Blog de Víctor José López /Periodista

martes, 27 de abril de 2010

BAJO EL ALBERGUE DE MADRID



ÁNGELES MASTRETTA


Desperté en Madrid cuando sentí a mi vera un rumor de café caliente. Había dormido tanto y tan bien que el avión empezaba a bajar tras el desayuno de todo el mundo, menos el mío, que dormía como si me faltara un viaje y medio. Nunca en mi vida había llegado a España tan dócilmente. Fue tanto el jaleo que dejé tras de mí al salir de la casa que cuando nos subimos al avión y el mundo fue sólo ese juguete de sillas volando hacia la Puerta de Alcalá me tomó el cuerpo una música para soñar y reposar que sentí por todas partes. Con decirles que una cena de avión me supo a cielo. Conversé con mi hermana, mientras comíamos nuestra ensalada con una cava. Inspeccionamos los sillones de la clase ejecutiva de Iberia, que son una hallazgo del diseño, al que me invitan de vez en cuando, recordamos a nuestra madre, que la única vez que anduvo en ellos los disfrutó como el más atrevido tiovivo. Las azafatas de nuestro vuelo eran dulces. ¿Increíble? Yo también lo diría, pero cierto. Después de cenar me serví una dosis de pastillitas de colores, le convidé una a mi hermana y, a cargo de drogas permitidas con receta médica, dormimos como princesas sin garbanzo bajo el colchón.

Punto: Llegamos al hotel Palace que ahora lleva delante un Westin. No sé cómo lo hemos conseguido las editoriales, los libros y mi empeño, pero este lugar es mi casa en Madrid hace veinticinco años. Muy elegante. Además, ahora se ha vuelto casual y un puede andar en zapatos tenis, algunos de ustedes los llaman zapatillas, sin ser mal visto. Hoy llegamos al extremo de que en la sofisticada rotonda, bajo la cúpula de cristales, una niña estaba en piyama bebiendo su mamila con leche. Como yo los miré curiosa y se los enseñé a la radiante Piluca, el papá le pidió prestado el biberón y lo chupó también él.

Punto y coma: Pero todo eso fue después, en la noche, cuando volví con Pilar y su sobrina de ir dando una caminata por las plazas alrededor del hotel. Todos levantadas en armas. Las aceras son mitad piedra y mitad rastrojo, supongo que un día se verá muy bien, lo espero, de momento hay que caminar arriesgando una caída. Por supuesto nada me sucedió porque yo donde me caigo es donde no problemas, el piso se abre en mi camino entre la recámara y el estudio, no a media calle porque ahí me voy fijando. Más si la cosa anda como si las cosas están como éstas por las que anduvimos rumbo a la Plaza de Santa Ana, en donde antes estaba el hotel Reina Victoria y ahora hay un lugar en cuya puerta hacen fila los jóvenes para entrar a una disco que se llama Penthouse. No sé si será que uno lo nota más cuando va fuera que cuando anda en su país, pero en esa plaza era difícil dar con un nombre en castellano, catalán, vasco o cualquier otra palabra de las que nacieron en este rumbo. Por fortuna vimos el Teatro Nacional, pero también el teatro Haagen Dazs. Supongo que si uno consigue hacer un helado que se venda en todo el mundo puede darse el lujo de comprar un edificio precioso, frente a la Plaza Jacinto Benavente, y ponerle su nombre. Andando frente a esas vistas y tan cerca de unos jóvenes desafiantes y ruidosos como los que había por cientos este domingo, en la calle, me sentí, eso: desafiada. No va a cambiar el mundo sin que yo entienda cómo. Entramos al hotel Victoria. ¿Aquí era el hotel Victoria? Sí, -dijo el señor de pelos parados con gomina que estaba tras uno de esos mostradores oscuros y lisos, a media luz, pero a las seis de la tarde-. Ahora se llama ME, (pronunció mi) y es otro concepto.

Punto y aparte: Decidí seguir sin entender y nos fuimos a caminar hacia la gloriosa Plaza Mayor. Tengo todo un noviazgo con esa plaza y ya la contaré otro día. Hoy que aquí conste que hacia allá caminamos y tras no encontrar un sitio en el que sentarnos a tomar un vermú, -¿quién toma vermú ahora?, si hace treinta años ya nadie lo tomaba: yo, ni modo-, nos volvimos a la rotonda de El Palace. ¡Qué bonito lugar! ¡Qué cobijo! Es lo que se llamaría un clásico. Albergues se les llama también a los hoteles.

Punto y seguido: Me tengo que ir a dormir, porque mañana será otro día. ¡Y qué día!

Punto y final: Mientras yo me “pasiaba” mi compañera de cuarto, que si nos descuidamos, nombrada en una de estas plazas sería mi “room mate” , hizo contacto con otras culturas: una hora de yoga y dos de internet. Ahora se ha quedado dormida, mientras yo les escribo y hago el intento de portarme camaleónica y tener sueño, como aquí todo el mundo a estas horas.

Música para hoy: ¿”Por la calle de Alcalá”? ¿O “La pulga”, con Olga?

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