo».
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