Blog de Víctor José López /Periodista

sábado, 24 de abril de 2010

LOS AUTÓCRATAS Y SUS BOXEADORES

Max Schemelling, el boxeador de Hitler




Los autócratas gustan rodearse de personajes que han sido aclamados por la multitud, y aunque muchos protesten del recurso de la política con el deporte esta simbiosis ha sido recurrente a través de la historia. Más por los autócratas populistas que por otro tipo de político.
Adolfo Hitler en 1936, aconsejado por los expertos del régimen en cuestiones de deporte, vio una gran oportunidad para expresar la superioridad racial de los teutones sobre los negros en dos gloriosas oportunidades. La del combate entre Max Schmelling y Joe Louis por la corona de los pesos completos en 1936, y los Juegos Olímpicos de Berlín, también en 1936 cuando la piedra en el zapato del Fürher fue el atleta norteamericano Jesse Owens.
Schmelling ha sido el único monarca alemán en la historia del boxeo, título logrado cuando venció en 1930 a Jack Sharkey. El alemán perdió la corona en 1932, con el mismo Sharkey, al que había derrotado, sin perder su fama de gran pugilista. Todo lo contrario, pues el 19 de junio de 1936, en Nueva York, dejó tirado en el piso a Joe Louis. Una victoria que le vino como anillo al dedo de Hitler, quien la utilizó para su propaganda política destacando que su fortaleza expresaba la superioridad de la raza aria. Lo llamaron a Schmeling "el boxeador de Hitler" cuando en 1938 fue de nuevo a Nueva York para perder ante Louis en el primer asalto.






El Mono Gatica, el boxeador de Perón




Juan Domingo Perón ha sido uno de los grandes de la historia política de la Argentina, además de haber sido reelegido en tres oportunidades fue el hombre que inventó una doctrina política que aún existe en el corazón de los argentinos. Doctrina que se ha atomizado ideológicamente y que hoy se anida en tantos corazones como reivindicaciones necesite el pueblo. Cuando Perón vivía los mejores momentos de su vida política, como lo hizo Hitler con Schemelling, recurrió a emblemas e íconos deportivos para llegarle más directamente a su pueblo. En el fútbol Perón hizo de Racing un equipo de multitudes, y en el boxeo apoyó y “compadreó” a José María Gatica.
Gatica de niñito, como dice el tango “gambeteaba la pobreza” en medio de una brutal explotación social en el inmenso Buenos Aires. Fue limpiabotas y ya adolescente comenzó a visitar la "Misión Inglesa", en San Telmo, donde se boxeaba por plata, a tres rounds, con los marineros bajados de los barcos. Lázaro Kocci lo descubrió. Gatica nunca fue campeón argentino, pero sí un personaje despertaba, sin termino medio, amor u odio.
Gatica fue un símbolo de la época, días cuando el Justicialismo reivindicó a la clase trabajadora. El boxeador trabó amistad con su creador, Juan Domingo Perón, quien buscó a Gatica como a muchos famosos para hacer bulto populista en las filas del peronismo. Los veteranos recuerdan que, en una oportunidad en que el Perón fue a ver una de sus peleas, el boxeador, confianzudo, los saludó diciendo "General, dos potencias se saludan".
Cayó Perón, el Justicialismo se olvidó del Mono y de su pasado de gloria. Existía gracias a la ayuda de algunos amigos y vendiendo en la cancha de Independiente, el club de sus amores, unos muñequitos de plástico.
Gatica había ido a ver a Avellaneda al equipo del "rojo" que, ese año, saldría campeón con una recordada formación donde descollaron, entre otros, Miguel Angel Santoro, Roberto "Pipo" Ferreiro, Mario Rodríguez, Raúl Armando Savoy, Tomás Rolan y Rubén Marino "Hacha Brava" Navarro.
Al regreso de la cancha intentó subirse en un autobús, trastabilló y las ruedas del transporte le pasaron por encima del abdomen.
Cuando murió, el diario La Prensa dijo: "La popularidad que adquirió Gatica por sus éxitos y por su característico estilo de infatigable peleador, fue utilizada por el régimen de la dictadura que lo adoptó como en el caso de otros campeones deportivos como instrumento de propaganda. Y esta publicidad extradeportiva y el aplauso obsecuente de personajes encumbrados no fueron ajenos por cierto a que él cayera en actos de inconducta dentro y fuera del ring".
La última pelea había sido en 1953. Un final con derrota de Gatica y el comienzo de su patética decadencia. Adhirió fervorosamente al peronismo y, curiosamente, su esplendor y caída desplegó la misma parábola en el almanaque: levantó su brazos en 1945 y lo bajó, vencidos, en 1956. La última derrota ocurrió el 10 de noviembre de 1963, bajo las ruedas de aquel colectivo. Había terminado su vida en una parábola perfecta de humillación; "una bala perdida", como solía decir él.



El Inca Valero, el boxeador de Chávez






Cuando Edwin Valero impuso el récord de vencer por KO en el primer asalto en los primeros 18 combates de su carrera, el desconocido peleador de Bolero Alto, Mérida, se había metido en los registros universales del boxeo. Superaba la marca que desde 1905 poseía Young Otto, que había logrado 15 nocauts en sus primeras peleas como profesional. Aquel muchachito de barrio, que se calzaba guantes de boxeo desde los 11 años, era tomado en cuenta por la gente del negocio del boxeo que avizaraban en él a un potencial campeón.
Aquellos hechos ocurrieron en febrero del 2006, en agosto del mismo año venció al "El Loco" Mosquera en Panamá y se tituló Campeón Mundial Superpluma de la WBA.
Recobraba el boxeo venezolano la ilusión de un Campeón Mundial. La fama invadió la vida del merideño, mientras contnuaba su ascenso en el boxeo.
Entre su fulminante pegada, y declaraciones sobre sus oponentes, Valero era famoso por los tatuajes con la imagen del presidente de la República que lucía en el pecho. Vestía siempre con el mono tricolor y se manifestaba orgulloso de ser “chavista”. Criticaba al Niño Linares, por ejemplo, como “traidor a la Patria” por declarar no estar de acuerdo con el presidente Chávez. El Inca se convirtió en un comisario del régimen, amparado por carnet y chapa, de lo que en ocasiones presumió públicamente.
Hugo Chávez aprovechó el acercamiento del famoso deportista, y el alzó la mano en varios actos declarándolo “campeón del chavismo”
Amparado siempre en el "detente", epecie de escapulario en el que se había convertido la imagen del presidente, tatuada en su pecho, iba El Inca de un desmán a otro.
Aterrorizaba a su esposa, a los vecinos y a sus propios familiares. Caía en depresiones terribles, manifestaba arrepentimiento y reincidía en su actitud violenta cada vez que abusaba de las drogas y el alcohol. Imaginamos que los organismos rectores del boxeo profesional conocerían de su conducta, como estamos seguros que la conocían las autoridades del Estado que nunca impidieron continuara su carrera al abismo y mucho menos le prestaron la ayuda que urgentemente requeria.
El 25 de marzo de 2010 el tañido del campanazo de alarma inició la cuenta final. Había sido arrestado por golpear a su esposa. En el hospital amenazó al personal médico donde estaba recñuida Jennifer Carolina con hematomas que evidenciaban la salvaje agresión de Valero. Hematomas en el cuerpo y un neumotórax, perforación en el pulmón, producto de una costilla rota. Seis meses antes, Valero había sido acusado de maltrato doméstico por su madre y su esposa. Más tarde retiraron la denuncia.
Valero se presentó en los tribunales y se declaró alcohólico, por lo que fue sentenciado a seis meses de rehabilitación en un hospital psiquiátrico. No fue recluido y lo demás es la terrible historia del asesinato a su esposa y suicido del Inca Valero.

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