Blog de Víctor José López /Periodista

lunes, 23 de julio de 2018

LOS VERICUETOS DE LA ASAMBLEA NACIONAL Egildo Luján Nava




Formato del Futuro…

Han transcurrido 20 conflictivos años, después que en 1998 el soberano pueblo venezolano decidió sacarse de encima la adversa situación institucional, política y económica a que fue sometido por los partidos políticos y gobiernos que emergieron a partir de la década de los setenta.

Los ciudadanos, que no dudaban en calificar su sistema de vida como de muy grave, sencillamente, optaron por lo que les permitía la Constitución de entonces. Pero, además, lo que se les ocurría que debían hacer, a partir del ejercicio del derecho político a recurrir a una alternativa renovadora, de cambio y, por supuesto, de “castigo”. Sobre todo de  quienes, desde luego, habían impuesto una dictadura de partidos para, a partir de su control, construir beneficios particulares y grupales. Servirse de las “mieles del poder”.

Los partidos políticos, entonces,  totalmente divorciados de la sociedad civil, perdieron el norte de sus objetivos, su razón de ser. Ignoraron su responsabilidad histórica de actuar como defensores de los derechos  ciudadano al bienestar, hasta convertirse en simples maquinarias electorales, y terminar totalmente ausentes de la importancia de ser depositarios de la confianza colectiva.

La emotividad revanchista y vengadora de la sociedad civil venezolana, entonces, apostó al rescate de derechos que estimó perdidos. Y poco le importó -¿o entendió?- que no bastaba acometer solidaridades  con propuestas de cambio, a partir de lo que, entre caudillismo y populismo, se planteaba como respuesta sancionadora entre fanáticos del patrioterismo típico del proceso postindependentista.

Tampoco le importó que, entre altares y alabanzas, mitos y adulancias, perdiera el sentido de pertenencia de una industria petrolera robusta, considerada para entonces como una de las más grandes, eficientes e importantes del mundo, y con una proyección de crecimiento en 5 ó 7 años.  Duplicar la producción, pasando de la extracción de 3.5 millones de barriles diarios a un promedio de 5 a 7 millones, sencillamente, fue sepultado por el ruido que generaba el amor por el caudillismo y el caudillo. Y la alternativa de acceder, posiblemente, a un prodigioso porvenir económico nacional, entre discursos cargados de propuestas y cultos a la sabiduría uniformada, terminó en lo que una minoría racional alertaba: el serio peligro de perderlo todo. En otras palabras, en el hoy: con una industria petrolera destruida, arruinada y desvalijada.

¿Y ahora qué?.

Venezuela y los venezolanos reeditan su vivencia de finales de los noventa. Honran la máxima de que el hombre es el único animal que tropieza dos y más veces con la misma piedra. Y repite la misma historia. Pero  con nuevos protagonistas en rol de salvadores, alentados por una supuesta mayoría ciudadana del 80% -o más- que no cree en el Gobierno ni en el liderazgo opositor, y convencido de que el grave cuadro de crisis al que se enfrenta, sencillamente, hasta pudiera ser convertido en una alternativa victoriosa, valiéndose para ello en la solidaridad internacional.

Se repite la misma historia de hace 20 años, aunque con la particularidad de que también están presentes y activados  muchos más decibeles de gravedad.

El ruido que hoy repica en todos los rincones del país, sencillamente,  bate todos los récords sociales negativos a nivel mundial. Y lo hace hasta llegar  al hambre, a la miseria y a la desesperación, como a obligar a que millones de sus ciudadanos se decidan a abandonar su Patria, convencidos de que la esperanza en un futuro de bienestar se reactiva al rebasar la frontera del país.

Internamente, mientras tanto, los partidos políticos, que deberían fungir  de portadores y voceros de la ciudadanía, de proponentes de candidatos  dispuestos a servirles a sus connacionales, en contra de la quizás errónea apreciación de que no pasan de ser cazadores de poder, sencillamente, olvidan su rol, otra vez, a la vez que subestiman el aprendizaje ciudadano.

Día a día, la ciudadanía deja entrever que habría aprendido la lección histórica  de las dos últimas décadas. La asume como se plantea: con la virulencia de saberse engañada, utilizada  y convertida en un instrumento para beneficio de quienes, al final del capítulo, han terminado convirtiéndose en la nueva expresión del capitalismo venezolano. De esa que no nació del esfuerzo emprendedor, sino del aprovechamiento frío y calculador de la oportunidad del ejercicio del mandato. En otras palabras, de eso mismo que hoy ha pasado a ser convertido en la causal de la crisis moral gubernamental nunca vista en América Latina: la corrupción administrativa  del ejercicio del mandato colectivo.

Es un aprendizaje que, sin embargo, también luce  grave y peligroso, porque la sociedad, poco a poco, ha ido estructurando una visión antipartidista, a la vez que se inclina por nuevos conceptos de salvación, mientras le presta más atención a la aparición de nuevas variables del populismo, indistintamente de que pudiera convertirse en una acción de respuestas para lo bueno y para lo malo.

A la vez,  emergen distintas  opiniones sobre lo que habría que hacer. Y predominan aquellas asociadas a la convicción de que es importante hacer una reflexión colectiva. 0lvidar el populismo. No dejarse engañar con cantos de sirena y falsas promesas. Porque si ya se aprendió que ser pobre es malo y que ser rico es mejor, a la vez que se asimiló la incidencia de los rigores de lo que es vivir en comunismo, es decir,  hambre, miseria, ruina e inseguridad, tiene que plantearse un rescate de las alternativas que ofrece la vida en una verdadera Democracia.

Por lo pronto, la solución ya no radica en negociar la eventual celebración de posibles elecciones para caer en lo mismo. Hay que reformar de manera profunda la Constitución y la normativa gubernamental. No hay guerra económica. Lo que sí existe, es una conducción equivocada, negligente y viciada. Es urgente autorizar la asistencia humanitaria internacional. Los hospitales públicos y las clínicas privadas  están colapsados. Es impostergable reestructurar la deuda, solicitar subsidios y ayuda financiera. Asimismo,  eliminar urgentemente el control de cambio. Liberar los presos políticos. Autorizar el retorno de los exilados. Es el trabajo  de hoy para la estabilidad colectiva de mañana.

Todo eso, por supuesto, no lo puede hacer posible  un falso Mesías, tampoco un candidato cargado de promesas. Es indispensable que, como posible solución, se admita que internamente hay capacidad y condiciones para que eso suceda. Y que, aun cuando luzca como una verdadera locura política e histórica, se acepte que tales respuestas humanas tienen que darse en opciones que ofrezcan los que se oponen y los que hoy son Gobierno.

Con ese entendimiento que tiene que superar el maniqueísmo con el que algunos han planteado la figura del diálogo, debe producirse la conformación de una Junta de Gobierno compuesta por venezolanos de reconocida trayectoria, experiencia institucional, sin obligaciones partidistas, y que, sin ataduras y compromisos alguno, hagan constar que están dispuestos  a recomponer el entuerto.

Las partes deben hacer constar que no se plantean su participación con  aspiraciones de continuismo después de un plazo máximo de dos años, suficientes para que una Junta de Gobierno pueda convertirse en un recurso político de transición y que estén dispuestos a reorganizar al país, y consultar al soberano para elaborar y presentar una nueva Constitución de obligatorio acatamiento y cumplimiento, y que  garantice un desarrollo integral y continuado.

El imperio de la Ley tiene que ser el soporte excepcional para que la República se reencuentre con sus potencialidades sociales, económicas y políticas. Pero, además, para que, de una vez por todas, anule progresivamente el actual predominio del vigente  centralismo oxidado, ocioso, improductivo, corrompido y corruptor.

La economía venezolana, definitivamente, tiene que encontrar en la descentralización administrativa del Estado su manera de reactivar las potencialidades de que dispone el país para salir de la contracción económica a la que la han sometido la rigidez de los controles, como la interesada conducción en atención a intereses dirigidos de individualidades y de grupos quistes o parasitarios del beneficio público.

La nueva economía venezolana, definitivamente, no puede ser una expresión del estatismo convertido en emprendimiento con fines clientelares. Tiene que proyectarse como el conjunto de esfuerzos en el que se combinen un Estado dispuesto a ofrecer y promover oportunidades para que se generen inversiones privadas de capital nacional e internacional, y que las condiciones jurídicas que apuntalen tales inversiones no sigan siendo un instrumento para el chantaje, la extorsión y la destrucción de la confianza.

La independencia de los poderes públicos tiene que dejar de ser una caricatura del libre dibujo que se arma al amparo de discursos rimbombantes. Y los Derechos ciudadanos, civiles, sociales, políticos y económicos, además de la aceptación del establecimiento de una economía de mercado de y para la competitiva economía del Siglo XXI, no pueden seguir siendo un tabú en atención a propósitos ideológicos.

¿Es que acaso China ha logrado su posición de casi primera potencia económica del mundo sacrificando fines ideológicos?. No. Sencillamente, ha entendido que los radicalismos, fanatismos y falsos patriotismos, al final, pueden encender pasiones particulares del fanatismo instrumentado por resentimientos sociales, pero no garantizan bienestar colectivo, ni el funcionamiento de un Estado capaz de promover bienestar para sus ciudadanos, y tampoco un ingreso tributario que no obligue a reproducir dinero inorgánico para sostener una economía deficitaria.

Es innegable que mientras el Poder Ejecutivo y el Banco Central de Venezuela insistan en no darle a la hiperinflación la importancia que impone su capacidad destructiva, y que se trate de minimizar su ruido en el estómago de cada ciudadano venezolano, la corresponde a la Asamblea Nacional  la obligación de actuar. Pero no para ofrecerle espacios dirigidos a la exclusiva participación de interesados en servirse del cargo, y  propagar discursos inválidos en la Venezuela de julio de 2018.

Los vericuetos internos, que se perciben al servicio de partidos políticos que insisten en actuar entre aire acondicionado y luces de apoyo para el despliegue televisivo, tienen que ser evaluados y, eventualmente, alejados de la exigencia actual.

Esa misma Asamblea, por ejemplo, que nombró 13 Magistrados y 20 Suplentes legítimos, y los cuales constituyen el Tribunal Supremo de Justicia con sede accidental fuera del país, debe definirse ante el país.  Porque es la institución que goza de legitimidad dentro y fuera del país, razón por la que hoy es reconocida por importantes organismos internacionales y entes multinacionales. Sin embargo, a ella, entonces, le corresponde definir si acata o no, o si reconoce o no a ese Tribunal Supremo de Justicia que eligieron sus integrantes, para la definición y conocimiento del soberano. Este, desde luego, no ha aprendido esta parte del gran evento de las crisis venezolanas. De hecho, sólo se pregunta:  ¿ en qué consiste esta dualidad de poderes?. ¿Por qué hay  dos fiscalías, dos tribunales supremos y dos asambleas?

La institución tiene que pronunciarse con respuestas y aclaratorias que precisen en qué está apoyada Venezuela legal e institucionalmente.  Y debería hacerlo, por supuesto, antes de que, por obra y gracia de las peculiaridades política nacionales, no se materialice la amenaza de ser sometida a un proceso revocatorio ya anunciado por voceros gubernamentales.

Todo retraso ante un complejo proceso de situaciones que se complica a diario, terminará incrementando lo que ya se está apreciando a nivel nacional. Y es que diariamente se vienen dando casi 20 actos espontáneos de protesta social.  Sin soluciones ni acuerdos, el soberano se impacienta, los países vecinos y el resto del mundo arrecian sus críticas y quejas.

Tic-tac, tic-tac. Cada día es más sonoro. Y hay que prestarle atención. Porque es un ruido que pudiera estar describiendo un oscuro porvenir.


Egildo Luján Nava
Coordinador Nacional de Independientes Por el Progreso (IPP)

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