lunes, 13 de abril de 2009
EL TOREO, PATRIMONIO ECOLÓGICO (II)
La fiesta de los toros es la que mantiene vivo al bovino bravo, la que, lejos de abocarlo a la extinción, lo convierte en la especie de un mamífero más abundante, protegida y cuidada que existe en nuestro entorno. Foto: Alberto de Jesús.
Santi Ortiz
Revista Taurina 6toros6, No. 586
Gracias a la fiesta brava la especie “toro de lidia” no sólo no ha desaparecido sino que goza de una abundancia que para sí quisiera la inmensa mayoría de las que, salvajes o en domesticidad, pueblan nuestra península.
Actualmente, entre las cuatro asociaciones que acogen a los criadores de reses bravas, se computan 678 ganaderías, que cada año hierran 60,000 cabezas, entre machos y hembras. Pero, además, el toro bravo vive a sus anchas la mayor parte de su vida. En libertad juega, crece, lucha y se desarrolla disponiendo de extensiones de terreno que lo diferencian radicalmente de esos otros que se hacinan en granjas o establos, privados nada más nacer de espacio, luz, hierba o de sus instintos más elementales.
A excepción del tremendo momento de su lidia y muerte, el toro bravo, en cambio, vive en la libertad de la dehesa haciendo posible, de paso, uno de los hábitats más ecológicos que pudiera soñarse. Sólo la Unión de Criadores de Toros de Lidia –una de las cuatro agrupaciones de criadores de bravo- destina a la cría de reses más de 300,000 hectáreas de terreno de nuestro país; superficie que la cría del toro protege de la alteración y destrucción a que se ha visto sometida la mayor parte de nuestra geografía rural.
¿Qué es lo que pretende entonces la facción del ecologismo que aboga por la supresión de las corridas de toros? ¿Qué el toro desaparezca? ¿Qué la cabaña brava actual quede reducida a algún superviviente pudriéndose en la cerca de un zoológico o a unas cuantas cabezas mantenidas en la reserva de un terreno improductivo? ¿Qué se pierdan, con él, el hábitat y los ecosistemas naturales que subsisten gracias a su crianza?... Qué futuro piden para el toro, ¿el mismo que ha extinguido al oso de los Pirineos o la cabra hispánica, el que convierte al lince ibérico en el felino más amenazado de extinción del mundo?, ¿el que llena de orgullo a los ecologistas porque ya han conseguido de este último siete crías en cautividad?...
Yo, que me he enfrentado al toro en la plaza, que me he atrevido a matarlos con una espada y un trozo de tela, que los he amado y los he temido, que por su causa he sufrido y gozado y me he visto colocado por ellos cien veces al borde del abismo o de la gloria, jamás desearé al toro un final semejante.
Resumamos: la fiesta de los toros es la que mantiene vivo al bovino bravo, la que, lejos de abocarlo a la extinción, lo convierte en la especie de un mamífero más abundante, protegida y cuidada que existe en nuestro entorno; la que preserva como ninguna otra actividad agropecuaria los ecosistemas naturales relacionados con su cría. Es, por tanto, y como sosteníamos al principio, el bastión más importante de nuestro patrimonio ecológico.
Siendo así, el ecologismo no tiene motivos para abominar de la fiesta de los toros. Las razones de los que, pretendiendo erigirse en ideología, exigen su abolición hay que buscarlas, pues, en otro ámbito, concretamente en el menos científico y más resbaladizo de la moral, paredaño en tantas ocasiones con la simple y llana beatería.
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