Hugo Domingo Molina retoma el camino
Por EL VITO
A tres mil 600 metros sobre el nivel del mar uno cree que le verá la túnica a San Pedro, o el dedo que Miguel Ángel viera cuando el Todopoderoso le dio vida al hombre, creándolo como dicen los vanidosos, “a imagen y semejanza de él”. A esas alturas Hugo Domingo Molina cría toros de lidia. Es un “criador”, no el “Creador”, y sin embargo ha logrado el milagro de ser ganadero de lidia en el Trópico,
Una afición muy complicada de entender.
Sucede que el toro, el toro bravo es un animal europeo. El toro nace, vive y muere acoplando su biorritmo a las cuatro estaciones, entre los fríos tremendos del invierno, y los intensos calores del verano. El toro es un ser que pierde la luz solar, durante los inviernos del hemisferio norte, para luego en los ardientes veranos de Iberia bañarse con la energía solar por los cuatro costados.
Por millones de años ha sido europeo.
El toro en el Trópico mece su misterio entre la ardiente sabana de los llanos, donde sobra sol, o los picos de la serranía andina, donde falta luz. En el llano, además de sol, sobran los inconvenientes, los parásitos, las enfermedades, las deformaciones y el desarrollo de las malas intenciones. Las cumbres lo convierten en ermitaño, y en el retiro de su soledad se blinda a los parásitos, no padece del manoseo, pero la falta de luz le atrofia en su desarrollo y generación tras generación le acosa el fantasma del enanismo.
Es el mecerse, como se mecen los péndulos del Big Ben de Londres, entre el absurdo y la sin razón.
Hugo Domingo Molina, no obstante, al pie de la letra en la lectura de la cartilla de Jerónimo Pimentel y un timonel de férrea empuñadura como la del veterinario Colver González, ha logrado, tras treinta años de lucha, indomabilidad y perseverancia, arrancarle pedazos de sol a las tierras bajas, los chorros de luz necesaria para iluminar la esperanza de la serranía y ha criado un toro que habrá de estrenarse esta temporada en la Monumental de San Cristóbal.
La tarde del pasado viernes estuvimos en los potreros de La Porquera, fuimos mucho más allá, hasta La Antena a 3 mil 600 metros de altura, donde hay toros para San Cristóbal y también para Maracaibo.
Por años Hugo Domingo fue “el campeón” de la temporada, y como todo gran ganadero le llegó su momento de rectificación. Es decir, bajó su cota de aceptación entre las figuras, porque sus toros habían perdido tipo y calidad en sus embestidas. Hoy no sólo recupera el tipo, más bien lo supera y la temporada podrá volver a contar con el toro de lujo de Rancho Grande y El Prado.
No nos atrevemos apostar por su bravura y comportamiento en general, por aquello que nos repetía el maestro José Alameda, “… es que los toros no tienen palabra de honor”.
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