Blog de Víctor José López /Periodista

domingo, 5 de abril de 2009

EL TOREO, PATRIMONIO ECOLÓGICO





Ante el obcecado criterio de “animalistas”
EL TOREO, PATRIMONIO ECOLÓGICO (I)


Santi Ortiz
Revista 6toros6, No. 585


La fiesta de los toros encarna un bastión capital del patrocinio ecológico de España y de aquellos países que la han adoptado, pese a la condena que la sección beata del ecologismo militante ejerce contra ella. Quiero precisar que es tan sólo una parte del “movimiento verde” y no todo él quien, desde el analfabetismo de su brújula rota, la emprende contra nuestra fiesta sin reparar siquiera que con ello no hace sino tirar piedras contra los principios que dice defender.
Me parece oportuno insistir en que es una parte y no un todo el conjunto del ecologismo quien enarbola la enseña antitaurina porque, de lo contrario, parecería que nuestra crítica condena a un movimiento que estimamos absolutamente necesario para salvaguardar el planeta de los abusos y depredaciones que sobre él viene practicando el hombre en nombre de la civilización y del progreso. Su encomiable trabajo ha hecho posible que la ecología pase a formar parte del sentido común de la gente y que su referencia sea obligada tanto en los programas políticos electorales como en el discurso público de los empresarios.
De aquella romántica aventura que llevó a docenas de idealistas a bordo de un viejo barco atunero hacia el paraíso del archipiélago de las Aleutianas con el disparatado propósito de frenar las pruebas atómicas estadounidenses, hasta el compacto entramado de tendencias diversas y asociaciones de toda índole que configuran el espectro del ecologismo actual, han pasado más de treinta años. Gracias a su encomiable esfuerzo, el ecologismo se ha convertido en el eficaz guardián y controlador de la complicada problemática del medio ambiente, jugando un papel importantísimo de la desaceleración de las centrales nucleares, el crecimiento de las energías alternativas, la educación ambiental, la defensa del litoral, el control de vertido y de la polución atmosférica, la denuncia de los alimentos transgénicos, el reciclaje de residuos, la conservación de la naturaleza y la defensa de la biodiversidad. Nadie que piense en estos problemas con un poco de perspectiva de futuro puede dejar de agradecerles por su pelea por evitar que leguemos a las generaciones venideras un planeta agonizante y esquilmado.

EL ECOLOGISMO UTÓPICO

Sin embargo, por los pasillos de este ecologismo científico y real transita otro de tremebunda idiocia; un ecologismo utópico negado a contemplar la realidad del mundo en que vivimos; un ecologismo elitista, mesiánico e “iluminado” tremendamente refractario a las críticas internas o externas, en cuya concepción de un mundo mejor parece que estorbamos los humanos: es la sección beata del hermanó hurón y la hermana pantera, el que convierte la ecología en un fanatismo casi religioso que antepone el supuesto “derecho” de un pavo, una cobra o un orangután al de la propia especie humana. Esta versión franciscana de la Arcadia ecológica me parece de una execrable hipocresía además de una solemne estupidez, ya que, aferrándose con obstinada irracionalidad a opciones inviables, atenta contra la credibilidad del ecologismo real, lo desprestigia y hasta entra, a menudo, en contradicción con los fines que en teoría pretende conseguir.
Por ejemplo: propugnan ser contrarios a la desaparición de las especies, pero no encuentra una manera más efectiva de hacer desaparecer la del toro de lidia –a la que dicen proteger- que tratar de abolir las corridas de toros. La razón no es sólo porque sin ellas la inutilidad del ganado bravo y el elevado costo de sus cuidados y manejo conducirían a su desaparición, sino porque gracias a la existencia del toreo el toro de lidia no ha desaparecido de la Tierra.
La raza bovina provista de bravura es una variedad zoológica arcaica que, como el resto de especies vacunas mansuelas o domésticas proceden del Bos primigenius, animal de fiera agresividad al que los alemanes llamaban auerochs y nosotros conocemos por Uro a partir de que Julio César latinizara el vocablo. Este toro salvaje, que encampanaba su amenazante testa a lo largo y ancho de Europa, no logra superar como especie viva el final de la baja Edad Media, aunque haya documentos que prueban la existencia en el siglo XVII de un reducido número de cabezas en un bosque situado a medio centenar de kilómetros de Varsovia. Allí muere, en 1627, la última vaca de la especie, como hace unos meses, en los Pirineos, la última osa autóctona que nos quedaba.

EL TORO, SUPERVIVIENTE IBÉRICO

Es un enigma aún no resuelto por qué los descendientes bravos del Uro desaparecieron de Europa y del resto del mundo y no de España. He aquí un problema para los ecólogos y los zoólogos –sean favorables o contrarios al espectáculo taurino- están obligados a tratar de esclarecer. Alguna que otra teoría de poco peso existe al respecto, como la defendida por el escritor Pepe Alameda en un ensayo surcado por importantes inexactitudes históricas, según la cual el toro bravo no desapareció de España en la Edad Media porque tanto moros como cristianos procedieron a criarlo para su respectivo entrenamiento bélico.
Sin embargo, pese a las tinieblas de su origen, dos hechos son innegables: uno, que en los últimos cuatro siglos la conservación del toro de lidia español se debe, primero a las fiestas de toros de la nobleza, y, luego, a las corridas de a pie; y dos, que el actual toro bravo es un producto seleccionado por el hombre a través de los siglos para la lidia en la plaza; un animal, pues, que no es fruto de la selección natural que lucha por la vida propicia en la mayoría de las especies, sino de los criterios de selección que los ganaderos han venido practicando con él a lo largo del tiempo en su búsqueda del toro idóneo para la lidia.
La existencia del toro de lidia y su evolución se deben a que existe el toreo. Pero, además, es conveniente sumar a este argumento los siguientes aspectos: los cuidados que el toro exige, su manejo, su alimentación e higiene, suponen una especialización y unos gastos de todo punto imposibles de soportar sin las corridas de toros a las que se destina. Ni su rendimiento cárnico ni cualquier otra producción a que hipotéticamente se le pudiese dedicar harían viable su cría y existencia.
Sin corridas no hay toros. Métanselo en la cabeza aquellos que en su idílico paraíso de cartón piedra, tipo Walt Disney, juntarían en el mismo redil a la hermana oveja y al hermano lobo, o al león y a la cebra, para que, juntos, viviesen felices e ignorantes del papel que en la cadena trófica les tocó jugar.

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