es la pregunta que se hace Felipe González
FELIPE GONZÁLEZ
La derrota electoral ha sido muy dura y hay que reconocerlo sin paliativos. Hay que felicitar al PP, aunque no haya tenido un comportamiento responsable ante ninguno de los problemas de España. Incluso en el día de hoy, cuando hago esta reflexión, llevan al Parlamento la grave situación del empleo juvenil sin hacer ninguna propuesta constructiva, algo que sea creíble y dé una cierta tranquilidad en que cambiarían de posición, para ser responsables ante la crisis, después de su victoria electoral.
Tengo la impresión de que el castigo severo al Gobierno y a los responsables de ayuntamientos y autonomías ha ido más allá de lo que propios y ajenos podían imaginar. Así se abre un nuevo escenario en el que serán decisivas las reacciones de unos y de otros.
No se puede esperar que cambie de posición el PP. Sus dirigentes, eufóricos, seguirán pensando que la estrategia basada en el “mientras peor mejor” les ha dado resultado y ha dañado gravemente al Partido Socialista. Siempre lo han hecho así en los últimos 20 años, sea en la lucha antiterrorista o sea frente a la crisis mundial más grave conocida.
¿Por qué habrían de cambiar? Sería tanto como pedirles que antepusieran los intereses de España a su deseo incontenible de ocupar el poder: incluso “todo el poder”, como lo esperan. En lo que reste de legislatura van a ocultar lo que quieren hacer con ese poder. Por dos razones: porque piensan que así les va mejor y porque, realmente, dudo que lo sepan. La insistente apelación a la “confianza” es poco compatible con la que inspira su líder, según muestran todas las encuestas.
Pero lo que me importa hoy es la reacción de los socialistas, para ver si somos capaces de remontar sobre estos resultados convenciendo a los ciudadanos de las necesidades que tiene nuestro país frente a la crisis y en el contexto europeo y global en el que estamos.
Zapatero no se presenta. Ha reconocido errores en el tiempo para afrontar la crisis, pero ha tomado decisiones muy duras de reformas estructurales y mantiene su voluntad de proseguirlas. También ha asumido la derrota, él mismo, directamente, en un gesto que le honra, aunque las elecciones no eran generales.
Zapatero ha tomado decisiones muy duras y mantiene su voluntad de proseguirlas
Por tanto, la primera cuestión es decidir quién y con qué propósito se hace cargo del liderazgo frente a las elecciones generales. Mejorar la valoración personal de Rajoy como líder no es un problema. Entre los dirigentes conocidos del Partido Socialista hay varios que cumplen de sobra ese requisito. Y plantear un programa frente a “la vaciedad del mundo en la oquedad de sus cabezas” tampoco.
Importa decidir pronto y mirando hacia los ciudadanos, sin tentaciones endogámicas de partido tan propias de las circunstancias que vivimos. Y hablo de los ciudadanos, de lo que seamos capaces de percibir de la opinión pública, más que a la “opinión publicada” tan propensa en estos tiempos a la intriga y la confusión de intereses.
El procedimiento para designar a esa persona está previsto. Yo me inclino por una reflexión interna en el Comité Federal que nos conduzca a una sola candidatura de consenso. Eso evitará peleas internas incomprensibles para los ciudadanos ante los problemas a los que nos enfrentamos y con los escasos tiempos de nuestro calendario político. Ante un desacuerdo, que no deseo, en el Comité Federal, Rodríguez Zapatero tiene la llave. Puede convocar congreso extraordinario para elegir candidato y secretario general. Camino algo más largo pero posible, como he oído decir a algunos dirigentes del partido.
El PP ni colabora ni propone. Su estrategia de “mientras peor mejor” le está funcionando
La segunda cuestión, que parece suscitar dudas y debates incipientes, es el discurso programático ante la ciudadanía. Hay fórmulas participativas fáciles de articular para que todos vayamos unidos a la campaña de las generales.
Nadie espera de mí que no me “moje” en cuanto a contenidos, como saben que no entraré en un debate de primarias que no veo oportuno, aunque estaré, con mi criterio, siempre disponible para este partido al que he dirigido y contribuido a que sea la alternativa de poder desde criterios socialdemócratas durante gran parte de mi vida.
Por eso me atrevo a reiterar que la realidad a la que nos enfrentamos como país es crítica y exige reformas en profundidad. Estas han empezado y hay que seguirlas, reorientarlas y explicarlas clara y abiertamente a la ciudadanía. No estaré por oportunismos de cambios radicales de orientación que nos lleven a un desastre que, como mínimo, estamos evitando si vemos con claridad las derivas de otros países que no han sabido o podido afrontar esas reformas.
Sé por experiencia, dentro y fuera de nuestras fronteras, que la crisis global que padecemos marcará un antes y un después y que las cosas no volverán a ser como antes, aunque haya cantos de sirena que lo anuncien. Por eso huyo de los mensajes simplistas de los que dicen que hay que “volver a la senda de la prosperidad perdida”, típicos de las derechas en la oposición, porque es “esa senda” la que nos ha llevado a esta crisis tan dramática. Algunos no quieren ver que sin correcciones de fondo podemos estar incubando la siguiente crisis, antes incluso de salir de esta.
Temo las voces que proponen utopías regresivas, que han demostrado hasta la saciedad que llevan al fracaso. Las hay de izquierdas y de derechas. Radicalizaciones que pretenden que el Estado sustituya a la sociedad, a los actores económicos o, por el contrario, los que van a seguir defendiendo (lo están haciendo con éxito) que funcionemos de acuerdo con “la mano invisible del mercado” como elemento de autorregulación, sin intervención del Estado.
El Estado tiene que ser eficiente y austero; tiene que regular el funcionamiento del mercado, en particular del mercado financiero, al servicio de los intereses generales; tiene que preservar la distribución del ingreso garantizando y haciendo sostenible la sanidad pública, educación para todos y pensiones; tiene que estimular la iniciativa y facilitar el emprendimiento y la innovación, etcétera.
Nos vamos a jugar mucho como sociedad, como país, en esta difícil situación nacional, europea y global. Por eso tenemos que tener proyectos claros y sostenidos de salida de la crisis que preserven valores, bienes sociales que hemos ido conquistando con esfuerzo y que pueden estar en peligro.
Además, los dirigentes de hoy tienen que saber que los grandes desafíos ante la crisis global se juegan en un campo que trasciende las fronteras del Estado nación al que pertenecemos. Por eso es tan importante, tan decisivo, el papel de Europa… ¡y tan decepcionante que no lo esté cumpliendo o lo haga con tan poca visión de conjunto! Nadie puede creer que los agentes financieros globales que nos han llevado a esta crisis puedan ser regulados desde un solo país.
Tenemos que actuar dentro de nuestras fronteras en aquello que podemos y debemos corregir para ganar productividad, competitividad y empleo. Los agentes sociales y económicos tienen que empujar en la misma dirección.
Tenemos que hacer propuestas claras y sostenidas en la Unión Europea, para reforzar los elementos de gobernanza económica en el espacio monetario que compartimos; para emplear la potencialidad del Banco y del Fondo Europeo de Inversiones; para completar una buena regulación —igual para todos— del funcionamiento del sistema financiero.
Ya pasaron las elecciones y no podemos parar la marcha del país para salir de la crisis. Para España, lo mejor es continuar las reformas, agotando ese tiempo democrático que resta de legislatura. En menos de un año los ciudadanos decidirán en qué manos ponen esa salida y con qué propósitos. Es la hora de la verdad. Demostremos que somos la mejor respuesta para nuestra sociedad.
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